pavoneaba como si lo supiera todo sobre la cosecha de lavanda, pero a menudo se volvia para mirar a Rosa -el nombre que le habia puesto a la madre de Goya- para ver como lo estaba haciendo ella. Al hombre fornido lo llame Fernandez. Podria haber sido el hermano gemelo de tio Gerome. Ambos hombres cargaban contra las matas de lavanda como un toro embiste contra el torero. El otro espanol era el padre de Goya, un gigante con aspecto amable que iba por su cuenta y trabajaba sin grandes aspavientos. Era el que habia descargado con tanto carino la guitarra. Lo llame Jose.

Tia Yvette atraveso la extension de matas de lavanda para dirigirse hacia nosotros.

– Sera mejor que empecemos a preparar la comida -anuncio.

Me levante y me sacudi la hierba del vestido.

– ?Tu crees que querra venir? -le pregunte, senalando a Goya.

Chocolat se habia acurrucado contra el hombro del chico y Olly se habia dormido en su regazo. Goya observo fijamente los mechones de cabello plateado que sobresalian del sombrero de mi tia. Yo estaba tan habituada a su aspecto que olvidaba que la gente se sorprendia la primera vez que veia a una mujer albina.

– Se cree que eres un hada -le dije.

Tia Yvette sonrio a Goya y le acaricio la cabeza.

– Parece contento aqui, creo que a su madre le gusta tenerlo a la vista.

Al atardecer, tomamos la cena en el patio que separaba nuestras dos casas y permanecimos alli hasta mucho despues de que cayera la noche. El aire tenia una consistencia espesa por la fragancia de la lavanda. Lo inhale y note su sabor en el fondo de la garganta.

Mi madre cosia una de las camisas de mi padre, iluminando la labor con una lampara a prueba de viento. Por alguna razon que solo ella conocia, siempre remendaba la ropa con hilo rojo, como si los rotos y descosidos fueran heridas en la tela. Mi madre tenia las manos llenas de cortes, pero los recolectores nunca se preocupaban por las pequenas heridas. El aceite de lavanda servia de desinfectante natural y aquellos cortes se curaban en cuestion de dias.

Tia Yvette y yo leiamos Los miserables. La escuela de la aldea habia cerrado hacia dos anos, cuando se amplio la via del ferrocarril y mucha gente se mudo a las ciudades, y sin el interes que mi tia sentia por mi educacion, yo habria terminado siendo tan analfabeta como el resto de mi familia. Tio Gerome lograba leer los libros de contabilidad y las instrucciones del fertilizante, pero mi madre no sabia leer ni una palabra, aunque sus conocimientos sobre hierbas y plantas eran tan extensos como los de cualquier farmaceutico. Mi padre era el unico capaz de leer el periodico. Se marcho a luchar en la Gran Guerra a causa de lo que habia leido en el.

– Los borrachos seguian cantando su cancion -lei yo en voz alta-, y la nina, bajo la mesa, cantaba la suya…

– ?Bof! -se burlo tio Gerome, hurgandose entre los dientes con la punta de un cuchillo-. ?Que a gusto estan unas que yo me se leyendo libros inutiles, especialmente cuando no se rompen el espinazo en el campo todo el dia!

Las manos de mi madre pararon de remendar en seco y cruzo una mirada conmigo. Los musculos del cuello se le pusieron en tension. Mi tia y yo nos acercamos a ella, recogiendo el borde de la tela y simulando que la estabamos admirando. Aunque ninguno podiamos enfrentarnos a tio Gerome, siempre nos apoyabamos cuando se burlaba de alguno de nosotros. Tia Yvette no podia trabajar en el campo por las caracteristicas de su piel. Una hora bajo el sol meridional le habria provocado quemaduras de tercer grado. Provenia del pueblo de Sault, y la supersticion que existia en torno a los albinos era la unica razon por la que una mujer atractiva e inteligente como ella habia terminado casandose con tio Gerome. El era lo bastante perspicaz como para darse cuenta de que, aunque mi tia no podia colaborar en el campo, lo compensaba con creces como cocinera y ama de casa, pero nunca le oi reconociendole ningun merito. En cuanto a mi, sencillamente yo no servia para cosechar. Me llamaban «el Flamenco», porque mis flacas piernas eran el doble de largas que el resto de mi cuerpo, e incluso mi padre, que tenia solo un ojo y cojeaba de una pierna, podia recoger la cosecha de un campo entero mas rapido que yo.

