taxi.

– Pero no tengo dinero para un taxi -replique.

Se acerco mas a mi y sonrio con unos dientes que parecian los de un tiburon. Podia oler el hedor a whisky de su aliento. Me recorrio un escalofrio y me escabulli entre la multitud. Habia una mujer junto a la entrada de la estacion que vendia miniaturas de la iglesia de Notre Dame de la Garde, la basilica abovedada cuya torre del campanario tenia en su parte superior una estatua dorada de la Virgen. Sabia que, en principio, la madre de Cristo guardaba a todos aquellos que se perdieran en el mar. Si hubiera tenido dinero, habria comprado una de aquellas miniaturas con la esperanza de que tambien me guardara a mi.

– Coge el tranvia -me dijo la mujer cuando le pregunte como llegar al Vieux Port.

Me abri paso hasta el lugar en el exterior de la estacion en el que la mujer me habia indicado que tenia que esperar. Un ruido tan fuerte como un trueno me sobresalto y, cuando levante la mirada, vi el tranvia desplazandose a toda velocidad hacia la parada. En los laterales y la parte frontal y trasera se aferraban docenas de chiquillos descalzos con las caritas sucias. El tranvia se detuvo y los muchachos se apearon de un salto. Le entregue al revisor las monedas que mi madre me habia dado y tome asiento detras del conductor. Mas gente se apino en el interior del vehiculo y otros ninos -y tambien algunos adultos- se asieron de los laterales. Posteriormente, me entere de que asi se podia viajar gratis. El tranvia arranco, cogiendo velocidad gradualmente y balanceandose de un lado a otro. Yo me aferre con fuerza a la ventanilla con una mano y al borde de mi asiento con *a otra. Marsella era un lugar diferente a todos los que habia visto antes y estaba segura de que no habria podido imaginarmelo ni en un millon de anos. Era un mosaico de esplendidos edificios con tejados de azulejos y elegantes balcones, junto a casas de desgastados postigos de madera y manchas de humedad que cubrian sus paredes. Era como si un terremoto hubiera mezclado un rompecabezas de diferentes pueblos y ciudades.

El tranvia no tenia luna en el parabrisas delantero y una rafaga de aire fresco me recorrio el cuero cabelludo y las mejillas. Era de agradecer que la ventilacion fuera buena porque el hombre sentado junto a mi apestaba a cebolla y a tabaco rancio.

– ?Acabas de llegar? -me pregunto, observando la expresion preocupada que se me pinto en el rostro cuando el tranvia chirrio y doblo a toda velocidad una esquina.

Asenti con la cabeza.

– Bueno -me dijo, echandome su asqueroso aliento en la cara-, pues bienvenida a Marsella: hogar de ladrones, asesinos y putas.

Me alegre de llegar finalmente al Vieux Port. Me temblaban las piernas como si hubiera pasado meses en el mar. Me colgue el hatillo de ropa al hombro. Los ultimos rayos de sol brillaban sobre el Mediterraneo y el cielo era de color aguamarina. Nunca antes habia visto el mar y aquella imagen, con las gaviotas graznando sobre mi cabeza, me produjo un cosquilleo en los dedos de los pies.

Anduve por el Quai des Belges, pase por delante de africanos que vendian especias color dorado y ocre y baratijas de cobre. Sabia que existian negros por los libros que tia Yvette me habia dado para leer, pero nunca los habia visto con mis propios ojos. Me fascinaban sus unas blancas y las palmas de sus manos claras, pero recorde como me habian tratado las mujeres del tren y procure no quedarme mirandoles fijamente esta vez. Continue recorriendo el puerto hasta el Quai de Rive Neuve. Los cafes y los bistros estaban abriendo sus puertas para la noche y el ambiente olia a sardinas asadas, a tomillo y a tomate. El aroma me produjo hambre y melancolia al mismo tiempo. Mi madre y mi tia ahora estarian preparando la cena, y me pare durante un momento para imaginarmelas poniendo la mesa. Apenas las habia dejado esa misma manana y ya eran para mi como los personajes que pueblan los suenos. Una vez mas, se me llenaron de lagrimas los ojos, tanto que casi no podia ver el laberinto de callejuelas estrechas por el que iba andando. Las alcantarillas estaban llenas de raspas de pescado y los adoquines apestaban a desechos humanos. Una rata salio correteando de una grieta para darse un festin en la basura.

