Sophie Millstein, embargada por un antiguo y deformado terror, se puso de pie. Los personajes que aparecian en la pantalla del televisor reian y el publico los imitaba.

– Leo -dijo en voz alta.

Cogio el telefono y rapidamente marco el numero del rabino. Cuando salto el contestador, colgo. Bajo la vista y consulto su reloj de pulsera. «Aun es demasiado temprano para encontrar al senor Silver y a Frieda Kroner. No regresaran hasta pasada la medianoche.» Su dedo dudo y luego marco el numero de Simon Winter. Esperaba que contestase enseguida e intento pensar que le diria, aparte de que aun estaba asustada, pero solo podia pensar en aquel revolver y en como podria protegerla.

El telefono siguio sonando hasta que se disparo un contestador: «Ha llamado a Simon Winter. Deje el mensaje despues de oir la senal.»

Ella espero y, tras la senal, dijo:

– ?Senor Winter? Soy Sophie Millstein. Solo queria… Oh, es solo que… bueno, senor Winter, solo queria darle las gracias de nuevo. Ya hablare con usted manana.

Colgo ligeramente aliviada. El le daria buenos consejos, penso. «Es un hombre muy amable, con la cabeza en su sitio y muy inteligente. Tal vez no tanto como Leo, pero el sabra que hacer.»

?Adonde habria ido? Probablemente habia salido a comer algo, se dijo. «Volvera enseguida. Ha salido, igual que el rabino Rubinstein. Todo es normal esta noche, igual que cualquier otra.»

De pronto penso: «Senor Herman Stein, ?quien era usted? ?Por que escribio aquella carta? ?A quien vio en realidad?»

Inspiro hondo para mitigar su nerviosismo.

De pronto le entro panico. «Estoy sola», se dijo. Pero al punto se repitio una y otra vez que estaba equivocada. Los Kadosh y el viejo Finkel estaban arriba, y pronto Simon Winter regresaria de cenar; todos estarian a su alrededor y ella estaria segura.

Asintio con la cabeza varias veces para convencerse de ello. Miro el televisor. El programa comico habia sido reemplazado por un sombrio drama.

– ?Quien mas podria ser si no? -se cuestiono de pronto.

La pregunta le agito la respiracion y le avivo la imaginacion otra vez. Intento tranquilizarse: «Pudo haber sido cualquiera. Otro anciano en Miami Beach, donde pululan. Ademas, todos se parecen. Y tal vez este penso que te conocia, por la forma como le miraste, y por eso te sostuvo la mirada tan fijamente. Y cuando el se dio cuenta de que no eras nadie conocido, para evitarte la verguenza simplemente se fue. Eso pasa muchas veces. Vas por la vida conociendo a cientos de personas y, claro, cabe confundirse de vez en cuando.»

Sin embargo, ella no se sentia como si hubiese sido una mera confusion.

«?Y por que aqui? -se pregunto-. No lo se. ?Por que vendria aqui? No lo se. ?Que hara? No lo se. ?Quien es?» Ella si sabia la respuesta a esta pregunta, pero no podia articularla para si misma.

Intento dominarse mientras se paseaba por el pequeno apartamento. Decidio que por la manana iria al Centro del Holocausto y hablaria con alguien. Siempre eran muy amables, incluso los jovenes, y se mostraban interesados por todo lo que ella tenia que decir. Estaba segura de que la escucharian una vez mas. Ellos sabrian que hacer.

De inmediato se sintio reconfortada.

«Es un buen plan», se dijo.

Cogio el telefono y marco el numero del Centro del Holocausto. Espero a que el contestador terminase de recitar las horas de funcionamiento del centro y luego, despues de la senal, dijo:

– ?Esther? Soy Sophie Millstein. Tengo que hablar contigo, por favor. Ire manana por la manana y te contare algo mas sobre como fui arrestada. Ha sucedido algo. Me he acordado…

Se detuvo, sin saber cuanto podia explicar. Mientras dudaba, la grabadora se desconecto con un pitido. La anciana mantuvo el auricular en la mano, considerando llamar otra vez y anadir otro mensaje, pero finalmente se abstuvo.

Colgo. Todo saldria bien.

