para que no decida sobreseer las diligencias.
Si la senora magistrada-jueza hubiera asistido por la manana a una conversacion a tres bandas no le habria hablado asi al inspector Rojas. Pero la ilustrisima senora magistrada-jueza desconocia que, una hora antes de personarse en el Juzgado, Nekane Larrondo habia sido abordada por dos hombres que le habian recordado que tenia un hijo pequeno y que para evitarle problemas no debia crearselos tampoco a ellos.
Josune Larrazabal, la joven magistrada-jueza del Juzgado n? 1, habia intentado consolar a la declarante cuando delante de ella se puso a llorar, pero su voluntarioso gesto no habia prosperado, quiza porque no sabia que cuando Nekane Larrondo sollozaba en su Juzgado no lo hacia en memoria de su difunto marido. Lloraba porque habia visto a sus asesinos cara a cara y no se atrevia a denunciarlos, no podia denunciarlos.
8
James Goldsmith estaba habituado, por razon de su profesion, a introducirse en ambientes muy diferentes, asi como a adaptarse a cualquier tipo de situacion que se le presentara, pero mientras franqueaba la puerta de aquel lujoso club privado de Washington no podia evitar sentirse intimidado. Aunque se habia puesto su mejor traje y la corbata menos chillona que habia encontrado en su vestuario, la despectiva mirada que le habia dirigido el portero negro del club desde su elegante librea colonial le indicaba a las claras que su sitio no era aquel y que tan solo por unos momentos, gracias a su bondad y conmiseracion, se le habia permitido acceder al sacrosanto recinto donde se refugiaba la elite de la sociedad, lejos de insectos como el propio Goldsmith y demas gente de su calana. Una vez en el interior del club su desasosiego fue en aumento segun iba vislumbrando los retratos colgados en el vestibulo de quienes tenian todo el aspecto de haber sido autenticos proceres de la patria. Daba la sensacion de que las miradas cenudas y patibularias que podian observarse en la mayoria de los cuadros iban dirigidas a el por atreverse a violar la intimidad del recinto.
Un anciano que parecia salir de uno de esos cuadros, incluyendo la corbata de lazo negra, le rescato proporcionandole una calurosa bienvenida.
– Senor Goldsmith, me alegra que sea usted puntual. Es un buen comienzo, ?no le parece? ?Que opina de nuestro pequeno club? No es de los mas lujosos, pero en el se respira sosiego y tranquilidad, que es a lo mas que puede aspirar un anciano como yo. Pero, por favor, acompaneme, he reservado un pequeno saloncito para que podamos hablar con total tranquilidad.
James Goldsmith no habia coincidido nunca con su anfitrion, pero le conocia sobradamente de referencias. El anciano obsequioso que le habia recibido se llamaba Cameron DeFargo, y aunque nunca habia sido mencionado por las revistas financieras como uno de los hombres mas ricos del planeta, lo era, pero al modo de los antiguos patricios de Nueva Inglaterra, sin ostentaciones ni alharacas. Sabia asimismo que el hombre que acababa de saludarle no le habia invitado para deslumhrarle con su magnificencia, sino por un motivo muy diferente. Cameron DeFargo habia sido fundador y jefe maximo de la Agencia Central de Inteligencia, organizacion mas conocida internacionalmente por sus siglas en ingles, CIA, en la que pese a sus maneras aristocraticas y refinadas habia ejercido el control con mano dura y despiadada, y conservaba aun gran parte de su influencia. De el se decia que no habia nombramiento en la Agencia que no recibiera previamente su visto bueno. Y ese hombre, esa leyenda mas bien, era quien le habia citado y quien, mientras Goldsmith se entregaba a esos pensamientos, le hacia pasar a lo que pese a haber sido calificado de saloncito era una estancia en la que cabia todo un regimiento de marines y le invitaba a tomar asiento en una butaca que en aparente contradiccion con su aspecto del siglo pasado resulto ser la mas comoda de todas las que habia disfrutado Goldsmith en su vida.
– ?Desea beber algo, senor Goldsmith? -pregunto DeFargo haciendo honor a la hospitalidad que se supone a los de su clase-. Le recomiendo un whisky de Kentucky elaborado en una destileria clandestina de mi propiedad. Si, ya se que suena raro, pero no es sino el capricho de un viejo al que se le aguantan displicentemente sus rarezas. Privilegios de la edad. Estoy convencido de que la policia local esta al tanto de la existencia de la destileria, pero cierran los ojos por respeto a mis canas.
