Era como si se levantaran nubes de tierra y pasaran a traves de un tamiz admirable e invisible, creado por la fuerza de la gravedad, y, al disiparse, formaran una lluvia de terrones y fango que caia contra el suelo, mientras infimas particulas en suspension se elevaban hacia el cielo.

Varias veces al dia, los soldados del Ejercito Rojo, ensordecidos y con los ojos inflamados, hacian frente a la infanteria y los tanques alemanes.

En el mando, aislado de las tropas, el dia parecia penosamente largo. Chuikov, Krilov y Gurov lo intentaban todo para llenar el tiempo y asi tener la ilusion de estar realizando una actividad: escribian cartas, discutian los posibles movimientos del enemigo, bromeaban, bebian vodka, acompanandolo de vez en cuando con algo de comer, o bien guardaban silencio aguzando el oido al estruendo de las bombas. En torno al refugio se abatia una tormenta de hierro que sesgaba la vida de aquellos que por un instante asomaban la cabeza sobre la superficie del terreno. El Estado Mayor estaba paralizado.

– Venga, echemos una partida de cartas -propuso Chuikov apartando hacia un lado de la mesa el voluminoso cenicero lleno de colillas.

Incluso Krilov, el jefe del Estado Mayor, habia perdido la paciencia. Con un dedo tamborileo sobre la mesa y dijo:

– No puedo imaginarme nada peor que estar aqui sentados, esperando a que nos devoren.

Chuikov repartio las cartas y anuncio:

– Los corazones son triunfos. -Luego, de repente, desparramo la baraja y profirio-: Aqui estamos, encerrados como conejos en sus guaridas, y jugando una partidita de cartas… ?No, no puedo!

Permanecio sentado con aire pensativo. Su cara adopto una expresion terrible, tal era el odio y el tormento que se reflejaba en ella.

Gurov, como si presintiera su destino, murmuro ensimismado:

– Si, despues de un dia como este uno puede morirse de un ataque al corazon. -Luego se echo a reir y dijo-: en la division es imposible entrar en el retrete durante el dia, ?es una empresa de locos! Me han contado que el jefe del Estado Mayor de Liudnikov entro gritando en el refugio: «?Hurra, muchachos, he cagado!», y al darse la vuelta, vio dentro del bunker a la doctora de la que esta enamorado.

Al anochecer, los ataques de la aviacion alemana cesaron. Probablemente, un hombre que fuera a parar de noche a las orillas de Stalingrado, abrumado por el estampido y las explosiones, se imaginaria que un destino adverso le habia conducido a aquel lugar en la hora del ataque decisivo. Para los veteranos castrenses, en cambio, aquella era la hora de afeitarse, hacer la colada, escribir cartas; para los mecanicos, torneros, soldadores, relojeros del frente era la hora de reparar relojes y fabricar mecheros, boquillas, candiles con vainas de laton de proyectil y jirones de capotes a modo de mechas.

El fuego titilante de las explosiones iluminaba el talud de la orilla, las ruinas de la ciudad, los depositos de petroleo, las chimeneas de las fabricas, y, en aquellas breves llamaradas, la ciudad y la orilla ofrecian un aspecto siniestro, lugubre.

Al caer la noche el centro de transmisiones se desperto: las maquinas de escribir comenzaron a teclear multiplicando las copias de los boletines de guerra, los motores se pusieron a zumbar, el Morse a traquetear y los telefonistas se llamaban de una linea a otra mientras los puestos de mando de las divisiones, los regimientos, las baterias y las companias se conectaban a la red. Los oficiales de enlace que acababan de llegar tosian discretamente mientras guardaban turno para dar sus informes al oficial de servicio.

El viejo Pozharski, que comandaba la artilleria del ejercito; Tkachenko, general de ingenieria, responsable de las peligrosas travesias del rio; Gurtiev, el comandante recien llegado de la division siberiana, y el teniente coronel Batiuk, veterano de Stalingrado, cuya division estaba apostada bajo el Mamayev Kurgan, se apresuraron a presentar sus informes a Chuikov y Krilov. En los informes dirigidos a Gurov, miembro del Consejo Militar, comenzaron a sonar los nombres famosos de Stalingrado -el operador de mortero Bezdidko, los francotiradores Vasili Zaitsev y Anatoli Chejov, el sargento Pavlov-, y, junto a estos, otros nombres de hombres pronunciados por primera vez: Shonin, Vlasov, Brisin, cuyo primer dia en Stalingrado les habia dado la gloria. Y en primera linea se entregaba a los carteros cartas dobladas en forma de triangulo: «Vuela, hojita, de occidente a oriente…, vuela con un saludo, vuelve con la respuesta… Buenos dias y tal vez buenas noches…». En primera linea se enterraba a los caidos, y los muertos pasaban la primera noche de su sueno eterno junto a los fortines y las trincheras donde los companeros escribian cartas, se afeitaban, comian pan, bebian te y se lavaban en banos improvisados.

