tiempo suficiente para que la historia pasara por muchas manos.

Deseando compartir mi hallazgo con alguien que supiera apreciarlo -no a todo el mundo iba a hacerle gracia descubrir que, durante siglos, millones de turistas habian invadido la ciudad equivocada en busca del balcon y de la tumba de Julieta-, llame a Umberto al movil en cuanto me di una ducha matinal.

– ?Enhorabuena! -exclamo apenas le dije que habia logrado convencer al presidente Maconi para que me entregase el cofre de mi madre-. ?Y que?, ?ya eres rica?

– Pues… -respondi, echando un vistazo al desorden de mi cama-. Dudo que el tesoro este en el cofre. Si es que hay un tesoro…

– Claro que hay un tesoro -repuso Umberto-, ?por que si no iba a esconderlo tu madre en una caja de seguridad? Mira bien.

– Hay algo mas… -Hice una breve pausa, buscando un modo de decirselo sin parecer idiota-. Creo que estoy emparentada con la Julieta de Shakespeare.

Supongo que era logico que Umberto riera, pero me fastidio de todos modos.

– Se que suena raro -prosegui interrumpiendo su risa-, pero ?como explicas si no que nos llamemos igual, Giulietta Tolomei?

– Querras decir Julieta Capuleto -me corrigio Umberto-. Lamento desilusionarte, Principessa, pero me temo que no era un personaje real…

– ?Claro que no! -espete, deseando no haberselo contado-. Pero parece que la historia estaba inspirada en personas de carne y hueso… ?Bah, no importa! ?Que tal todo por ahi?

Cuando colgue, empece a ojear por encima las cartas italianas que mi madre habia recibido hacia mas de veinte anos. Seguramente aun vivia alguien en Siena que hubiera conocido a mis padres y pudiera responderme a todas las preguntas que tia Rose habia eludido constantemente. No obstante, sin saber nada de italiano, no podia distinguir las cartas de amigos de las de familiares; mi unica pista era que una de ellas comenzaba con«Carissima Diana…», y estaba firmada por una tal Pia Tolomei.

Desplegue el plano de la ciudad que habia comprado el dia anterior, con el diccionario, y, despues de buscar un rato la direccion garabateada en el reverso del sobre, logre al final ubicarla en una plaza minuscula del centro de Siena, la piazzetta del Castellare. Se hallaba en el corazon de la contrada de la Lechuza, el territorio de mi familia, a escasa distancia del palazzo Tolomei, donde me habia reunido con el presidente Maconi el dia anterior.

Con un poco de suerte, Pia Tolomei -quienquiera que fuese- aun viviria alli y estaria deseando hablar con la hija de Diana Tolomei, y lo bastante lucida para recordar por que.

Lapiazzetta del Castellare era como una pequena fortaleza en el interior de la ciudad, nada facil de encontrar. Tras pasar de largo varias veces, descubri que se entraba por un pasaje cubierto, que al principio habia ignorado creyendolo el acceso a un patio privado. Una vez dentro de la piazzetta, me vi atrapada entre edificios altos y silenciosos y, al levantar la vista a todas aquellas contraventanas cerradas de las paredes que me rodeaban, crei logico que se hubiesen cerrado en algun momento de la Edad Media y jamas hubieran vuelto a abrirse.

En realidad, de no haber sido por el par de Vespas aparcadas en un rincon, el gato atigrado apostado a la entrada de una casa y la musica proveniente de la unica ventana abierta, habria supuesto que los edificios se habian desocupado hacia tiempo y abandonado a las ratas y los fantasmas.

Saque el sobre que habia encontrado en el cofre de mi madre y volvi a mirar la direccion. Segun mi plano, estaba en el lugar correcto, pero, al examinar los portales, no encontre ningun Tolomei junto a los timbres, ni ningun numero que coincidiera con el consignado en mi carta. Para ser cartero en aquellas tierras, pense, la clarividencia debia de ser un requisito fundamental.

Sin saber muy bien que hacer, empece a tocar todos los timbres, uno por uno. Me disponia a pulsar el cuarto cuando una mujer abrio las contraventanas del piso situado encima de mi y me grito algo en italiano.

En respuesta, agite la carta.

– ?Pia Tolomei?

– ?Tolomei?

– ?Si! ?Sabe donde vive? ?Sigue aqui?

La mujer senalo una puerta al otro lado de lapiazzetta y dijo algo que no podia significar mas que «Pruebe ahi».

