aparte de «por favor» y «gracias». Durante la comida, de la que monsieur Roulin comento que era la mejor que habia tomado en meses, monsieur Bellot mostro una expresion perpleja, sonadora y luego seria, como si estuviera manteniendo un animado dialogo interno. Todas las cosas de las que carecia monsieur Roulin, parecian estar duplicadas en monsieur Bellot: sus dientes eran enormes, como los de un asno, su pelo formaba un matojo despeinado alrededor de la cabeza y sus extremidades eran tan largas que no tenia necesidad de estirarse para coger la jarra de agua que se encontraba en mi extremo de la mesa.

Ghislaine estaba sentada a mi lado. Me sorprendia que alguien que trabajaba en la lonja de pescado pudiera oler tan bien. Su piel despedia un aroma suave a melocotones frescos y el pelo le olia como el suntuoso aceite de oliva que se utilizaba para producir jabon de Marsella. Guino los ojos a modo de sonrisa cuando monsieur Roulin me sorprendio mirandole el munon y exclamo:

– ?Fue un tiburon tan grande como un transatlantico junto a la costa de Madagascar!

Percibi por las risas y el intercambio de miradas de los otros comensales que aquella historia no era cierta. El angulo de amputacion era demasiado limpio, por lo que debia de ser la consecuencia de un accidente con una maquina o de una operacion quirurgica realizada por un medico. No le mire el munon con repugnancia, sino con interes. La cicatriz retorcida del ojo de mi padre me habia ensenado que las desfiguraciones externas no lograban acabar con los corazones que albergaban bondad.

Despues de que lavara los platos, tia Augustine me puso a hacer el resto de mis tareas diarias, que incluian vaciar el cubo con tapa de la planta superior en el inodoro del patio. A continuacion, paso el dedo por el aparador del comedor y examino la marca de polvo que se le habia quedado en la punta.

– Quita el polvo desde la planta de abajo hacia arriba -me dijo, como si yo tuviera la culpa del estado descuidado en el que se encontraba la casa-. Haz la habitacion de monsieur Bellot primero, despues barre el suelo de la habitacion de Ghislaine cuando se marche al trabajo. La habitacion de monsieur Roulin la limpia su hija. Y no te preocupes por el cuarto piso. Esa no quiere que «mangoneen» entre sus cosas.

?Esa? Otro misterioso comentario sobre la mujer que se alojaba en el cuarto piso, cuya mera mencion causaba la incomodidad de tia Augustine, aunque no le importara cobrarle el dinero del alquiler.

– Yo descanso durante las tardes, pero volvere a bajar para supervisar la cena -me anuncio tia Augustine, agarrandose al pasamanos y avanzando lentamente escaleras arriba.

El suelo de la cocina parecia arenoso bajo mis pies cuando fui a buscar la escoba. Me horrorice solo de pensar en cocinar otra comida en un lugar tan insalubre. A pesar de que tia Augustine me habia ordenado que empezara quitando el polvo, primero limpie la cocina. Llene un cubo con agua, la calente en la estufa y fregue la mesa y las encimeras con agua jabonosa, fantaseando con la misteriosa huesped de la planta de arriba mientras trabajaba. Al principio me imagine una arrugada anciana de la edad de mi tia, postrada en la cama con un rostro hundido y enfermizo. Era una antigua rival, en amores o en gastronomia, que habia caido en desgracia y tia Augustine la estaba dejando debilitarse entre la suciedad y la inanicion. A medida que progresaba con la limpieza del suelo, el rostro de la anciana se suavizo y las arrugas desaparecieron. Una de sus piernas se atrofio y se transformo en una mujer tullida proveniente de una acaudalada familia que se avergonzaba de la afliccion de la mujer, y pagaban a tia Augustine para que la alojara. Senti un cosquilleo de curiosidad. Quiza era una pariente -una Fleurier desconocida- que tia Augustine mantenia escondida y que se negaba a reconocer como sangre de su sangre.

Estaba tan absorta en aquellas descabaladas historias y en el sonido, ?chhh!, ?chhh!, ?chhh!, que producia el cepillo con el que estaba frotando las baldosas, que al principio no me di cuenta del crujido de una puerta al abrirse y el golpe que produjo al cerrarse. Despues, oi que alguien tarareaba. Pare en seco lo que estaba haciendo y levante la vista. La voz era clara y saltaba de nota en nota como una mariposa yendo de flor en flor. Estaba cantando el tipo de tonadilla repetitiva que tocaria un acordeonista en una feria. Al ritmo del tarareo, escuche pasos saltando escaleras abajo. Clac, clic, clac, clic. Pertenecian a una mujer, pero eran demasiado ligeros como para ser de tia Augustine o de Ghislaine. Las pisadas alcanzaron el rellano y percibi el tintineo de joyas y un repiqueteo parecido al del arroz cuando se agita dentro de un bote.

