zapato, como si temiera estropear su contenido, y se acerco a ella. El primero aumento ahora la presion de sus manos y su companero, encorvando su alta figura, dijo en voz baja y grave:

– Usted no ira a la cita con el dottor Semenzato.

Ella sintio colera antes que miedo, y la colera le hizo decir:

– Sueltenme. Y salgan de esta casa. -Se revolvio, tratando de zafarse de las manos del hombre, pero el le sujeto los brazos a los costados.

A su espalda, subia el tono de la musica y la doble voz de Flavia inundaba la habitacion. La sincronia era perfecta, nadie hubiera sospechado que eran dos voces y no una las que cantaban de dolor, amor y anoranza. Brett volvio la cara hacia la musica, pero deliberadamente interrumpio el movimiento y pregunto mirando al que tenia delante:

– ?Quienes son ustedes? ?Que quieren?

La voz del hombre cambio y se hizo adusta, lo mismo que su cara.

– No hagas preguntas, zorra.

Nuevamente, ella trato de soltarse, pero era imposible. Apoyando el peso del cuerpo en un pie, golpeo con el otro al hombre que la sujetaba, pero el talon desnudo no podia hacer mucho dano.

Entonces, ella oyo decir al que la sujetaba:

– Vamos. Adelante.

Ella volvia la cabeza para mirar atras cuando el primer golpe la alcanzo en el estomago. Fue una explosion de dolor que le hizo doblar el cuerpo tan violentamente que casi escapo de las manos del que la inmovilizaba, pero el la enderezo con brusquedad. El que estaba delante volvio a golpearla, esta vez, debajo del pecho izquierdo, y la reaccion fue la misma: el cuerpo de ella se doblo con un espasmo para defenderse del dolor.

Entonces, deprisa, tan deprisa que Brett perdio la cuenta de los punetazos, el hombre la golpeo repetidamente en el pecho y las costillas.

A su espalda, mientras las voces de Flavia cantaban al futuro de dicha que la aguardaba cuando se desposara con «Arturo», el hombre golpeo en un lado de la cabeza a Brett, a la que empezo a zumbarle el oido derecho, y ya solo pudo oir la musica con el izquierdo.

Ella unicamente era consciente de una cosa: no podia emitir sonido alguno. Ni gritar, ni pedir auxilio, ni quejarse. Las voces de soprano se fundian detras de ella, alborozadas, cuando su labio se partio bajo el puno del hombre.

El que estaba detras de ella le solto el brazo derecho. Ya no hacia falta sujetarla y, si aun la agarraba de un brazo, era para sostenerla. Ahora la obligo a volverse a mirarlo.

– No vaya a la cita con el dottor Semenzato -dijo todavia con voz suave y cortes.

Pero ella ya no podia oirle, solo percibia vagamente la musica, el dolor y el miedo de que estos hombres la mataran.

La cabeza le colgaba inerte y solo les veia los pies. Noto que el alto hacia un brusco movimiento hacia ella y sintio un calor repentino en las piernas y en la cara. Habia perdido el control de su cuerpo y percibio el olor acre de su propia orina. Con sabor a sangre en la boca, vio como el liquido chorreaba y les salpicaba los zapatos. Ella se tambaleaba entre los dos hombres, pensando tan solo que no podia emitir ni un sonido y deseando que la dejaran caer, para poder hacerse un ovillo y mitigar el dolor que sentia en todo el cuerpo. Y, mientras tanto, la doble voz de Flavia Petrelli brotaba en notas de jubilo alzandose sobre el coro y el tenor, su enamorado.

Brett, con un esfuerzo mayor del que habia puesto en algo en toda su vida, alzo la cabeza y miro a los ojos al hombre alto que ahora estaba delante de ella. El le dedico una sonrisa tan intima como la que ella hubiera podido ver en la cara de un amante. Lentamente, extendio la mano y le oprimio suavemente el pecho izquierdo mientras susurraba:

– ?Quieres mas, cara? Con un hombre es mejor.

La reaccion de Brett fue totalmente involuntaria. Su puno reboto en la cara del hombre sin hacerle dano, pero lo repentino del movimiento la libero de la mano del otro hombre y fue a dar de espaldas contra la pared. Sintio su dureza pero no dolor, como si no fuera su cuerpo el que habia chocado.

