izquierdo. Volvio a la ventana.
Pammy tuvo que dejar la bolsa de la fruta antes de lograr abrir la puerta. Se acordo de lo que le habia inquietado, la vaga presencia. Su vida. Detestaba su vida. Era una cosa de medio pelo, una molestia menor. Tendia a olvidarla a la primera de cambio. Cuando se acordaba de lo que habia estado pensando, se daba por satisfecha al recordarlo y aliviada en el fondo de que no fuese nada peor. Empujo la puerta del apartamento.
– Vaya, ya llega.
– Hola. Si estas en casa…
– ?Que llevas en ese bolson tan gracioso y tan humedo?
– A lo mejor no te lo enseno.
– Fruta.
– Te he comprado un melon de Avinon.
– ?A mi me gusta el melon de Avinon? -dijo Lyle.
– Y mira que ciruelas. ?A que no te lo crees?
– ?Quien se comera todo eso? Tu nunca las pruebas. Pruebas un poco cuando lo sacas de la bolsa y se acabo, Chiquita. Tratandose de fruta, te encoges.
– Pero a ti te gustan las ciruelas.
– Asi que dices que es para mi, mira que te he traido, la mandarina mas grande del mundo, nam, nam.
– Es que para mi la fruta es muy bonita.
– Si, en el cajon de la nevera correspondiente, donde cada pieza encoge como un feto.
– ?Y esa cerveza que me ibas a poner? -dijo ella.
El habia adoptado una mueca rara, presunta imitacion de la cara de virtuosa de la fruta que tenia ella, y que a ella le hizo reir. Avanzo por al apartamento quitandose prendas de vestir, dejando la fruta en su sitio, sacando una fuente de queso y galletas saladas. Habia pedazos de ella por todas partes. Lyle la observo, tarareando algo.
– Hoy han matado a un fulano en el parque. De un disparo.
– ?Como? ?En la Bolsa?
– Alguien le pego un tiro. De sopeton.
– ?Tu lo viste?
– Bingo.
– ?Joder! ?Quien ha sido? ?Otra vez los puertorriquenos?
El extendio la mano cuando ella pasaba por delante. Ella se acomodo en el a la vez que el se levantaba de la silla. Noto el pulgar de el en la base de la espalda, colandose por el sujetador. Se estiro para cerrar las cortinas. El se sento de nuevo, tarareando algo, con los brazos en alto, mientras ella le quitaba la camiseta.
– No diria yo que hayan sido los puertorriquenos. No querria yo decir, mejor dicho, que hayan sido ciudadanos de color, ni ninguno de los blancos cargados de
Pammy y Lyle, desnudos, estaban cara a cara en la cama blanca, arrodillados, las manos del uno en los hombros del otro, bajo una luz plana, que menguaba por decimas de segundo. La habitacion estaba a salvo del escueto atardecer de la calle, la hora de los ruidos pensativos, cuando todo queda suspenso. Funcionaba el aparato del aire acondicionado, un zumbido agudo. Con cada descarga, un tinte neutro, un residuo, como de ceniza enfriada, impregnaba la habitacion. Pammy y Lyle comenzaron a tocarse. Conocian las imagenes cambiantes de la similitud fisica. Era un vinculo tacito, parte de su conciencia compartida, el silencio minado entre personas que viven juntas. Acurrucado cada cual en las extremidades y siluetas del otro, parecian repetibles, celulas hijas de alguna division muy precisa. Sus lenguas derivaron sobre carne mas humeda. Este presentimiento de lo humedo, una intuicion de la naturaleza sumergida, fue lo que los puso a cien uno con otro, a mordiscos, a aranazos de ansia. A el le supo a vinagre el pelo alborotado de ella. Se separaron un momento, se tocaron desde una distancia calculada, se sondearon introspectivamente, un intercambio complejo. El se levanto de la cama para apagar el aire acondicionado y subir la ventana. La velada se habia recargado de fragancias. Atronaba encima de ellos. Lo mejor del verano eran esas tormentas que llenan una habitacion, casi medicinalmente, de climatologia, de luz variable. La lluvia golpeaba con fuerza los cristales. Vieron los arboles capear vientos racheados. Lyle se habia mojado al abrir la ventana, las manos y el abdomen, y ambos esperaron a que se secara, hablando con acentos extranjeros de una tormenta que les habia pillado en coche, en los Alpes, riendose en «portugues» y en «holandes». Ella se retorcio apretandose contra el, la soledad de ambos convertida en un refugio contra la tormenta. Perdieron contacto durante un momento. Ella lo atrajo hacia si, necesitada de ese conflicto de superficies, la palpable logica de su polla dentro de ella. Lo agarro con fuerza, se solto al contagio del movimiento recurrente, alzandose, doloridos y juguetones, asilvestrados como dos cachorros de tigre.