8

Para los defensores de Stalingrado llegaron los dias mas duros.

En la confusion de los combates callejeros, del ataque y del contraataque; en la batalla por el control de la Casa del Especialista, del molino, del edificio del Gosbank (banco estatal); en la lucha por sotanos, patios y plazas, la superioridad de las fuerzas alemanas era incuestionable.

La cuna alemana, hundida en la parte sur de Stalingrado, en el jardin de los Lapshin, Kuporosnaya Balka y Yelshanka, se habia ensanchado, y los ametralladores alemanes, que se habian refugiado cerca del agua, abrian fuego contra la orilla izquierda del Volga, al sur de Krasnaya Sloboda. Los oficiales del Estado Mayor, que cada dia marcaban en el mapa la linea del frente, constataban como las lineas azules progresaban inexorablemente mientras continuaba disminuyendo la franja comprendida entre la linea roja de la defensa sovietica y la azul celeste del Volga.

Aquellos dias la iniciativa, alma de la guerra, estaba abanderada por los alemanes. Avanzaban y avanzaban sin cesar hacia delante, y toda la furia de los contraataques sovieticos no lograba detener su movimiento lento, pero aborreciblemente decidido.

Y en el cielo, desde el alba hasta el anochecer, gemian los bombarderos alemanes en picado y horadaban la tierra desventurada con bombas demoledoras. Y en cientos de cabezas martilleaba, punzante, el cruel pensamiento de que pasaria al dia siguiente, al cabo de una semana, cuando la franja de la defensa sovietica se transformara en un hilo y se rompiera, roido por los dientes de acero de la ofensiva alemana.

9

Era noche cerrada cuando el general Krilov se acosto en su catre de campana. Le dolian las sienes, tenia la garganta irritada por las decenas de cigarrillos que habia fumado. Krilov se paso la lengua por el paladar reseco y se giro de cara a la pared. La somnolencia hacia que en su memoria se mezclaran recuerdos de los combates de Sebastopol y Odessa, los gritos de la infanteria rumana al ataque, los patios adoquinados y cubiertos de hiedra de Odessa y la belleza marinera de Sebastopol.

Se le antojaba que de nuevo estaba en su puesto de mando de Sebastopol, y en la bruma del sueno brillaban los cristales de las lentes del general Petrov; el cristal centelleante resplandecia en miles de fragmentos, y mientras el mar se ondulaba, el polvo gris de las rocas trituradas por los proyectiles alemanes llovia sobre las cabezas de los marineros y los soldados y se levantaba hacia la montana Sapun.

Oyo el chapoteo indiferente de las olas contra el borde de la lancha y la voz ruda del submarinista: «?Salte!». Le parecio que saltaba al agua, pero su pie toco enseguida el casco del submarino… Una ultima mirada a Sebastopol, a las estrellas del cielo, a los incendios en la orilla…

Krilov se durmio. Pero tampoco en el sueno la obsesion de la guerra le dio tregua: el submarino se alejaba de Sebastopol en direccion a Novorossiisk. Doblo las piernas entumecidas; tenia la espalda y el pecho banados en sudor, el ruido del motor le golpeaba en las sienes. De repente el motor enmudecio y el submarino se poso suavemente sobre el fondo del mar. El bochorno se volvio insoportable; el techo metalico, dividido en cuadrados por el punteado de los remaches, le estaba aplastando…

Oyo un ruido sordo: habia estallado una bomba de profundidad. El agua le golpeo, le arranco de la litera.

En aquel instante Krilov abrio los ojos: todo estaba en llamas; por delante de la puerta abierta del refugio, hacia el Volga, corria un torrente de fuego, se oian gritos y el traqueteo de las metralletas.

– El abrigo…, cubrete la cabeza con el abrigo -grito a Krilov un soldado desconocido mientras se lo extendia.

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