la informatica y las animadoras, los rastas y los goticos, los don nadies y los inutiles, a la espera de que pase algo entretenido. A Tylenol le gusta el publico, suelta:
– A los musulmanes negros les tengo respeto, pero tu no eres negro, no eres mas que un pobre comemierda. No eres ni moromierda, solo un comemierda.
Ahmad calcula que si Tylenol le devolviese ahora el empujon, lo aceptaria para dar por finalizada la pelea, porque tampoco falta mucho para que suene el timbre de cambio de clase. Pero Tylenol no quiere treguas; le pega un punetazo traicionero en el estomago que deja a Ahmad sin aire. La expresion de sorpresa de este, que boquea, provoca las risas de los presentes, incluidos los goticos paliduchos, que son minoria en el instituto y se jactan de no mostrar emocion alguna, como sus idolos nihilistas del punk-rock. Por si fuera poco, tambien se oyen las risitas argentinas de algunas morenazas alegres y tetudas, las «miss simpatias», de quienes Ahmad esperaba mas amabilidad. Algun dia seran madres. No falta tanto, putitas.
Esta quedando mal y no tiene mas remedio que arremeter contra las ferreas manos de Tylenol e intentar producir alguna magulladura en ese pecho acorazado y en la mascara obtusa tintada de nogal que hay encima. El combate se reduce a un intercambio de empujones, grunidos y agarrones, ya que una pelea a punetazo limpio en la zona de taquillas armaria tanto jaleo que enseguida aparecerian los profesores y el personal de seguridad. Durante el minuto que queda hasta que suene el timbre y todos se dispersen por las aulas, Ahmad no culpa a su contrincante -en resumidas cuentas, es un robot de carne, un cuerpo demasiado absorto en sus jugos y reflejos para tener cerebro- sino mas bien a Joryleen. ?Por que tenia que contarle a su novio como fue la conversacion? ?Por que las chicas andan siempre contandolo todo? Para hacerse las importantes, del mismo modo que los graffiti de letras abultadas sirven para que se consideren alguien quienes las pintan en las paredes indefensas. Fue ella quien hablo de religion, la que le invito con tanto descaro a la iglesia, a sentarse junto a
Suena el timbre en su caja a prueba de manipulaciones, colgada en lo alto de la pared color natilla. Cerca, en el vestibulo, una puerta con su gran cristal esmerilado se abre de golpe; sale el senor Levy, el responsable de las tutorias en la escuela. La americana y los pantalones no van a juego, le quedan como un traje arrugado escogido a tientas. El hombre mira con aire ausente y despues se fija con recelo en los estudiantes sospechosamente apinados. La reunion se sume de inmediato en un gelido silencio, y Ahmad y Tylenol se separan, suspendiendo temporalmente su enemistad. El senor Levy, un judio que ha vivido en este sistema escolar desde practicamente siempre, parece viejo y cansado, tiene ojeras, el pelo ralo y desgrenado en la coronilla, con algun que otro mechon de punta. Su repentina aparicion sorprende a Ahmad como un pinchazo en la conciencia: tiene reunion con el esta semana para hablar de lo que hara cuando acabe el instituto. Ahmad sabe que debe labrarse un futuro, pero el tema le parece insustancial, carente del menor interes. «La unica guia», dice la tercera sura, «es la guia de Dios.»
