habiamos hecho todos los dias desde la noche del accidente. Escuchamos el aullido del mistral. El viento habia comenzado como una tenue corriente bajo la puerta, para convertirse en un intermitente aullido fantasmal que doblaba los cipreses y gemia por los campos. Ambas habiamos llorado tanto desde la muerte de mi padre que pense que nos quedariamos ciegas de las lagrimas. Mire de reojo la silueta del Cristo crucificado junto a la puerta y me di la vuelta. Resultaba cruel que mi padre hubiera sobrevivido a las heridas de metralla para que la naturaleza hubiera terminado con el de aquella manera.

«Todo sucedio tan rapido que ni siquiera debio de darse cuenta de lo que estaba pasando», fue el unico consuelo que el parroco pudo ofrecernos.

Efectivamente, todo habia sucedido tan rapido que aun no podia creer que fuera cierto. Veia a mi padre por todas partes: su silueta agachada junto al pozo o sentado en su silla, esperandome para que me uniera a el en el desayuno. Durante unos pocos segundos felices, me convencia de que su muerte solo habia sido una pesadilla, hasta que la imagen se desvanecia y me percataba de que no habia visto nada mas que la sombra de un arbol o el perfil de una escoba.

Mi madre, siempre reservada, se refugio aun mas en su silencio. Creo que se preguntaba por que le habian fallado sus poderes, por que no habia sido capaz de prever la muerte de mi padre para advertirle. Sin embargo, ella misma decia que habia cosas que no debiamos saber, cosas que no podian preverse o evitarse. Le toque el brazo: su piel estaba fria como el hielo; cerre los ojos y trate de contener mas lagrimas dolorosas, temiendo el dia en que la perdiera a ella tambien.

Por lo menos, mi madre tenia a tia Yvette. ?Quien era aquella tia Augustine? Mi padre nunca la habia mencionado. Lo unico que nos conto tio Gerome fue que era la hermana de su padre y que se habia casado con un marinero, que poco despues murio en el mar. Tia Augustine regentaba una casa de huespedes, pero ahora que era mayor y padecia de artritis, necesitaba una sirvienta que tambien cocinara. A cambio, me alimentaria, pero no me pagaria. Me pregunte de donde habria salido la generosidad y la bondad de mi padre. Todos los demas Fleurier parecian ser descendientes directos de Judas: preparados para vender a sus familiares por treinta monedas de plata.

Bernard vino una semana despues para llevarme a Carpentras, desde donde cogeria un tren a Marsella. Tia Yvette lloro y me dio un beso.

– No te preocupes por Olly -me susurro-. Yo cuidare de el.

Casi no podia mirar a mi gato, que estaba orinando sobre los neumaticos del coche de Bernard, y menos a mi madre. Se quedo unto a la puerta de la cocina haciendo una mueca con los ojos llenos de tristeza. Me clave las unas en las palmas de las manos. Me prometi a mi misma que, por el bien de mi madre, no lloraria.

Lo unico que tenia para llevarme conmigo era un hatillo de ropa dentro de un panuelo. Se lo entregue a Bernard, que lo metio en el coche. Mi madre avanzo y me apreto la mano. Algo punzante me pincho la palma. Cuando aparto los dedos, vi que me habia dado un medallon y unas cuantas monedas. Me eche ambas cosas disimuladamente en el bolsillo y le di un beso a mi madre. Nos quedamos largo rato fundidas en un abrazo, pero ninguna de las dos fue capaz de decir nada.

Bernard abrio la portezuela del coche y me ayudo a sentarme en el asiento del copiloto. Tio Gerome estaba de pie en el patio observandonos. Su expresion era seria, pero habia algo extrano en su postura. Tenia los hombros encorvados y la boca torcida en una mueca, como si estuviera sufriendo un profundo dolor. ?Guardaba algun demonio en su interior que le hacia comportarse de un modo tan rencoroso? ?Quiza deseaba poder ser un hombre mas como mi padre y menos como el mismo? Echo por tierra aquella impresion en cuanto me grito:

– ?Trabaja duro, Simone! Tia Augustine no tolerara ninguna tonteria y yo no te aceptare de vuelta si ella te echa.

La estacion de Carpentras parecia un mercado ambulante. Los pasajeros de primera y segunda clase se subian al tren civilizadamente, pero los de tercera se peleaban por los asientos y los lugares para colocar sus gallinas y conejos y todo el resto de bartulos que planeaban llevarse consigo. Mientras sorteaba un cerdo, pense que aquello era como el arca de Noe.

