comprendia que ambas perteneciamos a los Fleurier, por nuestras venas corria la misma sangre. Pero antes de que pudiera abrir la boca, anuncio:

– Tres comidas diarias. Y controla lo que comes: tu no eres un huesped.

Senalo un trozo de papel clavado en el marco de la puerta.

– Los demas ponen sus nombres ahi para que sepas si se quedan a comer. Monsieur Roulin siempre esta aqui y la de arriba no esta nunca. Y de todas maneras yo jamas sentaria a la mesa a alguien asi.

– ?La de arriba? -le pregunte.

Tia Augustine levanto la mirada hacia el techo y yo la imite, para ver que estaba mirando. Pero aunque yo solo veia telaranas, me dio la impresion, por el ceno fruncido pintado en su rostro, de que se estaba refiriendo a algo maligno. El siniestro sonido de «la de arriba» aun resonaba en el aire.

– Bueno -exclamo tia Augustine, quitandome bruscamente la taza vacia y colocandola boca abajo sobre el plato-, te voy a ensenar tu habitacion. Quiero que estes en pie manana a las cinco para ir a la lonja de pescado.

No habia comido nada desde la salchicha en el tren, pero me sentia demasiado atemorizada como para confesar que tenia hambre.

Mi habitacion se encontraba en la parte trasera del edificio, directamente al lado de la cocina. La puerta estaba combada y, cuando la empuje para abrirla, el borde arano el suelo. Se veia claramente una marca en forma de semicirculo que trazaba el movimiento habitual de la puerta. Me dio un vuelco el corazon al ver las paredes de cemento. El unico mobiliario que habia era una silla de aspecto desvencijado en una esquina, un armario y una cama, cuyo edredon tenia manchas de moho. A traves de la mugre de la ventana enrejada, vi el cobertizo del inodoro y un jardin de especias que necesitaba una buena limpieza.

– Volvere dentro de una hora para explicarte tus quehaceres -anuncio tia Augustine, cerrando la puerta tras ella.

No se comportaba en absoluto como si fuera pariente mia. No era mas que mi jefa.

En el dorso de la puerta habia una lista de tareas. El papel en el que estaba garabateada habia amarilleado con el tiempo. «Limpiar las baldosas con aceite de linaza y cera de abejas. Sacudir la ropa de cama. Fregar el suelo…»

Me pregunte cuanto tiempo habria pasado desde que alguien habia hecho aquellas cosas o que una sirvienta habia ocupado aquella lobrega habitacion. Me deje caer en la silla, contemple la estancia y las lagrimas me cayeron por las mejillas cuando compare la calidez de mi padre con la frialdad de mi tia abuela. Eche un vistazo al colchon hundido. La sencilla cama que tenia en casa de repente parecia un divan digno de una reina. Cerre los ojos y me imagine a mi misma tumbandome en ella, pegando las rodillas al pecho y haciendome un ovillo hasta desaparecer.

La primera comida que tuve que preparar fue el almuerzo del dia siguiente. La cocina era tan deprimente como mi habitacion. Las baldosas y las paredes enfriaban el ambiente, cosa que empeoraba debido a que una corriente de aire entraba por el vidrio roto de una ventana. Tia Augustine se apretujo en una silla de mimbre para supervisarme mientras sumergia sus hinchados pies en un barreno de agua tibia. Le eche unas gotas de aceite de lavanda y le explique que aquello ayudaria a relajarle la inflamacion. El aroma floto por el ambiente, contraponiendose al hedor a pano enmohecido de la cocina. Me imagine los campos de lavanda ondeando por la brisa y el murmullo de sus multiples capas color purpura bajo la moteada luz del sol. Casi podia oir a mi padre cantando suavemente Se canto, y estaba a punto de unirme a el para tararear el estribillo cuando tia Augustine rompio el encantamiento:

– ?Presta atencion, nina!

Cogi una de las sartenes de su gancho. El mango estaba grasiento y el fondo tenia una costra de comida. Le pase un pano mientras tia Augustine no miraba. Poco antes, me habia resultado insoportable cuando me envio al sotano a por vino. La puerta de la bodega se abrio con un crujido y lo unico que alcance a ver fue una telarana con una negra arana colgando de ella. La quite con una escoba y avance lentamente hacia el interior de aquel espacio sofocante, con solo una luz como guia. El sotano apestaba a barro y habia heces de rata en el suelo. Se me puso la piel de gallina y me asuste al imaginarme que pudieran morderme. Me aterrorizaba solo de pensar en ello, porque Marsella era famosa por sus enfermedades, un peligro tipico de cualquier ciudad portuaria desde los tiempos de la peste negra. Cogi las dos primeras botellas polvorientas que me encontre, sin pararme a comprobar cual era su contenido.