Unas risas surgieron del granero. Me pregunte de donde sacaban los espanoles la energia para tanta jovialidad despues de un dia entero en el campo. El sonido de la guitarra floto a traves del patio. Me imagine a Jose rasgueando el instrumento, con la mirada cargada de pasion. Los otros jaleaban dando palmas y entonando una especie de cante flamenco.

Tia Yvette levanto la mirada y despues volvio a centrarse en la novela. Tio Gerome cogio un manta y se la enrollo alrededor de la cabeza, para dejar patente que le disgustaba aquella musica. Mi padre miro hacia el cielo, ensimismado en sus propios pensamientos. Mi madre seguia concentrada en su labor, como si estuviera sorda ante aquellos sonidos festivos. Aunque estaba sentada, mantenia de cintura para arriba una postura tan erguida que la hacia parecer una estatua. Mire bajo la mesa. Mi madre se habia quitado los zapatos y marcaba con uno de los pies un sensual ritmo, arriba y abajo, como si la extremidad estuviera bailando por su cuenta. Su disimulo me recordo que mi madre era una mujer llena de secretos.

Aunque las fotografias del abuelo y la abuela Fleurier presidian nuestra chimenea, no habia ninguna foto de mis abuelos maternos en ningun otro lugar de la casa. Cuando yo era nina, mi madre me enseno la cabana en la que habian vivido, al pie de una colina. Se trataba de una sencilla estructura de piedra y madera que se mantuvo en pie hasta que un incendio forestal, avivado por un fuerte viento mistral, barrio el desfiladero aquel mismo ano. Florette, la encargada de correos de la aldea, me conto que mi abuela era tan famosa por sus remedios medicinales que incluso la esposa del alcalde y el viejo parroco solian recurrir a ella cuando fallaban la medicina convencional o las oraciones. Me dijo que un buen dia mis abuelos, que entonces ya eran una pareja de mediana edad, aparecieron en la aldea con mi madre. La encantadora nina, a la que llamaron Marguerite, ya tenia tres anos la primera vez que los habitantes de la aldea la vieron. Aunque ellos aseguraban que la nina era suya, muchos pensaban que a mi madre la habian abandonado los gitanos.

El misterio en torno a sus origenes y los rumores de que poseia dones de curandera no sentaron bien en la estricta familia catolica de los Fleurier, que se opusieron a que mi madre se casara con el hijo predilecto. Sin embargo, nadie pudo negar que fue mi madre la que cuido de mi padre cuando todos los medicos de campana ya le habian desahuciado.

Los espanoles continuaron cantando mucho despues de que tio Gerome y tia Yvette regresaran a su casa, y de que mis padres y yo nos fueramos a la cama. Me tumbe despierta, contemplando las vigas del techo y notando como me corria el sudor por los espacios entre las costillas. La luz de la luna a traves de los cipreses creaba sombras que parecian olas sobre la pared de mi habitacion. Me imagine que aquellas siluetas eran los bailaores moviendose al ritmo de la musica.

Debi de quedarme dormida, porque me sente sobresaltada poco tiempo despues y me di cuenta de que la musica se habia detenido. Oi que Chocolat ladraba. Me deslice fuera de la cama y mire por la ventana hacia el patio. Una suave brisa habia refrescado el ambiente y la luz plateada de la luna caia sobre las tejas del tejado y sobre los edificios. Contemple el muro que se encontraba al final del jardin y parpadee. Habia un corro de gente bailando alli. Se deslizaban en silencio, sin tocar musica ni cantar, moviendo los brazos sobre sus cabezas y taconeando al son de un ritmo que no se oia. Aguce la mirada en la oscuridad y reconoci a Jose bailando con Goya sobre sus hombros: la sonrisa de dientes blancos del muchacho parecia una cicatriz sobre su oscura tez. Yo misma eleve los talones del suelo. Senti la necesidad de correr escaleras abajo y unirme a ellos. Me agarre al marco de la ventana, sin saber si los bailarines eran realmente los espanoles o espiritus malignos disfrazados para atraerme hacia la muerte. Las ancianas de la aldea contaban historias asi.

Se me paro el corazon durante un instante.

Ademas de Goya, habia otros cinco bailarines: tres hombres y dos mujeres. Me quede boquiabierta cuando vislumbre la larga melena oscura y las delicadas extremidades de la segunda mujer. Bajo su piel ardia un fuego incandescente y casi saltaban chispas de los pies cada vez que tocaban el suelo. El vestido que llevaba flotaba a su alrededor como una corriente de agua. Era mi madre. Abri la boca para llamarla, pero en su lugar me sorprendi a mi misma trastabillando hacia la cama, rendida de nuevo por el sueno.

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