a sus companeros de viaje para predecir el resultado de aquella disputa, y no queria verse envuelto en ella.

Al cabecilla de la banda no le impresiono la audacia de su victima. -?Estais decidido, pues, a morir bajo mi espada? -dijo ladeando la cabeza.

– Estoy decidido a cumplir mi mision -replico el monje-, y ningun acero oxidado me apartara de mi objetivo.

– ?Vuestra mision? -grazno el bandido-. Mirad, primos, ?este monje cree que Dios lo ha armado caballero!

Todos los bandoleros rieron, mas o menos conscientes del motivo. Su capitan senalo con la cabeza la carreta.

– Deshaceos de estos imbeciles y llevad los caballos y la carreta a Salimbeni…

– Tengo una idea mejor -dijo, sonriendo satisfecho, el monje, y se arranco el habito dejando al descubierto el uniforme que llevaba debajo-: ?por que no vamos a ver a mi senor Tolomei con vuestra cabeza en una pica?

Fray Lorenzo gimio por lo bajo al ver sus temores hechos realidad. Sin mas disimulo, sus companeros de viaje -todos ellos caballeros de Tolomei disfrazados- sacaron espadas y dagas de debajo de los habitos y las alforjas. El solo sonido del acero al aire hizo que los bandoleros se replegaran atonitos, aunque solo para iniciar de inmediato, a lomos de sus caballos, un furioso ataque frontal.

El repentino clamor hizo que los caballos de fray Lorenzo se encabritaran y emprendieran el galope, llevandose consigo la carreta; el fraile poco pudo hacer salvo tirar de las inutiles riendas e implorar sensatez y moderacion de dos animales que jamas habian estudiado filosofia. Para llevar tres dias de camino, tiraban de la carga con notable vigor, alejandose del tumulto rumbo a Siena por el accidentado camino, mientras hacian gemir las ruedas y bambolearse al ataud, que amenazaba con caerse del carro y hacerse anicos.

Viendose incapaz de dialogar con las bestias, fray Lorenzo busco en el feretro un rival mas facil. Con ambas manos y ambos pies, quiso mantenerlo firme, pero mientras se afanaba por hallar un modo de viajar tranquilo en aquel vehiculo indomito, un movimiento a su espalda le hizo alzar la vista y percatarse de que la integridad del ataud debia ser la menor de sus preocupaciones.

Lo seguian al galope dos de los bandidos, empecinados en recuperar su botin. A gatas, fray Lorenzo se dispuso a preparar su defensa, pero solo encontro un latigo y su rosario. Entonces vio con inquietud que uno de los bandoleros daba alcance a la carreta -con el cuchillo entre las encias desdentadas- y alargaba la mano para asirse al canto de madera. Buscando en su interior misericordioso la rudeza necesaria, fray Lorenzo descargo el latigo sobre aquel pirata al abordaje, y lo oyo aullar cuando el rabo de buey le abrio las carnes. Sin embargo, el malandrin tuvo bastante con un corte y, cuando fray Lorenzo fue a atizarle de nuevo, el otro se apodero del latigo y le arrebato el mango de la mano. El fraile, que ya solo podia protegerse con su rosario y el crucifijo que llevaba al cuello, decidio arrojarle los restos del almuerzo a su adversario, pero, a pesar de la dureza del pan, no pudo impedir que terminara abordando el vehiculo.

Al ver que el monje se quedaba sin municion, el bandolero se irguio con aire triunfante, cogio el cuchillo que llevaba en la boca y le mostro la longitud del acero a su tembloroso blanco.

– ?Deteneos, en nombre de Cristo! -exclamo fray Lorenzo, anteponiendo su rosario-. ?Tengo amigos en el cielo que os haran caer muerto al instante!

– ?Ah, si? ?No los veo por ninguna parte!

Justo entonces se levanto la tapa del ataud y su ocupante -una joven de cabello alborotado y ojos llameantes con aspecto de angel vengador- se incorporo en su interior, visiblemente consternada. Solo verla basto para que el bandido soltara el cuchillo, horrorizado, y se volviera, palido como un muerto. Sin dudarlo un instante, el angel se incorporo en la caja, cogio el cuchillo y lo retorno de inmediato al cuerpo de su propietario, tan cerca de la ingle como su rabia le permitio acertar.

Entre alaridos de dolor, el hombre herido perdio el equilibrio y cayo de la carreta, haciendose aun mas dano. Con las mejillas encendidas de emocion, la muchacha se volvio y sonrio a fray Lorenzo, y habria salido del ataud si el no se lo hubiese impedido.

