Cuando abri los ojos, estaban despuntando las primeras luces del dia en el cielo. Tenia la garganta seca. Me frote la cara con las palmas de las manos, sin saber si lo que habia visto habia sido real o un sueno.

Me puse el vestido, baje de puntillas las escaleras y pase frente a la habitacion de mis padres. Mi madre y mi padre estaban dormidos. Puede que yo no hubiera heredado los poderes de mi madre, pero si tenia su curiosidad. Me deslice hasta el final del patio, cerca del muro donde crecian los almendros. Con el verano, la hierba era alta y apacible. Mire bajo los arboles y plantas en busca de algun rastro que hubieran podido dejar los intrusos, pero no encontre nada. No habia coronas de hierbas trenzadas, fragmentos de hueso o amuletos de piedra. No habia ni rastro de ningun objeto magico. Me encogi de hombros y me di la vuelta para marcharme, pero entonces vi un destello por el rabillo del ojo. Alargue la mano y toque la rama mas baja de uno de los arboles. Enredado entre las hojas, habia un solitario hilo rojo.

La palida piel de mi tia y mis largas piernas no nos dispensaron del trabajo ligado a la destilacion. Mi padre y tio Gerome, con los rostros contorsionados por el esfuerzo, sacaron del alambique con la ayuda de un cabrestante un humeante cilindro de tallos de lavanda comprimidos. Mi madre y yo nos apresuramos a deshacer el monticulo de tallos con nuestros rastrillos y los extendimos sobre esteras antes de ponerlos al sol para que se secaran.

– No hay tiempo que perder -nos indico mi padre-. Con el nuevo alambique podemos utilizar esos tallos como combustible en cuanto esten secos.

Mi madre y yo les dimos la vuelta a los tallos cortados de lavanda para evitar que fermentaran mientras tia Yvette ayudaba a los hombres a introducir a presion la siguiente carga en el alambique. Cuando se lleno del todo, mi padre me pidio que saltara sobre el para comprimir los tallos y «?traernos buena suerte!».

– Esta demasiado delgaducha como para hacerlo bien -se burlo tio Gerome, pero aun asi estiro los brazos para ayudarme a meterme en el alambique-. Ten cuidado con las paredes -me advirtio-: Estan ardiendo.

Tradicionalmente, se dice que la lavanda levanta el animo: me pregunte si el delicioso aroma que flotaba en el aire seria capaz de mejorar incluso el caracter de tio Gerome.

Pise firmemente la lavanda, sin preocuparme por los aranazos en las piernas o por el calor. Si funcionaba el plan de mi padre y Bernard de cosechar y destilar lavanda de manera comercial, mi padre podria reclamar su parte de la finca. Con cada una de mis pisadas, me imaginaba que estaba contribuyendo a que el pudiera dar un paso mas hacia su sueno.

Despues de que tio Gerome me ayudara a salir del alambique y cerrara hermeticamente la tapa, mi padre bajo por la escalerilla hasta el piso inferior. Escuche como avivaba el fuego.

– Ya se ve, desde la primera carga, que el aceite es bueno -aseguro, sonriendo abiertamente, cuando regreso.

Tio Gerome se froto el bigote.

– Sea bueno o no, ya veremos si se vende bien.

A mediodia, despues de la cuarta carga, mi padre ordeno que hicieramos un descanso. Nos echamos sobre la paja humeda o nos sentamos en cuclillas. Mi madre humedecio trozos de pano y nos los pusimos sobre nuestros ardientes rostros y palmas de las manos.

En el exterior sono un motor y salimos al patio a recibir a Bernard. En el asiento del copiloto venia monsieur Poulet, el alcalde de la aldea y dueno del cafe local. En el asiento de atras estaba la hermana de monsieur Poulet, Odile, con su marido, Jules Fournier.

– Bonjour! Bonjour! -saludo monsieur Poulet, bajandose del automovil y secandose el sudor de la cara con un panuelo.

Se habia puesto el traje negro que reservaba para los actos oficiales.

Le quedaba demasiado pequeno y le apretaba mucho los hombros, confiriendole el aspecto de una camisa colgada de la cuerda de tender.

