«Si, paz, si, paz tendra», va reverberando la mujer gorda, quien entra en el canto entre un clamor de reconocimiento, de amor, del publico, ya que su voz los sumerge y luego los rescata de golpe del fondo de sus vidas, o eso siente Ahmad. Esa voz ha sido sazonada en un sufrimiento con el que Joryleen todavia tiene que enfrentarse, una simple sombra en su vida aun joven. Con esa autoridad, la mujer gruesa, de cara tan amplia como un idolo de piedra, vuelve con el «Que amigo». Se le dibujan hoyuelos no solo por debajo de las mejillas sino tambien junto al rabillo de los ojos y a los lados de su dilatada y chata nariz, cuyos orificios se ensanchan de par en par. A estas alturas, el himno palpita con tal fuerza por las venas de los alli reunidos que puede ser retomado en cualquier punto. «Nuestra afliccion, eso es, nuestros pecados y afliccion… ?lo oyes, Senor?» El coro, con Joryleen, espera sin inmutarse mientras esta obesa en extasis oscila los brazos adelante y atras, los balancea durante un rato imitando con gracia el desembarco triunfal y garboso de alguien que ha cruzado el mar embravecido en una balsa, y senala con la mano a la acuciante galeria, de punta a punta, gritando:

– ?Habeis oido bien? ?Lo habeis oido?

– Lo oimos, hermana -es la voz en respuesta de un hombre.

– ?Y que oyes, hermano? -Ella misma se contesta-: El sintio nuestra afliccion, nuestros pecados. Pensad en esos pecados. Pensad en esa afliccion. Son nuestras criaturas, ?no? Los pecados y la afliccion son nuestras criaturas, nuestros hijos naturales.

El coro sigue arrastrando las notas de la cancion, ahora mas rapido. El organo se encarama entre requiebros, las varas de percusion siguen batiendo ocultas a la vista, la mujer gorda cierra los ojos y suelta como una rafaga la palabra «Jesus» sobre la ciega y persistente base ritmica, hasta reducirla a un «Jes. Jes. Jes» para desembocar, como si afluyera una nueva cancion, en un «Gracias, Jesus. Gracias, Senor. Gracias por el amor, cada dia, cada noche». Y mientras el coro canta «Desprovisto de consuelo y proteccion», ella solloza: «?Si andamos desprovistos de ellos es porque no se lo hemos dicho todo a Dios en oracion! ?Hagamoslo, lo necesitamos!». Y cuando el coro, aun bajo la batuta del hombrecito de pelo alborotado, llega al ultimo verso, ella se une a los demas: «Todo, si, todo, hasta lo mas infimo de cada uno de nosotros, todo se lo decimos en oracion. Siii, oh, si».

El coro, en el que Joryleen era quien mas abria la boca, su jovencisima boca, deja de cantar. A Ahmad le arden los ojos y siente tal agitacion en el estomago que teme que va a vomitar alli mismo, entre esos demonios vocingleros. Los falsos santos de las ventanas altas y oscurecidas por el hollin miran abajo. Un rayo de sol pasajero arde en uno de esos rostros, de barba blanca y con el ceno fruncido. La nina se ha acurrucado junto a Ahmad sin que el se haya dado cuenta; el sopor la invadio de repente, bajo el fragor y la percusion machacona de la musica. El resto del banco, la familia al completo, les sonrie, a el, a ella.

No sabe si deberia esperar a Joryleen fuera de la iglesia, mientras los fieles, con sus trajes de primavera color pastel, salen al aire de abril, que se va volviendo mas fresco y desvaido a medida que las nubes se empanan de tonos oscuros. La indecision de Ahmad dura mientras, medio escondido tras una de las robinias de la acera que sobrevivieron al derribo que dio origen al mar de escombros, se convence de que Tylenol no estaba entre los asistentes. Entonces, en el instante en que decide escabullirse, ahi aparece ella, acercandose, sirviendo todas sus redondeces como fruta en una bandeja. En una aleta de la nariz lleva una cuenta de plata en la que se refleja minusculamente el cielo. Bajo la tunica azul viste el mismo tipo de ropa que usa para ir al instituto, nada de ropa formal para ir a misa. Recuerda que le dijo que no se tomaba la religion muy en serio.

– Te he visto -le dice en tono burlon-. Estabas sentado con los Johnson, nada mas y nada menos.

– ?Los Johnson?

– La familia de tu banco. Gente muy devota. Son los propietarios de las lavanderias de autoservicio del centro y tambien de las de Passaic. ?Has oido hablar de la burguesia negra? Pues son ellos. ?Que miras, Ahmad?

– Lo que llevas en la nariz. No me habia fijado nunca. Solo en esos aritos que te pones en el borde de la oreja.

– Es nuevo. ?No te gusta? A Tylenol si. Se muere por que me ponga uno en la lengua.

