el ascensor rapido hasta ese otro vestibulo del lucernario, en la otra planta 78, abrirse camino entre otro gentio no menos compacto y bullicioso, tomar el ascensor general a la 83, los paneles vibrando. Tratando de avanzar de costadillo, noto que alguien, muy cerca, la miraba fijamente a la cara.

– Eres Pam, ?no?

– No te… ?Que?

– Soy Jeannette.

– La verdad es que no.

– Del instituto.

– Jeannette.

– ?Cuantos anos hace?

– Del instituto, Jeannette.

– No te culpo por no acordarte. La de tiempo que…

– Me parece que ya me acuerdo.

– Trabajas aqui, ?verdad? Aqui trabaja todo el mundo.

– Se supone que bajaba.

– ?Aun te acuerdas? Jeannette, la amiga de Teresa y de Geri.

– Entonces me acordaba.

– Hace una pila de anos, ?no?

– No me dejan entrar, no me van a dejar.

– Pero… ?no te encanta este sitio? Tendrias que ver como voy a la cafeteria. Un ascensor general primero y luego el rapido. Y luego el rapido de subida. Y despues las escaleras mecanicas, si consigues llegar sin que te arranquen la piel a tiras.

– Sin que te la arranquen de cuajo, lo se.

– ?Trabajas para el Estado?

– No, es que me he equivocado de torre.

Pammy y Lyle ya no salian mucho. Antes si dedicaban mucho tiempo a descubrir nuevos restaurantes. Se desplazaban hasta los confines mas remotos de la ciudad, almorzaban en pequenas madrigueras fluviales, pegada a las vias de acceso a los puentes, o bien en restaurantes de familia de los barrios mas alejados, pues su decoracion neutra, y su alejamiento, eran senal de una autenticidad inequivoca. Iban a los clubes donde hacian pruebas los nuevos talentos, donde improvisaban las troupes de comicos. Los fines de semana de primavera salian a comprar plantas en los invernaderos de los suburbios e iban a los embarcaderos de City Island o de North Shore, a ayudar a que sus amigos vieran en sus yates adquisiciones dignas de nota. Poco a poco disminuyo su radio de accion. Las propias peliculas, los programas dobles en los urinarios con lamparas de cristal de la parte alta de Broadway, dejaron de tentarles. Lo que parecia faltar era el propio deseo de compilar lugares, vivencias.

Cenaban unos bocadillos, sopa de sobre, o bien iban al cafe de la esquina, donde comian deprisa cualquier cosa mientras alguien fregaba el suelo debajo de su mesa, resoplando como un bajista de jazz. Habia un chino a menos de tres manzanas. Ese era el maximo de sus desplazamientos las mas de las noches y los fines de semana, cuando se trataba de hacer algo sin finalidad utilitaria precisa. A Pammy se le daba de maravilla distinguir a los camareros. Para ella era una fuente de callado orgullo.

Lyle pasaba el tiempo viendo la television. Sentado en la penumbra a poco mas de medio metro de la pantalla, cambiaba de canal cada medio minuto poco mas o menos, a veces con frecuencia mucho mas alta. No buscaba algo que pudiera suscitar y mantener su interes. No se trataba de eso. Simplemente disfrutaba con el destello de cada nueva imagen. Exploraba el contenido solo hasta cierto punto. El deleite entre tactil y visual que le procuraba cambiar de canales era aun mayor, y transformaba incluso los momentaneos contenidos aparecidos al azar en placidas abstracciones territoriales. Ver television era para Lyle una disciplina como las matematicas o el zen. Los anuncios, los cortes de emision, los programas en espanol daban de si mucho mas, por norma, que la programacion al uso. La naturaleza reiterativa de los anuncios le interesaba. Ver muchas veces identicas secuencias era una prueba de fuego para sus recursos oculares, para su capacidad de seleccionar, de fraccionar el tiempo y subdividir cada instante. Rara vez ponia el sonido. El sonido era mucho mejor en las emisoras de UHF que empleaban un equipo de emision defectuoso o lenguas que no fueran el ingles.