Odile y Jules tambien se bajaron del coche y todos volvimos al interior de la destileria. Monsieur Poulet y los Fournier examinaron detenidamente el alambique, que era mucho mas grande que los que se habian estado utilizando en la region durante anos. Aunque ellos no eran agricultores, tenian interes en que nuestro negocio gozara de exito. Dado que tanta gente estaba abandonando Pays de Sault para marcharse a las ciudades, esperaban que la lavanda volviera a crear negocio en nuestra aldea.

– Voy a por una botella de vino -anuncio tia Yvette, encaminandose hacia la casa.

Bernard se ofrecio a ayudarla con los vasos. Los observe andando por el sendero, con las cabezas juntas. Bernard comento algo y tia Yvette se echo a reir. Mi padre me habia explicado que Bernard era una buena persona y que no estaba interesado en las mujeres del modo habitual, pero era tan amable con tia Yvette que a veces me preguntaba si no estaria enamorado de ella. Le eche una mirada a tio Gerome, pero estaba demasiado ocupado fanfarroneando sobre la capacidad del nuevo alambique como para darse cuenta de nada.

– Este es el tipo de alambique que utilizan las grandes destilerias de Grasse -explicaba-. Es mas eficiente que los portatiles que hemos estado usando hasta ahora.

Por su manera de hablar, cualquiera hubiera pensado que el alambique habia sido idea suya. Pero el era meramente el inversor, no el artifice: habia proporcionado el dinero para aquel caro alambique y se llevaria la mitad de los beneficios. No obstante, mi padre y Bernard habian calculado que si conseguian tres buenas cosechas consecutivas de lavanda lograrian pagar el alambique en dos anos y la finca en otros tres.

Odile olfateo el aire y se acerco a mi sigilosamente.

– El aceite huele muy bien -me susurro-. Espero que nos haga a todos ricos y que tu padre por fin pueda pagar sus deudas.

Asenti sin decir nada. Conocia demasiado bien la deshonra de la situacion en la que se encontraba mi familia. La finca se habia dividido entre los dos hermanos a la muerte de mi abuelo. Cuando mi padre se marcho a la guerra, tio Gerome le presto dinero a mi madre para mantener nuestra parte. Pero cuando mi padre regreso mutilado y la escasa pension de veterano de guerra no fue suficiente para pagar las deudas, tio Gerome reclamo la mitad de su hermano. Cuando mi padre se recupero, tio Gerome le dijo que podia volver a comprarle a plazos su parte de la finca con un interes anual. Era vergonzoso semejante comportamiento con la familia, cuando incluso el mas pobre de la aldea nos habia dejado cestas de verdura a la puerta de casa durante la enfermedad de mi padre. Pero ante mi padre no se podia pronunciar ni una sola palabra contra su hermano mayor.

– Si hubierais visto como le trataban nuestros padres, lo entenderiais -nos decia siempre-. No logro acordarme de ninguna situacion en la que alguno de los dos le dedicara una sola palabra de amabilidad. Para nuestro padre, Gerome guardaba demasiado parecido con su propio progenitor. Desde que mi hermano era un muchacho, lo unico que tenia que hacer para recibir una buena tunda era mirar a nuestro padre. Legalmente, la finca entera tendria que haber sido suya, pero por alguna razon nuestros padres siempre me favorecian a mi. No os preocupeis, le compraremos nuestra parte.

– ?Quien mas os va a traer su lavanda para que la destileis? -le pregunto Jules a mi padre.

– Los Bousquet, los Negre y los Tourbillon -contesto el.

– Y los demas tambien vendran cuando vean lo rentable que es - vaticino tio Gerome, levantando la barbilla, como si se estuviera imaginando a si mismo como un prospero hombre de negocios de la destilacion.

Monsieur Poulet arqueo las cejas. Quiza creyo que tio Gerome aspiraba a ser el nuevo alcalde.

La expresion de mi madre se transformo cuando fruncio el ceno y adivine lo que estaba pensando. Era la primera vez que tio Gerome hacia comentarios positivos sobre el exito del

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