Entonces vio que se hundia, noto el roce aspero del ladrillo que le levantaba el jersey. Despacio, muy despacio, como a camara lenta, fue resbalando hacia el suelo. La rugosa pared le aranaba la carne mientras la fuerza de la gravedad tiraba de su cuerpo.

Brett estaba confusa. Oia una voz de Flavia que cantaba la cabaletta y otra voz de Flavia que gritaba furiosa:

– ?Quienes son? ?Que hacen aqui?

«Sigue cantando, Flavia», queria decirle, pero no podia recordar como decirlo. Acabo de caer al suelo y quedo con la cara vuelta hacia la puerta de la sala, donde vio a la verdadera Flavia a contraluz, oyo la musica excelsa que llegaba con ella, envolviendola, y descubrio el gran cuchillo de picar cebolla que traia en la mano.

– No, Flavia -susurro, pero nadie la oyo.

Flavia se lanzo hacia los dos hombres. Ellos, sorprendidos a su vez, no tuvieron tiempo de reaccionar, y el cuchillo hizo un corte en el antebrazo que el mas bajo habia levantado. El hombre dio un grito de dolor y apreto el brazo contra el cuerpo, cubriendose la herida con la otra mano. La sangre empezo a empapar la manga de la chaqueta.

Otra imagen congelada. Luego, el mas alto inicio la retirada en direccion a la puerta que habia quedado abierta. Flavia, con la mano del cuchillo a la altura de la cadera, dio dos pasos hacia el. El herido le lanzo un puntapie con el pie izquierdo que la alcanzo a un lado de la rodilla. Ella cayo de rodillas, con el cuchillo todavia bien sujeto junto a su cuerpo.

La senal que intercambiaron los dos hombres en este momento fue totalmente silenciosa, pero ambos fueron hacia la puerta al mismo tiempo. El alto se agacho alargando el brazo para recuperar el sobre, pero Flavia, desde el suelo, finto con el cuchillo hacia su mano y el retrocedio dejando el sobre en el suelo. Flavia se puso de pie y bajo corriendo varios escalones detras de ellos, mas enseguida se detuvo, volvio al apartamento y cerro la puerta con el pie.

Se arrodillo al lado de la mujer que estaba en el suelo.

– Brett, Brett -dijo mirandola con ansiedad. La otra tenia la parte inferior de la cara cubierta de la sangre que le salia de la nariz, del labio y de una herida del lado izquierdo de la frente. Estaba tendida con una rodilla doblada debajo del cuerpo, el jersey subido hasta la barbilla y los pechos al descubierto-. Brett -dijo Flavia por tercera vez y durante un momento penso que aquella figura inmovil estaba muerta. Pero inmediatamente ahuyento el pensamiento y le puso una mano a un lado del cuello.

Con la lentitud con que amanece una encapotada manana de invierno, se alzo un parpado y luego el otro, aunque solo hasta la mitad, porque estaba hinchandose rapidamente.

– Stai bene? -pregunto Flavia.

La unica respuesta fue un leve quejido. Pero era una respuesta.

– Pedire ayuda. No te apures, cara. Vendran enseguida.

Corrio a la otra habitacion y alargo la mano hacia el telefono. Durante un segundo, no supo que era lo que le impedia agarrar el aparato, y entonces vio el cuchillo ensangrentado que tenia agarrado con una mano agarrotada. Lo dejo caer al suelo y levanto el aparato. Con dedos rigidos pulso el 113. Al cabo de diez senales, una voz de mujer le pregunto que deseaba.

– Es una urgencia. Necesitamos una ambulancia. En Cannaregio.

La voz, con acento de aburrimiento, le pidio la direccion exacta.

– Cannaregio, 6134.

– Lo siento, signora. Es domingo y solo hay una ambulancia. La pondre en lista.

Flavia alzo la voz.

– Una mujer esta herida. Han intentado matarla. Hay que llevarla al hospital.

La voz asumio un tono de sufrida paciencia.

– Ya se lo he dicho, signora. Solo disponemos de una ambulancia y antes tiene que atender otros dos servicios. En cuanto este libre se la enviaremos. -Al no recibir respuesta de Flavia, la voz pregunto-: Signora, ?me oye? Si hace el favor de repetirme la direccion, tomare nota. Signora? Signora? -En respuesta al silencio de Flavia, la mujer corto la comunicacion, dejando a Flavia con el telefono en la mano y deseando tener todavia el cuchillo.

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