Llegadas a ese punto, la cajera considero necesario quitarse las gafas, plegarlas con cuidado sobre el mostrador y mirarme con una de esas sonrisas extraordinariamente afables que suelen dedicarte justo antes de clavarte una jeringuilla en el cuello.

– No.

– Pero trabajaba aqui… -No segui porque su companera del cubiculo contiguo se inmiscuyo en la conversacion susurrandole algo en italiano.

Al principio, mi desagradable cajera la hizo callar con un gesto de enfado, pero despues lo penso mejor.

– Perdoneme -dijo al fin, inclinandose para captar mi atencion-, ?se refiere usted alpresidente Maconi?

Senti una punzada de emocion.

– ?Trabajaba aqui hace veinte anos?

Me miro horrorizada.

– ?El presidente Maconi siempre ha estado aqui!

– ?Podria hablar con el? -le sonrei con dulzura, aunque no se lo merecia-. Es un viejo amigo de mi madre, Diane Tolomei. Soy Giulietta Tolomei.

Las dos mujeres se me quedaron mirando como si fuese una aparicion. Sin mediar palabra, la cajera que habia querido despacharme volvio a ponerse las gafas torpemente sobre la nariz, hizo una llamada y mantuvo una conversacion en un italiano sumiso y rastrero. Al terminar, colgo con aire reverente y se volvio hacia mi exhibiendo algo muy parecido a una sonrisa.

– La recibira despues de comer, a las tres en punto.

Comi por primera vez desde mi llegada a Siena en una bulliciosa pizzeria llamada Cavallino Bianco. Mientras estaba alli sentada, fingiendo leer el diccionario de italiano que acababa de comprarme, empece a darme cuenta de que iba a necesitar algo mas que un traje prestado y unas cuantas frases utiles para ponerme a la altura de los sieneses. Las mujeres que me rodeaban, sospeche observando furtivamente sus sonrisas y sus gestos exuberantes mientras bromeaban con el apuesto camarero Giulio, poseian algo que yo nunca habia tenido, una habilidad que no conseguia recordar, pero que debia de ser un componente esencial de ese esquivo estado de animo, la felicidad.

Sintiendome mas torpe y descolocada que nunca, prosegui mi paseo y me detuve a tomar unespresso de pie en un bar de la piazza Postierla. Alli le pregunte a la exuberante camarera si podia recomendarme una tienda de ropa barata en el barrio (en la maleta de Eva Maria, por suerte, no habia ropa interior). Ignorando por completo a sus otros clientes, la camarera me miro de arriba abajo con escepticismo y espeto:

– Lo quieres todo nuevo, ?verdad? ?El peinado, la ropa…?

– Pues…

– Tranquila, mi primo es el mejor peluquero de Siena, puede que del mundo. Te pondra guapa. ?Ven!

Tras cogerme del brazo e insistir en que la llamase Malena, la camarera me llevo de inmediato a ver a su primo Luigi, a pesar de que era la hora del cafe y los clientes le gritaron desesperados al verla marchar. Ella se encogio de hombros y rio, consciente de que seguirian babeando todos por ella cuando volviera, quiza incluso mas que antes, despues de su ausencia.

Luigi estaba barriendo los pelos del suelo cuando entramos en su peluqueria. No era mayor que yo, pero tenia la mirada penetrante de un Michelangelo. Sin embargo, al mirarme a mi, no se mostro impresionado.

– Ciao, caro -dijo Malena pellizcandole ambas mejillas-, esta es Giulietta. Necesita una transformacion totale.

– Bueno, solo las puntas -intervine-. Un par de dedos.

Fue precisa una acalorada discusion en italiano -que me alivio no entender- para que Malena persuadiera a Luigi de que aceptase mi penoso caso. Sin embargo, una vez lo hizo, se tomo muy en serio el desafio. En cuanto Malena salio de la peluqueria, Luigi me sento en un sillon y estudio mi imagen en el espejo, girandome a un lado y a otro para comprobar todos los angulos. Luego me quito las gomas de las trenzas y las tiro directamente a la papelera con cara de asco.

– Bene… -dijo al fin, ahuecandome el pelo y volviendo a mirarme en el espejo, algo menos critico que antes-. No esta mal, ?no?

