mientras pueda.

Adios a sus suenos de poder, se dijo el conde de March mientras le veia alejarse. Recordo que Nyssa habia dicho una vez que Thomas Howard le habia arrebatado sus suenos mas anhelados y seguramente pensaria que el cabeza de la familia Howard habia recibido su merecido al probar un poco de su propia medicina, pero tambien sabia que no era tan mezquina como para regocijarse con la caida de los Howard.

Thomas Culpeper comparecio ante el Consejo vestido con un sencillo traje negro, como correspondia a un hombre de su posicion en una ocasion como aquella. Sus ojos azules brillaban intensamente y miraban desafiantes a los miembros del Consejo.

– ?Estais enamorado de Catherine Howard, la mujer que hasta hace poco tiempo era reina de Inglaterra?

– inquirio el duque de Suffolk.

– Si, lo estoy.

– ?Desde cuando?

– Desde que eramos ninos, senor.

– A'pesar de que era una mujer casada y su marido era vuestro rey y el hombre que os trajo a la corte y os educo, la sudujisteis, ?no es asi?

– Para mi solo era un juego, un pasatiempo mas

– se defendio Tom Culpeper-. Nunca pense que me corresponderia. Al principio me rechazo y, cuanto mas empeno ponia yo en acercarme a ella, mas se resistia. Pero un dia el rey se puso enfermo y se nego a ver a su esposa durante semanas. Catherine se sentia muy sola y, casi sin querer, empezo a prestar atencion a mis tentativas de acercamiento. Yo me sentia el hombre mas afortunado de la tierra: la mujer a quien siempre habia amado por fin me correspondia.

– ?Y como manifestasteis el amor que sentiais por ella? -pregunto el duque de Suffolk mientras daba gracias a Dios por haber conseguido evitar que el rey presenciara la declaracion de aquel traidor.

– Yo temia que el rey nos descubriera y trataba de ser discreto, pero Cat aprovechaba cualquier oportunidad para estar a solas conmigo. ?Me parecia una locura pero era magnifico!

– ?La besasteis?

– Si, senor.

– ?La acariciasteis?

– Tambien la acaricie donde solo su marido podia haberlo hecho.

– ?Os acostasteis con ella?

– Aunque lo hubiera hecho, nunca lo admitiria publicamente. No seria honrado.

– ?Como os atreveis a dar lecciones de moral a este tribunal? -intervino el duque de Norfolk, livido de ira-. ?Quien es honrado? ?Vos, pedazo de alcornoque? Confesais haber besado y acariciado a mi sobrina, una mujer casada, la esposa de vuestro rey, y ?os considerais honrado? Si lo que pretendeis es proteger a Ca-therine, sabed que Jane Rochford ha confesado haber sido testigo de vuestros encuentros secretos.

– La moral de lady Rochford es solo comparable a la de las prostitutas del puente de Londres -replico Tom Culpeper-. Me importa un comino lo que haya declarado esa loca; no dire nada que pueda perjudicar a mi amada reina. Perdeis el tiempo conmigo, senores -concluyo mirando al tribunal con gesto desafiante.

Thomas Culpeper fue expulsado de la sala inmediatamente.

– Tiene que confesar -dijo lord Sadler-. Quiza si le torturamos un poco…

– Podeis torturarle hasta la muerte, pero nunca confesara que fue amante de la reina -opino lord Russell.

– Yo creo que su actitud arrogante y su negativa a confesar prueban que es culpable -intervino lord Audley.

– Estoy de acuerdo -asintio el conde de Sout-hampton-. El muy tonto esta enamorado de ella y los hombres enamorados suelen comportarse como locos irresponsables.

– Que Dios se apiade de sus almas -murmuro el obispo Gardiner.

– Deberiamos volver a interrogar a la reina -propuso el arzobispo Cranmer.

– ?Y que conseguireis con eso? -salto Thomas Howard-. Mi sobrina no tiene ni una pizca de sentido comun y se niega a reconocer la gravedad de la situacion. ?La muy ilusa cree que el rey la perdonara!

– No es una mala idea -repuso el duque de Suffolk-. Aunque no consigamos sacarle nada, contamos con las declaraciones de los otros testigos. Pero no debe saber que Culpeper trata de protegerla -anadio-. Podriamos decirle que sospechamos que ha mentido al Consejo para salvar el pellejo. Quiza Ca-therine aproveche la oportunidad para vengarse de el y confiese toda la verdad.

– No es necesario que vayamos todos -dijo el duque de Norfolk-. Si me lo permitis, me gustaria formar parte de la comitiva. Despues de todo, Catheri-ne es mi sobrina y soy responsable de su comportamiento.

– Esta bien -accedio Suffolk-. Gardiner, South-ampton y Richard Sampson nos acompanaran.

Richard Sampson era el dean de la capilla real y se decia que no se habia perdido ni una sola reunion desde que habia sido elegido miembro del Consejo. Ostentaba el cargo de obispo de Chichester y todos le tenian por un hombre justo.

– Os acompanare con mucho gusto ••-asintio.

Los cinco miembros del Consejo navegaron rio arriba hasta Syon, donde encontraron a Catherine Ho-ward tocando el laud y cantando una cancion dedicada a su prima Ana que el rey habia compuesto hacia algunos anos:

?Ay de mi, amor mio! Me has roto el corazon al apartarme de tu lado porque yo te queria y apreciaba tu compania.

Mi amor y mi alegria eran la Dama de las Mangas

{Verdes.

La Dama de las Mangas Verdes tenia un corazon de

{oro, pero ?que le ocurrio a nuestro amor?

Te di todo cuanto una mujer podia desear y Dios sabe que lo hice de buena gana. Tocabas el laud y cantabas con el corazon pero no

{me amabas.

Mi amor y mi alegria eran la Dama de las Mangas

{Verdes.

La Dama de las Mangas Verdes tenia un corazon de

{oro, pero ?que le ocurrio a nuestro amor?

Los miembros del Consejo escucharon embelesados la hermosa balada pero, en cuanto la ultima nota murio en la garganta de Catherine, el duque de Suffolk dio un paso al frente dispuesto a romper el hechizo.

– Hemos venido a interrogaros, senora -dijo inclinandose cortesmente-. Las declaraciones de algunos testigos nos han obligado a volver para escuchar que teneis que decir en vuestra defensa.

– ?Quien ha hablado mal de mi? -replico Catherine levantando la barbilla y arrugando la nariz en un gesto desdenoso-. ?Ha sido lady Rochford? Es una pobre loca. ?No ireis a decirme que dais mas credito a su testimonio que al mio!

– El senor Thomas Culpeper ha confesado haber mantenido relaciones con vos durante meses y lady Rochford asegura que es verdad.

– No tengo nada que decir -respondio la obstinada Catherine.

El obispo Sampson se adelanto y tomo una mano de la joven entre las suyas. Estaba helada. Pobrecilla, penso. Debe de estar aterrorizada.

– Hija mia, por el bien de tu alma te ruego que confieses tus pecados para que pueda absolverte -dijo con voz suave con la esperanza de persuadirla.

– Agradezco vuestra preocupacion por la salvacion de mi alma, pero me niego a volver a declarar ante el Consejo -replico Cat soltandole la mano y volviendo a tomar su laud.

– ?Catherine, eres una idiota! -rugio Thomas Ho-ward-. ?No te das cuenta de que tu vida corre peligro? ?Vas a ser condenada a muerte!

– La muerte es algo que todos debemos enfrentar desde el momento en que nacemos, tio -repuso Cat apartando la mirada del laud durante unos segundos-. Ni siquiera tu eres inmortal.

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