Saque agua de la bomba que se encontraba en el exterior, junto a la puerta de la cocina, y despues eche un vistazo a la cesta de las verduras en la encimera. Me sorprendio la calidad de aquellos productos. Los tomates aun tenian una piel tersa y roja, aunque era bastante tarde para que estuvieran de temporada; las berenjenas me parecieron consistentes cuando las sostuve entre las manos; los puerros eran frescos y las aceitunas negras tenian un aspecto suculento. En aquella sucia cocina, la fragancia de aquellos productos de buena calidad era tan bien recibida como un oasis en mitad del desierto.

Tia Augustine percibio mi admiracion.

– Siempre se ha comido bien aqui. Yo era famosa por ello. Aunque, por supuesto, ya no soy tan buena cocinera como antes -me dijo, levantando sus manos ganchudas.

La observe con detenimiento, tratando de encontrar a la mujer que habia tras aquel rostro adusto, la fogosa joven que desobedecio a sus padres y se escapo con un marinero. Detuve la mirada en sus anchos hombros y en la barbilla hombruna, pero en sus ojos solo percibi amargura.

Una vez que hube reunido los ingredientes, tia Augustine me grito las instrucciones por encima del ruido de las ollas humeantes y el siseo de las sartenes. A cada paso, tenia que llevarle la comida para que la inspeccionara: el pescado, para mostrarle que le habia quitado la piel correctamente; las patatas, para demostrar que habia hecho bien el pure; las aceitunas, para que comprobara que las habia picado bien, a pesar de que el cuchillo estaba poco afilado; incluso tuvo que confirmar que habia machacado el ajo siguiendo sus indicaciones.

A medida que progresaba la preparacion de la comida, el rostro de tia Augustine se fue sonrojando. Al principio, pense que se debia a que yo no estaba haciendo nada a derechas. «Saca eso, has cortado esas hojas como una verdadera paleta. Demasiado aceite, ve y reducelo, por Dios santo. ?Cuanta menta le has puesto a eso? ?Te has creido que te estaba pidiendo que prepararas un enjuague bucal?» Me daba la sensacion de que eran demasiadas quejas, sobre todo viniendo de una mujer que ni siquiera se tomaba la molestia de servir el te recien hecho. Pero a medida que aumentaba la temperatura de la estancia y sus instrucciones cada vez eran mas freneticas, vi que el color en sus mejillas provenia de la pasion interna que yo habia tratado de encontrar en ella antes. Era como un director de orquesta dirigiendo con la batuta las notas del pescado frito, la mantequilla y el romero para crear una sinfonia gastronomica. Ademas, los vapores aromaticos parecieron sacar a los inquilinos de sus habitaciones. Escuche voces y pasos que bajaban las escaleras casi treinta minutos antes de la hora fijada para el almuerzo.

A la mesa puesta, nos sentamos cinco comensales en total. Ademas de tia Augustine y de mi misma, estaban Ghislaine, una mujer de mediana edad que trabajaba de pescadera, y los dos huespedes varones: monsieur Roulin, un marinero jubilado, y monsieur Bellot, un profesor principiante en un instituto para chicos. Monsieur Roulin tenia un hueco donde deberian haber estado sus dos incisivos, apenas contaba con un par de mechones de pelo sobre la parte posterior de un cuello moteado de manchas oscuras y le faltaba el antebrazo izquierdo, amputado desde el codo. Agitaba el extremo fruncido del munon mientras hablaba con una voz que sonaba como una maquina a la que le hiciera falta que la engrasaran.

– Es agradable tener a una joven senorita a la mesa. Su piel es tan oscura como la de una frambuesa, pero aun asi, es bonita.

Sonrei educadamente, comprendiendo por mi posicion en la esquina mas baja de la mesa, cerca de la puerta de la cocina, que yo no era mas que una sirvienta y que no debia inmiscuirme en la conversacion.

Monsieur Bellot se estiraba del lobulo de la oreja y no decia nada

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