Es hora de «actuar», penso el. Ella tenia que quedar «satisfecha». El tenia que ponerse a «su servicio». Ambos harian esfuerzos por «interactuar».
Cuando estuvo seguro de que habian acabado los dos, el se aparto y noto una minima rociada de lluvia despues de que alcanzara el alfeizar. Tumbados de espaldas recuperaron el aliento. Ella quiso una pizza. Se sintio culpable por no apetecerle la fruta. Pero se habia pasado el dia trabajando, tomando ascensores, trenes. No podia afrontar las consecuencias de la fruta, su condicion perecedera, la obligacion que entranaba el comerla. Queria sentarse en un rincon, sola, y atiborrarse de comida basura.
«Esta a punto de encerrarse en el cuarto de bano», penso el.
Oscurecio. Ella se sento al pie de la cama para vestirse. La lluvia amaino. Pammy oyo la camioneta de los helados de Mister Softee en la calle. Se anunciaba con musica enlatada, un sonido que ella odiaba, la misma cantinela mecanica, de organillo, que le llegaba todas las noches. No era capaz de oir ese ruido sin sentir una grave opresion mental. Para indicarlo, emitio un zumbido grave, sordo, con una tremula «m» para resenar que estaba de veras al filo de lo insoportable.
– Hay un autentico Mister Softee.
– Ya lo creo -dijo ella.
– Va sentado en la trasera de la camioneta. Es el que hace el ruido, no es una musica grabada en cinta. Lo hace con la boca. Le sale por ?a boca. Ese es su lenguaje. Asi es como hablan en las traseras de las camionetas de los helados por toda la ciudad. No dire que por toda la nacion, aun no se ha extendido tanto.
– Un fenomeno local.
– Esta ahi sentado, babeando. Es gordisimo, paste-loso. Ni siquiera se puede levantar. No tiene consistencia en las carnes.
– Ni tampoco genitales.
– Si, deben de estar por alguna parte.
– Dejemonos de bromas y hablemos -dijo ella.
Se tumbo en la cama con camiseta y vaqueros, y se acomodo a su lado, apretandose contenta contra el. El hizo un ruido y le dio un mordisco en la cabeza. Ella le arano las costillas.
– Cuidado.
– Es que yo me gano la vida mordiendo cabezas.
– Andate con cuidado, que se donde y como duele.
El hizo un ruido de succion. Parecia interesarle mas que cualquier otro de los ruidos que hiciera. Habia desarrollado atragantamientos y resuellos a partir del ruido original. Comenzo a ahogarse, a asfixiarse, respirando trabajosamente, convulso. Pammy contesto el telefono al cuarto o quinto timbrazo, como hacia siempre, a juicio de el, bien porque le parecia chic, bien por fastidiarle. Era Ethan Segal. Habia pensado en acercarse a verlos con Jack. ?Que tenemos para darles de beber?
Lyle llamo a un Dial-a-Steak. Cuando llego la comida encargada todos estaban algo achispados. Ethan se acerco a la mesa con una sonrisa de jugador de ajedrez. Se sentaron con las copas en la mano y comenzaron a retirar el papel de aluminio de las chuletas, las patatas, el pan, la sal y la pimienta.
– Es el cumpleanos de Jack.