– ?Te van a perforar la lengua? Es horrible, Joryleen.

– Tylenol dice que al Senor le gustan las mujeres vistosas. ?Que dice vuestro Mister Mahoma?

Ahmad percibe la burla, pero no obstante, al lado de esta muchacha bajita, impudica, se siente alto; dirige la mirada mas abajo de su cara, reluciente de malicia, a la parte superior de sus pechos, que una escotada blusa primaveral deja al descubierto, aun esmaltados por el nerviosismo y el esfuerzo del canto.

– El recomienda a las mujeres que cubran su belleza -cuenta-. Dice que las mujeres buenas son para los hombres buenos, y las impuras, para los impuros.

Joryleen abre desmesuradamente los ojos, pestanea, tomando esta adusta solemnidad como una parte de Ahmad con la que quizas ella deba lidiar.

– Bueno, pues no se donde me deja eso -dice con buen humor-. Supongo que la nocion de impureza era bastante amplia en aquella epoca -anade, y se seca la humedad de una sien, donde el cabello es velloso como el bigote de un chico antes de que se afeite por primera vez-. ?Te ha gustado como he cantado?

El se lo piensa mientras los feligreses pasan charlando, cumplida ya su obligacion semanal, y el sol veleidoso arroja sombras tenues bajo las recientes hojas de las robinias.

– Tienes una voz bonita -le dice Ahmad-. Es muy pura. Sin embargo, el uso que le das no es puro. El canto, sobre todo el de esa mujer tan gorda…

– Eva-Marie -informa Joryleen-. Es lo mas. Le es imposible no darse entera.

– Su canto me ha parecido muy sensual. Y no he entendido todas las letras. ?De que modo Cristo os es amigo?

– Amigo, amigo -deja ir Joryleen en un suave jadeo, imitando el modo en que el coro sincopo los versos del himno sugiriendo los movimientos repetitivos (asi lo interpreto el) de las relaciones sexuales-. Simplemente lo es, y ya esta -insiste ella-. La gente se siente mejor si piensa que esta siempre con ellos. Si no los cuida el, quien los va a cuidar, ?no? Pasa lo mismo, sospecho, con vuestro Mahoma.

– El Profeta es muchas cosas para sus seguidores, pero no lo llamamos amigo. No somos tan acogedores, como ha dicho vuestro clerigo.

– Vamos -propone ella-, no hablemos de estas cosas. Gracias por venir, Ahmad. No creia que te atrevieras.

– Fuiste amable conmigo, y tenia curiosidad. Hasta cierto punto ayuda conocer al enemigo.

– ?Enemigo? Vaya. Ahi no tenias ni un enemigo.

– Mi profesor en la mezquita dice que todos los infieles son nuestros enemigos. El Profeta advirtio que llegara el dia en que todos los que no creen seran destruidos.

– Anda, tio. ?Como te has vuelto asi? Tu madre es la tipica irlandesa con pecas, ?no? Es lo que Tylenol dice.

– Tylenol, Tylenol. ?Hasta que punto es estrecha tu relacion con esa fuente de sabiduria? ?Te considera su mujer?

– Bueno, el chaval solo esta probando. Es demasiado joven para comprometerse con alguna amiga. Demos un paseo. Nos estan mirando mucho.

Andan por el perimetro al norte de las hectareas vacias que esperan a ser urbanizadas. Una valla pintada anuncia la construccion de un aparcamiento de cuatro plantas que devolvera a los compradores al barrio, pero en dos anos no se ha construido nada, unicamente esta el anuncio, cada vez mas pintarrajeado. Cuando el sol, que se inclina desde el sur por encima de los nuevos edificios de cristal del centro, traspasa las nubes, se puede ver como los escombros desprenden un polvo fino, y cuando el cielo se encapota de nuevo el astro se vuelve un circulo blanco, como si hubiera quemado en las nubes un orificio perfecto, del tamano exacto de la luna. Al sentir el sol en un costado, Ahmad percibe la calidez que le llega por el otro, la calidez del cuerpo de Joryleen mientras caminan, un organismo formado por circunferencias superpuestas y partes blandas. La cuenta en la aleta de su nariz lanza un destello calido y nitido; la luz del sol lame con lengua fulgida la cavidad que se abre en el centro del escote de barca de su blusa. Ahmad le dice:

– Soy un buen musulman en un mundo que se burla de la fe.

– En lugar de ser bueno, de portarte bien, ?no te apetece nunca sentirte bien? -pregunta Joryleen. Ahmad cree que su interes es sincero; al pertenecer a una confesion tan rigida, el debe de resultarle un enigma, un especimen curioso.

– Puede que ambas cosas vayan juntas -expone-. El ser y el sentir.

– Has venido a mi iglesia -dice ella-. Yo podria ir contigo a tu mezquita.

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