Tylenol y su banda estaran ya tramando algo contra el. Despues de faltarle al respeto y que todo quedara en punto muerto, el maton de los pulgares de hierro no se contentara con menos que un ojo morado o un diente o un dedo rotos, algo que se vea. Ahmad sabe que es pecado envanecerse de su apariencia: el narcisismo es una manera de competir con Dios, y la competencia es algo que El no tolera. Pero ?como no va a apreciar el muchacho su recien adquirida virilidad, sus alargados miembros, la integra, tupida y ondulada mata de pelo que corona su cabeza, su piel de un pardo inmaculado, mas palida que la de su padre pero no la rosacea, pecosa y con manchas de su pelirroja madre y de las rubias oxigenadas que en la America de plastico se consideran el no va mas de la belleza? Pese a que esquiva, por impias e impuras, las persistentes miradas de interes de las morenitas del instituto, Ahmad no quiere echar a perder su cuerpo. Quiere mantenerlo como su Hacedor lo formo. La enemistad de Tylenol se convierte en otro motivo mas para abandonar este castillo infernal, donde los chicos abusan de los demas y hieren por puro placer y las infieles llevan pantalones cenidos de cintura tan baja que casi -por menos de un dedo, segun sus propias estimaciones- dejan a la vista el borde superior de su vello pubico. Las chicas muy malas, las que han caido y recaido, tienen tatuajes donde solo sus novios pueden acceder, y donde los tatuadores tuvieron que introducir la aguja con sumo cuidado. Las contorsiones diabolicas no tienen fin una vez que los seres humanos se sienten capaces de competir con Dios y crearse a si mismos.
Le quedan solo dos meses de instituto. La primavera se respira en el aire al otro lado de los muros de ladrillo, de las altas ventanas enrejadas. Los clientes del Shop-a-Sec, la tienda donde trabaja, hacen sus compras pateticas y venenosas con humor y algarabia renovados. Los pies de Ahmad vuelan por la vieja pista de ceniza del instituto como si cada zancada se amortiguara por si sola. Cuando se detuvo en la acera para mirar consternado el rastro espiral del gusano abrasado y desvanecido, a su alrededor nuevos brotes verdes, ajos, dientes de leon y treboles iluminaban las zonas de hierba exhaustas por el invierno, y los pajaros exploraban en arcos fugaces y nerviosos el medio invisible que los sostenia.
A sus sesenta y tres anos, Jack Levy se levanta entre las tres y las cuatro de la madrugada con un regusto de miedo en la boca, seca por el aire que se le ha escapado mientras sonaba. Tiene suenos siniestros, impregnados de las miserias del mundo. Lee el agonizante diario local, casi sin publicidad, el
Su esposa, Beth, una ballena cuyas grasas dejan escapar demasiado calor, respira trabajosamente a su lado; el interminable aranazo de sus ronquidos es como una prolongacion en la inconsciencia del sueno de sus monologos diarios, de su prodiga chachara. Cuando con furia reprimida Levy le da con la rodilla o con el codo, o suavemente acoge en la palma de la mano una nalga que el camison deja al descubierto, entonces ella se queda docilmente en silencio y el teme haberla despertado, haber roto el voto tacito entre dos personas que han acordado, da igual hace cuanto, dormir juntas. Solo quiere ayudarla, con un empujoncito, a llegar al nivel de sueno en que la respiracion deje de vibrar en su nariz. Es como afinar el violin que tocaba de joven. Un nuevo Heifetz, un nuevo Isaac Stern: ?es eso lo que esperaban sus padres? Los decepciono: un segmento de desdicha que coincide con las del mundo. A sus padres les dolio. Les dijo en tono desafiante que dejaba las clases. Le interesaba mas la vida de los libros y las calles. Tenia once anos, quiza doce, cuando se planto; nunca mas volvio a coger un violin, aunque a veces, al oir en la radio del coche un fragmento de Beethoven, un concierto de Mozart o la musica cingara de Dvorak que habia interpretado en versiones simplificadas, Jack se sorprende al sentir que la digitacion intenta revivir en la mano izquierda, contrayendose en el volante como un pez moribundo.
?Por que mortificarse? Ha hecho las cosas bien, mas que bien: mencion especial en el Central High, promocion del 59, antes de que fuera como una carcel, cuando todavia era posible estudiar y enorgullecerse de recibir los elogios de los profesores. Se tomo en serio los cursos en el City College de Nueva York, primero desplazandose