Cuando volvi caminando al palazzo Tolomei dos horas mas tarde, me habia endeudado aun mas, pero no me arrepentia ni de un solo centimo del credito. El traje rojo y negro de Eva Maria iba bien doblado al fondo de la bolsa de compras, con los zapatos a juego encima, y yo llevaba uno de mis cinco conjuntos nuevos, todos ellos aprobados por Luigi y su tio Paolo, que casualmente tenia una tienda de ropa a la vuelta de la esquina. Tio Paolo, que no hablaba una palabra de ingles pero lo sabia todo de moda, me habia hecho un treinta por ciento de descuento en toda la compra con la condicion de que no volviera a ponerme el disfraz de mariquita.

Yo habia protestado al principio, explicandole que mi equipaje llegaria en cualquier momento, pero al final la tentacion habia sido demasiado grande. ?Que mas daba que las maletas me estuvieran esperando cuando regresara al hotel? De todas formas, no llevaba nada en ellas que pudiera ponerme en Siena, salvo quiza los zapatos que Umberto me habia regalado por Navidad y que ni siquiera me habia probado nunca.

Al salir de la tienda iba mirandome en todos los escaparates por los que pasaba. ?Por que no lo habia hecho antes? Desde el instituto, me cortaba el pelo en casa -solo las puntas- cada dos anos o asi con unas tijeras de cocina. Me llevaba unos cinco minutos y, la verdad -pensaba yo-, ?quien iba a notar la diferencia? De pronto la veia yo. De algun modo, Luigi habia logrado dar vida a mi aburrido pelo de siempre, que ya saboreaba su recien adquirida libertad ondeando al viento mientras caminaba y enmarcando mi rostro como si fuese digno de enmarcar.

De nina, tia Rose me llevaba al barbero del pueblo cuando le parecia y, por lo general, tenia la sensatez de no llevarnos a Janice y a mi a la vez. Solo en una ocasion terminamos sentadas la una al lado de la otra y, mientras estabamos alli instaladas, haciendonos muecas en los grandes espejos, el viejo barbero sostuvo en alto nuestras coletas y dijo:

– ?Vaya!, una tiene pelo de oso y la otra de princesa.

Tia Rose no le replico. Se habia sentado alli, en silencio, y esperaba a que terminase. Cuando termino, le pago y le dio las gracias con aquella voz entrecortada tan suya, luego nos saco a rastras por la puerta como si hubiesemos sido nosotras, y no el barbero, las que se hubiesen portado mal. Desde ese dia, Janice no habia perdido una ocasion de piropear mi precioso pelo de oso.

El recuerdo casi me hizo llorar. Alli estaba yo, la mar de guapa, ahora que tia Rose se encontraba en un lugar desde el que no podia alegrarse de que por fin hubiese salido de mi capullo de macrame. La habria hecho muy feliz verme asi -una sola vez-, pero yo estaba demasiado empenada en que Janice no lo hiciera jamas.

El presidente Maconi era un hombre galante de sesenta y tantos anos, vestido con un traje y una corbata de tonos suaves, y con una asombrosa habilidad para cubrirse la coronilla con los pelos largos de un solo lado de la cabeza. En consecuencia, su porte era de rigida dignidad, pero sus ojos albergaban una autentica ternura que anulaba de inmediato lo ridiculo.

– ?Senorita Tolomei? -Cruzo la sala principal del banco para estrecharme la mano cordialmente, como si fueramos viejos amigos-. ?Que placer tan inesperado!

Mientras subiamos juntos la escalera, el presidente Maconi se disculpo en un ingles impecable por las irregularidades de las paredes y los desniveles de los suelos. Ni siquiera los disenadores de interiores mas modernos, me explico con una sonrisa, podian con un edificio de casi ochocientos anos de antiguedad.

Despues de un dia de constantes anomalias linguisticas, era un alivio conocer por fin a alguien que dominara mi lengua materna. El ligero acento britanico del presidente Maconi indicaba que habia vivido algun tiempo en Inglaterra -quiza habia estudiado alli-, lo que habria explicado que mi madre lo hubiera elegido a el como asesor financiero.

Su despacho estaba en la ultima planta y, desde las ventanas divididas por parteluces, tenia una vista perfecta de la iglesia de San Cristobal y algunos otros edificios espectaculares del vecindario. Sin embargo, al avanzar tropece con un cubo de plastico plantado en medio de una enorme alfombra persa; tras comprobar mi integridad fisica, el presidente Maconi volvio a colocarlo donde estaba exactamente antes de que yo me lo llevara por delante.

– Hay una gotera en el tejado -me explico mirando al techo de escayola agrietado-, pero no la encontramos. Es muy raro…, aunque no llueva, sigue cayendo agua. -Se encogio de hombros y me indico que me sentara en una de

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