Julieta despertara en tres horas.

Hicieron falta las campanadas de la basilica del otro lado de la piazza para despertarme. Dos minutos despues, el director Rossini llamo a mi puerta como si supiese que no podia seguir durmiendo con aquel alboroto.

– ?Con permiso! -Sin esperar una invitacion, metio una enorme maleta en mi cuarto y la coloco en el reposamaletas vacio-. Anoche llego esto para usted.

– ?Espere! -Solte la puerta y me cubri lo mejor que pude con el albornoz del hotel-. Esa maleta no es mia.

– Lo se. -Se saco el panuelo del bolsillo de la pechera y se seco el sudor de la frente-. Es de lacontessa Salimbeni.

– Tome, le ha dejado una nota.

La cogi.

– ?Que es unacontessa?

– No acostumbro a llevar yo los equipajes -dijo el director Rossini muy digno-, pero, tratandose de la condesa…

– ?Me presta ropa? -espete, mirando atonita la nota manuscrita de Eva Maria-. ?Y zapatos?

– Hasta que llegue su equipaje. Ahora esta en Frittoli.

Con su exquisita caligrafia, Eva Maria preveia que su ropa quiza no me quedase perfecta, pero concluia que era mejor que andar por ahi desnuda.

Segun examinaba uno a uno los articulos de la maleta, me alegre de que Janice no pudiera verme. El hogar de nuestra infancia no era lo bastante grande para dos obsesas de la moda, asi que yo -para exasperacion de Umberto- me habia propuesto ser todo lo contrario. En clase, Janice acaparaba los elogios de las companeras cuyas vidas se regian por los nombres de los grandes disenadores, mientras que cualquier admiracion que yo pudiera despertar procedia de chicas que habian visitado las tiendas de saldos pero no habian tenido el talento suficiente para comprar lo que yo compraba, ni el valor para combinarlo. No es que me disgustara la ropa de moda, es que no queria darle a Janice la satisfaccion de pensar que me preocupaba mi aspecto porque, hiciera lo que hiciese, ella siempre me superaba.

Cuando dejamos la universidad, yo ya tenia mi propia imagen: un diente de leon en el arriate de la sociedad. Muy guay, pero no por ello menos hierbajo. Cuando tia Rose puso nuestras fotos de graduacion sobre el piano de cola, sonrio con tristeza al observar que todas las clases que habia recibido parecian haberme convertido en la perfecta antitesis de Janice.

En otras palabras, la ropa de diseno de Eva Maria no era en absoluto mi estilo. Pero ?que otra cosa podia hacer? Tras mi conversacion con Umberto la noche anterior, habia decidido jubilar mis chanclas y prestar mas atencion a mi bella figura. A fin de cuentas, solo me faltaba que Francesco Maconi, el asesor financiero de mi madre, no me juzgara digna de confianza.

Asi que me probe las prendas de Eva Maria una por una, volviendome de este lado y del otro delante del espejo del armario hasta que di con la menos escandalosa -un traje de minifalda ajustadisima y chaqueta en rojo chillon con unos grandes topos negros-, que me hacia parecer recien salida de un Jaguar cargada con cuatro maletas a juego y un perrito llamadoBijoux. Mejor aun, me daba el aspecto de una de esas mujeres que acostumbraban a desayunar reliquias familiares y asesores financieros.

Ademas, llevaba unos zapatos a juego.

Para llegar al palazzo Tolomei, segun me habia explicado el director Rossini, debia subir por la via del Paradiso o bajar por la via della Sapienza. Las dos calles estaban practicamente cerradas al trafico -como la mayoria de las del centro de Siena-, pero Sapienza, me habia advertido, podia ser algo peligrosa y, en general, Paradiso era probablemente la ruta mas segura.

Mientras bajaba por la via della Sapienza, las fachadas de las casas antiguas me iban cerrando el paso, y pronto me vi atrapada en un laberinto de siglos pasados, fruto de una forma de vida preterita. Por encima de mi, una cinta de cielo azul cruzada de banderines de colores luminosos que contrastaban fuertemente con el ladrillo medieval, pero, aparte de eso -y de algun que otro par de vaqueros secandose en alguna ventana-, no habia casi nada que vinculase aquel lugar a la modernidad.