Goldsmith sabia que quien decia eso tenia participaciones e incluso el control de una de las mas importantes fabricas de licores del pais, pero no hizo ningun comentario, limitandose a aceptar la invitacion de su anfitrion. DeFargo sirvio dos generosos tragos en unas copas hermosamente talladas de cristal de Bohemia (eso al menos suponia Goldsmith, intimidado por el ambiente, ya que de hecho no distinguia el cristal de Bohemia del de cualquier otro lugar del mundo) y despues de paladearlo con satisfaccion y comprobar que su invitado hacia lo mismo, volvio a hablar.
– Odio los preambulos tediosos, senor Goldsmith, asi que doy por supuesto que usted sabe quien soy y la posicion que he desempenado en la organizacion a la que usted pertenece.
– Asi es, senor DeFargo.
– Bien, en ese caso me imagino que estara al tanto de los rumores que circulan acerca de mi influencia actual en la misma.
– Algo he oido decir, si -contesto Goldsmith dubitativo, sin comprometerse excesivamente.
– Son rumores algo exagerados, pero que quiza tengan algun punto de verdad. Debo reconocer que a menudo el presidente, en consideracion a los servicios prestados y a la amistad que tuve con su padre, me consulta de modo protocolario sobre algunas decisiones y nombramientos, y yo procuro asesorarle lealmente. Una de las ultimas veces que hable con el fue cuando hubo que elegir al sustituto de su antiguo jefe, Tomas Zubia. ?Se extranaria si le dijera que uno de los nombres que se barajaron fue el suyo?
– Sinceramente, no se que decir a eso -contesto azorado Goldsmith, que habia estado al tanto de ciertos rumores y que habia aspirado a sentarse en el sillon de Zubia, ya que consideraba que contaba con meritos suficientes para ello.
– Por favor, senor Goldsmith, no me decepcione, le he invitado para hablar con total sinceridad. Usted estaba al corriente de esa posibilidad y deseaba fervientemente ocupar el cargo. No tiene que negarlo ni disculparse por ello; encuentro totalmente legitimo que alguien de su valia quiera acceder a un puesto para el que se considera totalmente capacitado. De hecho, quien debe pedir disculpas soy yo, porque si no hubiera sido por mi usted tal vez estaria hoy en el lugar de su antiguo jefe. ?Se sorprende quiza?
– La verdad es que no esperaba esto -dijo Goldsmith mientras su cara reflejaba la sinceridad de sus palabras.
– Lo supongo. Tiene que ser dificil admitir que alguien le diga que ha estado a punto de acceder a un cargo importante y que por su culpa no lo ha conseguido; pero al tiempo que le reitero mis disculpas, quiero asegurarle que no ha habido ningun tipo de maldad en mi accion, todo lo contrario, e incluso le aseguro que ese puesto va a ser para usted en un corto plazo de tiempo, seis u ocho meses como maximo.
– Sinceramente tengo que decirle, con todo el respeto posible, que esas afirmaciones me estan dejando totalmente estupefacto.
– Lo comprendo, pero si usted ha oido hablar de mi sabra que nunca digo nada a tontas ni a locas. En confianza, y con esa sinceridad de la que antes ha hecho gala, ?que piensa de su nuevo jefe?
– Bueno, todavia acaba de aterrizar, como quien dice; aun es pronto para juzgarle.
– No esta siendo sincero, senor Goldsmith. En realidad usted sabe, lo mismo que yo, que es un desastre sin paliativos, cosa que por otra parte ya sabia cuando propuse su nombramiento. Si, no me mire tan extranado, parece mentira que con el trabajo que desempena sea usted tan ingenuo a veces. La politica es asi, y en muchas ocasiones los objetivos que se persiguen se consiguen indirectamente. Aunque tengo una pequena influencia en las decisiones presidenciales, no soy la unica persona a la que la Casa Blanca debe contentar. Concretamente, una persona que habia colaborado generosamente en la campana electoral presiono para que ese puesto lo ocupara alguien de su confianza y presento tres candidatos. En lugar de luchar porque designaran a mi candidato, que era usted precisamente, decidi cambiar de tactica e intervine para que fuera nombrado el mas incapaz de los tres candidatos que habia presentado el otro asesor presidencial. De ese modo mataba dos pajaros de un tiro: el presidente habia cumplido con su desprendido patrocinador y yo conseguia que se designara a alguien tan incompetente que dentro de poco tiempo no habra mas remedio que destituirle. Entonces sera mi turno, es decir, su turno, si le sigue interesando ocupar el puesto.
– Por supuesto que si -contesto Goldsmith entre admirado y extranado-, pero me gustaria saber por que me esta ofreciendo ese puesto y a cambio de que.