– ?No pases por aqui! -me grito una aspera voz femenina-. ?Esta es mi esquina!

Me volvi para ver a una mujer acechando desde una puerta. En la penumbra solo alcance a vislumbrar sus raidas medias y el brillo rojizo de la brasa de un cigarrillo. Acelere el paso.

La Rue Sainte, donde se encontraba la casa de huespedes de tia Augustine, tenia la misma mezcla de arquitectura eclectica que el resto de la ciudad. Estaba compuesta de varias casas senoriales, construidas en los dias prosperos de Marsella como ciudad maritima, y terrazas achaparradas. La casa de mi tia era una de las ultimas y estaba unida a otra que despedia una mezcla de olor a incienso y detergente. Tres mujeres ligeras de ropa se asomaban inclinandose por una de las ventanas, pero por suerte ninguna me grito nada.

Me acerque a la puerta, levante la aldaba y la deje caer timidamente con un ruido sordo. Mire hacia arriba y vi las ventanas incrustadas de salitre, pero no habia ninguna luz en ellas.

– ?Intentalo otra vez! -me sugirio una de las mujeres-. Esta medio sorda.

No me atrevi a levantar la vista hacia la mujer, pero segui su consejo. Cogi la aldaba y la hice oscilar con fuerza. Golpeo la madera con una sacudida tan energica que temblaron los marcos de las ventanas y resono por toda la calle. Las mujeres se echaron a reir.

Esta vez escuche una puerta que se abria en el interior de la casa y unos pasos que bajaban pesadamente las escaleras. El pestillo chasqueo y se abrio la puerta. Aparecio ante mi una anciana. Su rostro unicamente estaba compuesto por angulos, con una nariz ganchuda y una barbilla tan puntiaguda que hubiera podido utilizarla de azadon para cultivar un jardin con ella.

– ?No hace falta armar tanto jaleo! -me espeto, frunciendo el ceno-. ?No estoy sorda!

Di un paso atras y casi me tropece.

– ?Tia Augustine?

La mujer me examino de pies a cabeza y parecio llegar a una conclusion desagradable.

– Si, soy tu tia abuela Augustine -me dijo, cruzando sus gruesos brazos sobre el pecho-. Limpiate las botas antes de entrar.

La segui por el recibidor, que tenia una alfombra raida, dos sillas y un piano polvoriento, hasta el salon. Una mesa, un armario de cristal y un aparador se apinaban en aquella estancia. Cuadros de hazanas marinas desentonaban con el papel pintado a rayas. La unica luz natural provenia de la ventana de la cocina contigua. Habia una lampara de pantalla con flecos que pendia sobre la mesa y supuse que tia Augustine la iba a encender para nosotras. Pero no lo hizo y nos sentamos a la mesa en la penumbra.

– ?Quieres te? -me ofrecio, senalando la tetera y unas tazas mal emparejadas que habia junto a ella.

– Si, por favor.

Tenia la garganta seca y se me hizo la boca agua solo de pensar en una tisana balsamica. Casi podia sentir la suave camomila recorriendome la garganta o un toque refrescante de romero humedeciendome la lengua.

Tia Augustine cogio el asa de la tetera con sus dedos nudosos y sirvio el te.

– Toma -me dijo, empujando una taza y un plato hacia mi.

Observe el liquido oscuro. No despedia ningun aroma y cuando lo probe, descubri que estaba frio y sabia a agua sucia. Debia de haber sobrado de la manana o incluso de dias anteriores. Me bebi el te porque tenia sed, pero los ojos me escocieron por las lagrimas. ?No podria haberme preparado tia Augustine una tetera nueva? Parte de mi habia albergado la esperanza de que la tia fuera mas como mi padre y menos como tio Gerome.

Tia Augustine se acomodo en su asiento y se arranco un pelo de la barbilla. Yo me sente erguida con los hombros rectos, decidida a darle otra oportunidad. Seguramente la tia

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