El mundo se habia desarrollado a su alrededor, pero a Siena no le importaba. El director Rossini me habia dicho que la epoca dorada de los sieneses habia sido el final de la Edad Media y, a medida que iba avanzando, pude ver que tenia razon; la ciudad se aferraba a su yo medieval con una terca indiferencia por los atractivos del progreso. Habia toques del Renacimiento por aqui y por alla, pero, en general -me habia dicho el director del hotel con una risita-, Siena habia sido demasiado astuta para dejarse seducir por los encantos de losplayboys de la historia, los llamados «maestros», que convertian las casas en pasteles de varios pisos.

En consecuencia, lo mas hermoso de Siena era su integridad; incluso ahora, en un mundo al que le daba todo igual, seguia siendo Sena Vetus Civitas Virginis, o la antigua Siena, Ciudad de la Virgen. Solo por esa razon, habia concluido Rossini, con todos los dedos plantados en el mostrador de marmol verde, era el unico lugar del planeta en el que merecia la pena vivir.

– ?En que otros lugares ha vivido? -le habia preguntado yo sin malicia.

– Estuve en Roma dos dias -me habia respondido muy digno ?Quien quiere mas? Si le da un bocado a una manzana podrida, ?sigue usted comiendo?

Tras sumergirme en los callejones silenciosos, termine apareciendo en una bulliciosa calle peatonal. Conforme a las indicaciones que habia recibido, se trataba del Corso, y el director Rossini me habia explicado que era famosa por los multiples bancos antiguos que solian servir a los forasteros que hacian la vieja ruta de peregrinaje y que pasaban por la ciudad. A lo largo de los siglos, millones de personas habian viajado por Siena, y muchos tesoros y monedas extranjeros habian cambiado de manos alli. En otras palabras, que el constante flujo de turistas de nuestros dias no era mas que la continuacion de una antigua tradicion muy rentable.

Asi habia sido como mis antepasados, los Tolomei, se habian enriquecido, me habia indicado Rossini, y como sus rivales, los Salimbeni, se habian enriquecido mas aun. Eran comerciantes y banqueros, y suspalazzos fortificados habian flanqueado aquella misma carretera -la principal via publica de Siena- con torres altisimas que habian ido creciendo mas y mas hasta que al final ambas habian caido.

Al pasar por el palazzo Salimbeni, busque en vano restos de la antigua torre. Seguia siendo un edificio impresionante con una puerta principal propia del castillo del mismisimo Dracula, pero ya no era la fortificacion que habia sido en su dia. En algun lugar de aquel edificio, pense mientras lo dejaba atras, tenia su despacho Alessandro, el estirado ahijado de Eva Maria. Con un poco de suerte, no estaria en ese mismo momento registrando algun archivo policial en busca del turbio secreto de Juliet Jacobs.

Algo mas adelante, aunque no mucho, estaba el palazzo Tolomei, la antigua morada de mis antepasados. Levante la vista hacia la esplendida fachada medieval y, de pronto, me senti orgullosa de estar emparentada con las personas que en su dia habian vivido en tan destacado edificio. Al parecer, no habia cambiado mucho desde el siglo XIV; el unico indicio de que los poderosos Tolomei se habian marchado y un banco moderno habia ocupado su lugar eran los carteles publicitarios que colgaban de las ventanas interiores, con sus coloridas promesas fragmentadas por los barrotes de hierro.

El interior del edificio no era menos sobrio que el exterior. Un guardia de seguridad se acerco para sujetarme la puerta mientras entraba, con toda la gentileza que le permitia el rifle semiautomatico que llevaba en brazos, pero yo estaba demasiado absorta en lo que me rodeaba para reparar en su uniformada delicadeza. Seis pilares titanicos de ladrillo rojo sostenian el altisimo techo, sobrehumanamente alto, y aunque habia mostradores, sillas y personas moviendose por el vasto suelo de piedra, estos ocupaban tan poco espacio que las cabezas de leon blancas que sobresalian de las antiguas paredes parecian ignorar por completo su presencia.

– ?Si? -La cajera me miro por encima de la montura de sus modernas gafas, tan pequenas que dificilmente podian transmitir mas que una diminuta porcion de la realidad.

Me incline un poco hacia delante, por favorecer la intimidad.

– Me gustaria hablar con el signor Francesco Maconi.

La cajera logro enfocarme con sus gafas, pero lo que vio no parecio convencerla.

– Aqui no hay ningun signor Francesco -declaro con firmeza y con un fuerte acento.

– ?Ningun Francesco Maconi?

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