Solo entonces repare en una puerta mas contemporanea, de espurio pomo blanco y negro, en el muro del fondo; la tente y se abrio. Ignorando si en Siena seria de recibo colarse asi en casas ajenas, me detuve un instante, pero, a mi espalda, la mujer de la ventana -que debia de creerme boba- no paraba de instarme a que entrara, asi que entre.

– ?Hola? -Precavida, cruce despacio el umbral y me quede mirando a la fria oscuridad.

Cuando mis ojos se adaptaron, vi que me encontraba en un vestibulo de techo muy alto, rodeada de tapices, pinturas y antiguedades expuestas en vitrinas de cristal. Solte la puerta y grite:

– ?Hay alguien en casa? ?Senora Tolomei?

Solo oi la puerta encajarse a mi espalda. Sin saber muy bien como proceder, avance por el pasillo, mirando las antiguedades a mi paso. Entre ellas, habia una coleccion de banderolas verticales con imagenes de caballos, torres y mujeres que se parecian mucho a la Virgen Maria. Algunas eran muy antiguas y estaban descoloridas, otras eran modernas y llamativas; al llegar al final del pasillo, cai en la cuenta de que aquel no era un domicilio particular, sino una especie de museo o establecimiento publico.

Por fin oi unos pasos irregulares y una voz grave que llamaba impaciente:

– ?Salvatore?

Me volvi para ver a mi involuntario anfitrion salir de la habitacion contigua, apoyandose en una muleta. Era un anciano, debia de tener mas de setenta, y el gesto adusto lo hacia parecer mayor aun.

– ?Salva…? -Se detuvo en seco al verme y anadio algo que no me sono muy cordial.

– Ciao! -salude, a la vez nerviosa y atenta, y sostuve en alto la carta como quien sostiene un crucifijo ante un noble transilvano, por si acaso-. Busco a Pia Tolomei. Conocio a mis padres. Soy Giulietta Tolomei -anadi senalandome-. To-lo-mei.

El anciano se me acerco, apoyandose con fuerza en la muleta, y me arrebato la carta. Miro con recelo el sobre y le dio la vuelta varias veces para releer las direcciones del destinatario y del remitente.

– Mi esposa la envio hace muchos anos -dijo al fin en un ingles asombrosamente fluido-. A Diane Tolomei. Era mi… mi tia. ?Donde la ha encontrado?

– Diane era mi madre -senale, y mi voz sono extranamente monotona en la inmensa habitacion-. Soy Giulietta, la mayor de sus gemelas. Queria venir a Siena… para ver donde vivia… ?La recuerda?

El anciano tardo en hablar. Me miro a la cara con los ojos llenos de asombro, luego alargo la mano y me acaricio la mejilla para asegurarse de que era de verdad.

– ?Pequena Giulietta? -dijo al fin-. ?Ven aqui! -Me cogio por los hombros y me envolvio en un abrazo-. Soy Peppo Tolomei, tu padrino.

No supe que hacer. Yo no era de las que iban por ahi abrazando a la gente -eso se lo dejaba a Janice-, pero no me importo que aquel anciano entranable lo hiciera.

– Lamento la intrusion… -empece; luego me interrumpi, sin saber que mas decir.

– ?No, no, no, no, no!… -Peppo le quito importancia-. ?Me alegro tanto de que estes aqui! ?Ven, voy a ensenarte el museo! Este es el museo de la contrada de la Lechuza… -No sabia bien por donde empezar, y daba vueltas con su muleta en busca de algo impresionante que mostrarme. Paro al ver mi expresion-. ?No! ?No quieres ver el museo! ?Quieres hablar! ?Si, tenemos que hablar! -dijo alzando los brazos, y a punto estuvo de tirar una escultura con la muleta-. Quiero que me lo cuentes todo. Mi esposa… Vamos a verla. Se pondra muy contenta. Esta en casa… ?Salvatore! ?Donde se habra metido…?

Cinco minutos despues salia disparada de la piazzetta del Castellare en la parte trasera de un escuter rojo y negro. Peppo me habia ayudado a montar con la galanteria con que un mago ayudaria a su joven asistente a meterse en la caja que se propone serrar en dos y, en cuanto me hube agarrado bien a sus tirantes, salimos pitando por el pasaje cubierto, sin frenar para nada.

Peppo habia insistido en cerrar en seguida el museo y llevarme a casa con el para que conociese a su esposa, Pia, y a todo el que anduviera por alli. Yo habia aceptado encantada, dando por sentado que la casa de la que hablaba estaba a la vuelta de la esquina. Cuando enfilamos a toda velocidad el Corso y pasamos el palazzo Tolomei, fui consciente de mi error.

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