Me levante y me alise el pelo y la falda. Tenia el delantal y el dobladillo del vestido chorreando, pero no pude resistir la tentacion de aprovechar la oportunidad de ver quien era. Me escurri el agua del delantal, me frote los zapatos con el trapo que habia estado utilizando para limpiar y corri hacia la puerta principal. Pero mientras cruzaba el comedor, se me engancho el tacon del zapato en la alfombra. Me tropece y me cai contra el aparador, desperdigando las tazas y los platos, aunque afortunadamente no se rompio ninguno. Me recompuse y recoloque la porcelana, pero alcance el recibidor un segundo tarde. Lo unico que logre vislumbrar fue un vestido bordado de color marfil deslizandose por la puerta. Un toque de aceite de ylang-ylang flotaba en el ambiente.

En diciembre, la brisa del oceano era aspera y enrojecia la piel, como los dedos de mis manos de restregar las capas de polvo y suciedad de los estantes, los armarios y las tablas del suelo de la casa de tia Augustine. Tenia calambres en los musculos y dolor en los hombros de arrastrar los pesados muebles para llegar a las esquinas llenas de polvo y para limpiar las telaranas que llevaban anos colgando de las esquinas. Ghislaine asentia para demostrar su aprobacion por el brillo del recibidor y el resplandor de las baldosas del cuarto de bano, que todavia apestaban a la lejia que habia utilizado para acabar con el moho alojado en la lechada. Tia Augustine simplemente levanto la barbilla y comento:

– A los pomos de las puertas les falta lustre y aun puedo ver una capa de suciedad en el bano.

Me arremangue las deshilachadas mangas de mi vestido de invierno y me arrodille a frotar, pulir y enjabonar todo otra vez, demasiado atemorizada como para decirle a mi tia que habia zonas de su casa que estaban tan destartaladas que por mucho que las frotara y las limpiara, no lograria adecentarlas.

El dolor por la muerte de mi padre se me iba pasando lentamente, pero se debia mas a lo exhausta que me sentia por aquel duro trabajo que a que realmente lo estuviera aceptando. Por las noches me acurrucaba bajo la fina sabana de mi cama, escuchando los silbidos del radiador que expedia un calor erratico al aire. Me apestaba el pelo a sal y se me quedaba el aceite de linaza entre las puntas de los dedos. Me raspaba la mugre que se me metia bajo las unas y me peinaba para reducir la suciedad del pelo todas las noches, pero el bano que me permitian darme una vez a la semana no me libraba de aquellos olores. Parecian haberseme filtrado a traves de los poros de la piel.

«Tiene que haber algo mas alla de esto», me decia a mi misma. Los pocos minutos antes de quedarme dormida eran el unico momento que tenia para pensar y hacer planes. Tia Augustine decia que alojarme le costaba «un ojo de la cara» y que por eso no podia pagarme un sueldo. Ni siquiera tenia dinero para jabon o para mandar cartas a mi familia. Se me ocurrio que no estaba en modo alguno obligada a quedarme con tia Augustine, excepto porque mi madre y mi tia me habian suplicado que tratara de hacerlo lo mejor posible.

– He oido que pueden sucederles cosas terribles a las muchachas que estan solas en Marsella -me habia advertido tia Yvette-. Espera hasta que Bernard pueda enviarte algo de dinero.

Anhelaba la belleza, pero era monotonia lo unico que me rodeaba. Lo primero que veia todas las mananas al levantarme eran los barrotes de la ventana, las grietas que recorrian las paredes y las manchas de las tablas del suelo. En la finca abria los ojos por la manana para contemplar los campos y para que la brisa aromatizada por la glicinia y la lavanda me acariciara hasta despertarme. En casa de tia Augustine el hedor a agua de mar ascendia desde el suelo, asi que a veces sonaba que estaba atrapada en el camarote de un barco. En la finca me despreocupaba de las labores domesticas, porque la belleza natural no se malograba por unas pocas prendas desordenadas o una cama mal hecha. Pero en Marsella lo que me rodeaba era tan desagradable que me converti en una maniatica del orden, aunque mis intentos por embellecer aquella casa cayeron siempre en saco roto. No parecia importar lo mucho que yo ordenara y limpiara, los muebles seguian teniendo un aspecto desvencijado y, debido a la insistencia de tia Augustine de tener cerrados los postigos de las ventanas incluso en invierno, todo era depresivamente oscuro. Ghislaine se mostraba respetuosa ante mis

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