Bernard le mostro a uno de los revisores mi billete.

– Viaja sola -le explico-. Nunca antes ha montado en tren. Si le pago la diferencia de tarifa, ?puede ponerla en uno de los vagones de segunda clase con alguna senorita?

El revisor asintio con la cabeza.

– Tendra que viajar en tercera clase hasta Sorgues -replico-. Pero despues puedo conseguirle un asiento en segunda hasta Marsella.

?Por que Bernard pensaba mas en mi comodidad y seguridad que mi propio tio, que se contentaba con enviarme en tercera clase con quien sabe que gente?

Bernard le paso disimuladamente algo de dinero al revisor y el hombre me ayudo a subir la escalerilla y a sentarme en un asiento en la parte delantera del vagon. Sono el silbido del tren, y el cerdo chillo y las gallinas cloquearon. Bernard me dijo adios con la mano desde el anden.

– Encontrare un modo de ayudarte, Simone -me aseguro a traves de la ventanilla abierta-. La proxima vez que consiga algo de dinero extra te lo enviare.

Una nube de hollin y humo inundo el ambiente. El tren inicio la marcha. No aparte la mirada de Bernard hasta que salimos de la estacion. Cuando me sente, recorde el medallon que mi madre me habia dado. Me lo saque del bolsillo y lo abri. Contenia una fotografia de mis padres el dia de su boda. Yo tenia cinco anos cuando mi padre se marcho a la guerra y apenas podia recordar su aspecto antes de las heridas. El atractivo y atento rostro que me contemplaba desde la fotografia hizo que se me llenaran los ojos de lagrimas. Mire por la ventanilla y vi pasar granjas y bosques a gran velocidad. Despues de un rato, vencida por la pena, el calor del vagon y el efluvio de cuerpos sin asear, me quede dormida. El tren traqueteaba sobre las vias a un ritmo constante, frenando tan gradualmente que yo apenas lo percibia.

Llegamos a Marsella a ultima hora de la tarde. El viaje en tercera clase me resulto mas agradable, a pesar del ruido y el olor de los animales, que el tiempo que pase en segunda. Cuando llegamos a Sorgues, el revisor me acompano al tren omnibus que se dirigia a Marsella, y le dijo al revisor alli que me diera un asiento en un compartimento. Me puso con dos mujeres que volvian de Paris.

– Esta sola -les explico el revisor-. Por favor, vigilenla.

No pude evitar contemplar el atuendo de aquellas mujeres. Sus vestidos eran de seda con escotes en forma de pico en lugar de redondeados. Mas que cenirse a sus cinturas, sus cinturones eran sueltos y caian a la altura de las caderas. Llevaban unas faldas tan cortas que podia verles las espinillas cuando cruzaban las piernas. Sin embargo, sus sombreros eran simples y flexibles, y me recordaban a las flores de las enredaderas. Cuando les pregunte si podian contarme algo sobre Marsella, fingieron que no me entendian. Despues, las vi poniendo los ojos en blanco cuando saque la salchicha de ajo que tia Yvette me habia envuelto para la comida.

– Esperemos que no nos pegue los piojos -le susurro una mujer a la otra.

Me mire el regazo, con las mejillas ardiendo de verguenza. Puede que fuera pobre, pero me habia lavado cuidadosamente y me habia puesto mi mejor vestido para el viaje. No obstante, olvide la groseria de aquellas mujeres cuando el tren entro en la Gare Saint Charles: nunca antes habia visto una muchedumbre tan grande reunida en un mismo lugar. Seguramente alli habria tanta gente como toda la poblacion de mi region, yendo de aqui para alla por la estacion. Contemple a varias mujeres que pasaban de un lado para otro, identificando su equipaje; vendedores ambulantes que ofrecian flores y cigarrillos; marineros que cargaban fardos de lona sobre los hombros; y ninos y perros sentados sobre maletas. Pero lo que mas me sorprendio fue el tumulto de idiomas que se escuchaba en torno a mi cuando baje al anden. Los acentos del espanol y el italiano me resultaban familiares, pero no los de los griegos, armenios y turcos. Abri el mapa que tio Gerome me habia dado y trate de imaginar cuanto tiempo tardaria en andar hasta el Vieux Port, donde vivia tia Augustine. No faltaba mucho para la puesta de sol y no me apetecia vagabundear por una ciudad desconocida en plena noche.

– Esta demasiado lejos para ir andando -me informo un marinero que llevaba un cigarrillo colgado de la comisura de la boca cuando le ensene el mapa-. Sera mejor que cojas un

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