Fue hasta la ventana delantera y aparto una esquina de la cortina para atisbar de nuevo, como lo habia hecho cuando contemplo como se alejaba Simon Winter. Las luces de su apartamento estaban apagadas. Observo el patio, forzando la vista para ver la calle mas alla. Un coche paso a toda velocidad. Echo un vistazo a una pareja que caminaba rapidamente acera abajo.

Abandono la ventana delantera y fue a la puerta trasera del patio. La comprobo tal como habia hecho Simon Winter, para asegurarse de que estaba cerrada. Sacudio un poco la puerta corredera. Se lamento de que la cerradura fuese tan endeble y decidio que otra de las cosas que haria por la manana era llamar al senor Gonzalez, el propietario de The Sunshine Arms. «Soy vieja -penso-. Todos somos viejos aqui; deberiamos instalar mejores cerrojos e incluso algunos de esos modernos sistemas de alarmas como tiene mi amiga Rhea en Bellevue. Lo unico que tienes que hacer es apretar un boton y la policia acude como por ensalmo. Deberiamos tener algo asi. Algo moderno.»

Miro hacia fuera otra vez y solo vio oscuridad.

Boots estaba a sus pies.

– ?Lo ves, gatito? No hay nada de que preocuparse.

El gato no respondio.

Sintio que el cansancio se debatia con el temor en su interior. Por un momento se permitio pensar que la residencia de ancianos, a la que su hijo siempre intentaba convencerla para que se mudase, no era tan mala idea.

Pero, como todo lo demas, decidio que podia esperar al dia siguiente. Se tranquilizo con la lista mental de cosas para hacer por la manana: llamar al senor Gonzalez, comprar un abrelatas electrico, llamar a su hijo, visitar el Centro del Holocausto, hablar con el rabino y el senor Silver y la senora Kroner, reunirse con Simon Winter y tomar una decision. «Un dia ajetreado», penso. Entro en el pequeno bano y abrio el botiquin. Contenia una serie de medicamentos pulcramente ordenados. Algo para el corazon, algo para la digestion, algo para los achaques y dolores. En un pequeno recipiente en el extremo del estante habia lo que necesitaba: algo que la ayudara a dormir. Echo una pildora blanca en la mano y se la trago sin mas.

– Ya esta -dijo a su reflejo en el espejo-. Ahora unos diez minutos y te apagaras como una vela.

Volvio al dormitorio y se quito la ropa, tomandose su tiempo para colgar cuidadosamente el vestido en el armario y dejar caer su ropa interior en un cesto blanco de mimbre. Se puso un camison de rayon y se ajusto el escote; recordo que era el preferido de Leo, quien la provocaba y le decia que con esa prenda lucia sexy. Echaba de menos todo aquello. Ella nunca habia pensado que fuese sexy, pero su marido la hacia sentir deseada, lo que era muy agradable. Echo un ultimo vistazo al retrato de Leo y se deslizo entre las sabanas. Una calida y vertiginosa sensacion le recorrio el cuerpo mientras el somnifero surtia efecto.

El gato salto sobre la cama y se acomodo a su lado. La anciana alargo la mano y lo acaricio.

– He sido mala contigo; lo siento, Boots. Solo necesito un sueno reparador. -El gato se acurruco mas cerca de ella.

Cerro los ojos. Era lo unico que queria en el mundo, penso: una sola noche de descanso confortable sin pesadillas.

La noche se cerro como una caja alrededor de Sophie Millstein. Ni siquiera se movio, horas despues, cuando Boots se alzo de pronto con la espalda arqueada, resoplando y bufando ante los asperos sonidos de una intrusion.

3 El contable de los muertos

Pasaban nueve minutos de la medianoche y la operadora numero 3 del telefono de Emergencias de Miami Beach estaba irritada porque su companera del cambio de turno se retrasaba por tercera vez aquella semana. Sabia que el bebe de la numero 17 habia tenido bronquitis, pero aun asi, nueve minutos eran nueve minutos y ella queria irse a casa para no estar completamente exhausta cuando su propio hijo la despertase, como hacia casi cada manana, armando barullo en el pequeno bano y la cocina de su casa en Carol City. Le constaba que una de las ventajas de ser un adolescente es olvidar que no se debe hacer ruido cuando alguien duerme. Por esta razon

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