De vez en cuando miraba un rato alguno de los canales en abierto. Todas las semanas habia una hora mas o menos reservada para la pornografia de fabricacion casera, trabajo de artesanos nativos. Encontraba en la pantalla una verdad mas descarnada, mas tosca desde luego que en toda la carne lustrosa de las revistas de papel satinado. Se sentaba en su cuenco de espacio curvo, en su luz polvorienta. En toda esa cantidad de agresividad genital habia una falta de modestia llamativamente pueril. Gente de la calle en busca de alguna cosa que succionar. Camaras sostenidas a pulso en busca de una entrepierna pescada al azar. Lyle permanecia impavido mientras duraba esta secuencia de cuerpos pequenos y grises. Lo que acerto a ver retuvo su atencion por completo, a pesar de que no estimulaba sus sentidos. La hora que transcurrio asi le parecieron cuatro. Fatigado como estaba, vaciado, aburrido de ver a aquellos desesperados hacer posturitas, con facilidad podria haberse pasado la noche entera viendolos, atrapado por el efecto red de la television, por el resplandor electrostatico que semejaba un estado de privilegio, a caballo entre la onda y la imagen visual, un secreto de energia celestial. Se pregunto si no se habria vuelto un individuo demasiado complejo para contemplar cuerpos desnudos y excitarse.

– Eh, mira. Aqui estamos, tu. El futuro se nos ha caido encima hecho pedazos. ?Y que pinta tiene lo que se ve?

– Caramba, vaya susto que me has dado.

– Esta es la pinta que tiene. Olas y olas de electricidad estatica. Como si algun haz de luz te propulsara por delante de toda prevision, lo cual explica el efecto zumbido que desprende. Parecen gente de lo mas soez que haya en toda Mercer Street.

– Oye, dejame dormir.

– Mira, mira. Te lo digo en serio. Tal cual. Lo que quiero decir es que estamos aqui observando en la intimidad y el confort de nuestro dormitorio y ellos tienen un loft y una camara y todo eso se exhibe porque asi es la ley. Nada mas ver una camara se desnudan. Antes, la gente saludaba agitando la mano.

– Vale.

– Aqui mismo. Aqui mismito, damas y caballeros. Vean como juguetean los osos panda con sus caquitas. La bomba, es la bomba.

Pammy tenia una de esas sonrisas que dejan al aire las encias superiores. Alguien le dijo alguna vez que eso era conmovedor. En sus movimientos mas complicados, al llevar un paquete o al sortear a los vagabundos en la calle, mostraba una torpeza, una falta de aplomo tales que era como si una ovacion cerrada la devolviera a sus anos de juventud. Tenia la cara fina y estrecha, el cabello lacio y de un rubio moderado. A la gente le gustaban sus ojos. Asomaba en ellos una presencia que parecia a veces dar un salto, sobre todo en el momento de los saludos. Era animada en la conversacion, muy gesticulante, propensa a interrumpir a su interlocutor, a adelantarse y a clavar los ojos en la boca del otro, repitiendo con sus propios labios, a veces, el ritmo de las palabras ajenas. Tenia un cuerpo firme y recto, que podria haber pasado por el de una nadadora. A veces no se identificaba con su propio cuerpo.

Trabajaba para una empresa llamada Consejo de Gestion del Duelo. No era un juego de palabras: con el epigrafe de Duelo se designaban los sufrimientos mentales graves, el remordimiento mas profundo, la angustia extrema, las penas agudas y similares aflicciones y trastornos. El numero de empleados oscilaba a veces radicalmente, de un mes a otro. En sus folletos, cuyo texto escribia Pammy, Gestion del Duelo era descrita como una serie de organizaciones amplias y nutridas, crecientes, de servicios personales, cuyas clinicas, material impreso y asesores capacitados estaban al servicio de la comunidad en sus esfuerzos por entender y asimilar los trastornos del animo. Habia tarifas precisas para individuos, para grupos, para consultas especiales; estaban fijadas las tarifas por los libros de apoyo, por asistencia y ensenanza, asi como el pago por sesiones de familia y por seminarios de terapia de penas conyugales. La mayoria de las sucursales regionales eran pequenas, estaban situadas en edificios bajos, en donde tambien se hallaban empresas de productos quirurgicos y laboratorios de radiologia. Tales edificios eran por lo comun los primeros de los complejos que, pese a estar planificados al detalle, nunca terminaban de materializarse por entero. Pammy habia visitado unos cuantos a fin de recabar informacion, y las fotos que sacaba para incluir en sus folletos tenian que ser recortadas con todo esmero para eliminar los solares sin construir, la tierra apisonada, las malas hierbas. Habia sido una idea originalmente suya: el World Trade Center resultaria una

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