– ?No, Giulietta! -le insistio, empujandola hacia adentro-. ?Por los clavos de Cristo, quedaos donde estais y guardad silencio!

Fray Lorenzo bajo la tapa sobre el rostro indignado de la joven y miro alrededor, intentando averiguar que habia sido del otro jinete. Por desgracia, ese, mas juicioso que su companero, no tenia intencion de abordar la carreta en marcha a semejante velocidad. En cambio, se adelanto para sujetar los arneses y detener asi a los caballos, y, para angustia de fray Lorenzo, la artimana funciono. Medio kilometro mas alla, los caballos fueron reduciendo a medio galope, luego al trote y finalmente se detuvieron por completo.

Solo entonces se acerco el bandido a la carreta y, cuando lo hizo, fray Lorenzo pudo ver que se trataba nada menos que del capitan esplendidamente vestido, que aun sonreia satisfecho y parecia haber salido indemne de la pendencia. El sol poniente lo dotaba de un halo dorado completamente inmerecido, y a fray Lorenzo le sorprendio el contraste entre la luminosa belleza del campo y la absoluta brutalidad de sus moradores.

– A ver que os parece esto, fraile -empezo el bandido con sorprendente delicadeza-: os perdono la vida, de hecho, podeis incluso llevaros esta estupenda carreta y estos nobles caballos, sin peajes, a cambio de la muchacha.

– Aprecio vuestra generosa oferta -replico fray Lorenzo frunciendo los ojos al sol-, pero he jurado proteger a esta noble dama y no puedo permitir que os la lleveis. Si lo hiciera, ambos arderiamos en el infierno.

– ?Bah! -El bandolero conocia bien la excusa-. Esa joven es tan dama como vos o como yo. De hecho, ?tengo la fuerte sospecha de que no es mas que una furcia Tolomei!

Se oyo un alarido de indignacion procedente del interior del ataud y fray Lorenzo puso en seguida el pie sobre la tapa para impedir que se abriera.

– La dama es de gran importancia para mi senor Tolomei, eso es cierto, como tambien lo es que cualquier hombre que le ponga la mano encima llevara la guerra a los suyos -declaro el fraile-. Dudo que vuestro senor, Salimbeni, desee un conflicto asi.

– ?Ah, sermones de monje! -El bandido se aproximo a la carreta, y solo entonces se extinguio su halo-. No me amenaceis con la guerra, frailecillo, que es lo que mejor se me da.

– ?Os suplico que nos dejeis marchar -lo insto fray Lorenzo, alzando tremulo el rosario con la esperanza de que atrapase los ultimos rayos de sol-, o juro por estas cuentas sagradas y por las heridas de Nuestro Senor Jesucristo que los angeles del cielo bajaran a robarles el aliento a vuestros hijos mientras duermen!

– ?Seran bienvenidos! -El bandido desenvaino la espada de nuevo-. Tengo muchos, no puedo alimentarlos a todos. -Paso la pierna por encima de la cabeza del caballo y salto a bordo de la carreta con la agilidad de un bailarin. Al ver que el otro retrocedia aterrado, rio-. ?Que os sorprende tanto? ?De veras pensabais que os iba a dejar vivir?

El bandolero alzo la espada para atacar y fray Lorenzo cayo rendido de rodillas, aferrado al rosario en espera del espadazo que pondria fin a sus plegarias. Era cruel morir a los diecinueve, sobre todo sin testigo alguno de su martirio, salvo su Padre celestial, no conocido precisamente por correr al auxilio de sus hijos moribundos.

II. II

Aqui, sentaos aqui, querido primo Capuleto, que a ambos nos paso el tiempo de la danza.

No recuerdo hasta donde lei esa noche, pero los pajarillos ya habian empezado a cantar cuando me quede traspuesta en medio de un oceano de papeles. Ya sabia la relacion que habia entre los distintos documentos del cofre de mi madre: todos eran -cada uno a su manera- versiones preshakespearianas de Romeo y Julieta. Mejor aun, los textos del ano 1340 no eran ficcion, sino relatos de primera mano de los acontecimientos originarios de la famosa obra.

Aunque aun no habia aparecido en su propio diario, el misterioso maestro Ambrogio, al parecer, habia conocido en persona a los homologos de carne y hueso de algunos de los personajes con peor estrella de la literatura universal. No obstante, lo cierto era que, de momento, sus escritos no cuadraban mucho con la tragedia de Shakespeare; claro que habian transcurrido mas de dos siglos y medio entre los sucesos reales y la obra del poeta,

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