—Ascender no sera mucho mas duro que arrastrarnos entre los matorrales —opino Andre.

Martin asintio y pregunto:

—?En este punto volvemos a torcer hacia el este?

—Da lo mismo aqui que en cualquier otra parte —replico Andre y saco, a fin de tomar notas, su apunte cartografico sucio y con las esquinas dobladas.

—?Ahora? —quiso saber Luz—. ?No acampamos?

Generalmente no acampaban hasta la caida del sol, pero hoy habian recorrido un largo trecho. Luz miro las malezas espinosas y broncineas que le llegaban a los hombros y que crecian a una distancia de uno o dos metros entre si, por lo que millones de senderos serpenteantes que no conducian a ningun sitio se abrian entre y alrededor de las matas. Solo divisaba a unos pocos integrantes del contingente; la mayoria se habia sentado a descansar en cuanto se dio la voz de alto. Cubria sus cabezas un cielo gris plomizo, monotono, con una unica nube uniforme. Hacia dos noches que no llovia, pero cada hora que pasaba la temperatura descendia un poco.

—Recorramos unos kilometros mas y llegaremos al pie de las colinas —propuso Andre—. Puede que alli encontremos refugio y agua.

Miro inquisitivo a Luz y espero a que diera su opinion. Andre, Martin, Italia y los otros pioneros solian apelar a ella y a un par de mujeres mayores en tanto representantes de los debiles, los que no podian seguir el ritmo que habrian fijado los mas resistentes. A Luz no le molestaba. Todos los dias caminaba hasta el limite de su resistencia o lo superaba. Las tres primeras jornadas, cuando se habian apresurado por temor a la persecucion, la dejaron agotada y, a pesar que ella iba desarrollando fuerzas, no logro compensar esa perdida inicial. Lo aceptaba y dirigia todo su resentimiento contra la mochila, esa carga monstruosa e irascible, que doblaba las rodillas y destrozaba el cuello. ?Si no hubieran tenido que acarrear de todo! No podian llevar carretas sin abrir o dejar huellas. Sesenta y siete personas no podian vivir de la inmensidad mientras se trasladaban ni asentarse sin herramientas, aunque no fuera fin de otono y estuviera a punto de empezar el invierno…

—Unos kilometros mas —repitio.

Siempre se sorprendia al decir esas cosas. «Unos kilometros mas», como si no supusieran ningun esfuerzo, cuando desde hacia seis horas anhelaba, sonaba con sentarse, simplemente con sentarse, solo con sentarse un minuto, un mes, un ano. Pero ahora que habian hablado de torcer nuevamente hacia el este, supo que tambien anhelaba abandonar ese monotono laberinto de maleza espinosa e internarse en las colinas, donde quizas se pudiera ver en lontananza.

—Unos minutos de descanso —anadio, se sento, se quito las correas de la mochila y se froto los hombros doloridos.

Andre la imito al instante. Martin fue a hablar con otros pioneros para comentar el cambio de rumbo. No habia un alma visible, todos se habian desvanecido en el mar de maleza espinosa, aprovechando los breves minutos de descanso, se habian tendido en el suelo arenoso, grisaceo y cubierto de espinas. Luz ni siquiera divisaba a Andre, solo veia un angulo de su mochila. El viento del noroeste, debil pero frio, agitaba las pequenas ramas secas de los arbustos. No se oia nada mas.

Sesenta y siete personas: no se veian ni se oian. Desaparecidas. Perdidas. Una gota de agua en el rio, una palabra arrojada al viento. Unos seres diminutos que apenas se desplazaban en la inmensidad, sin demasiada prisa, y que dejaban de moverse, pero ni para la inmensidad ni para cualquier otra cosa significaban nada, no hacian mas diferencia que la caida de una espina entre un millon de espinas o el movimiento de un grano de arena.

El miedo que habia llegado a conocer en los diez dias de travesia se presento como una infima niebla gris en los vericuetos de su mente, el frio deslizamiento de la ceguera. Era suyo, suyo por herencia y educacion. Fue para exorcizar su miedo, el miedo de ellos, que se levantaron los techos y los muros de la Ciudad; fue el miedo el que trazo las calles tan rectas e hizo las puertas tan estrechas. Apenas lo habia conocido tras esas puertas. Se habia sentido muy segura. Hasta en el Arrabal lo habia olvidado, pese a ser forastera, porque los muros no eran visibles pero si muy solidos: companerismo, cooperacion, afecto, el estrecho circulo humano. Pero por eleccion se habia apartado de todo y se habia internado en la inmensidad y por fin estaba cara a cara con el miedo sobre el que se habia sustentado toda su vida.

No podia limitarse a afrontarlo, tuvo que combatirlo cuando empezo a tocarla; si no, todo quedaria abolido y perderia totalmente la capacidad de elegir. Tuvo que luchar ciegamente porque no habia razon que se opusiera a ese miedo. Era mucho mas viejo y penetrante que las ideas.

Existia la idea de Dios. En la Ciudad, a los ninos les hablaban de Dios. El creaba todos los mundos, castigaba a los malos y enviaba a los buenos al Cielo. El Cielo era una bella casa con tejado de oro donde Meria, la madre de Dios —la madre de todos—, atendia solicita las almas de los muertos. Ese relato le habia gustado. De pequena habia rezado a Dios para que algunas cosas ocurrieran y otras no porque, si se lo pedias, el podia hacerlo todo; mas adelante le gusto imaginar que la madre de Dios y su madre llevaban la casa juntas. Pero cuando aqui penso en el Cielo, fue un lugar pequeno y lejano, como la Ciudad. No tenia nada que ver con la inmensidad. Aqui no habia Dios; el pertenecia a la gente y donde no habia gente no habia Dios. En el funeral por Lev y los otros tambien habian hablado de Dios, pero eso ocurrio alla lejos, alla lejos. Aqui no existia nada semejante. Nadie creo esta inmensidad y en ella el bien y el mal no existian; lisa y llanamente, era.

Trazo un circulo en la tierra arenosa, cerca de su pie, dibujandolo con una vara espinosa y procurando hacerlo con la mayor perfeccion posible. Ese era un mundo, un yo o un Dios, ese circulo, llamalo como quieras. En la inmensidad no habia nada mas que pudiera pensar de esa manera en un circulo… Luz recordo la delicada anilla de oro que rodeaba la brujula. Como era humana, poseia la mente, los ojos y la mano diestra que imaginaban la idea de un circulo y la dibujaban. Pero cualquier gota de agua que cayera de una hoja a un estanque o a un charco de lluvia podia trazar un circulo aun mas perfecto, que huia hacia afuera desde el centro, y si el agua no tenia limites, el circulo se fugaba eternamente hacia afuera, cada vez mas debil, siempre mas extenso. Ella no podia hacer aquello que cualquier gota de agua era capaz de hacer. ?Que habia dentro de su circulo? Granos de arena, polvo, unos pocos guijarros pequenitos, una espina semienterrada, el rostro cansado de Andre, el sonido de la voz de Vientosur, los ojos de Sasha que eran como los de Lev, el dolor de sus hombros donde apretaban las correas de la mochila y su miedo. El circulo no podia excluir el miedo. Y la mano borro el circulo, aliso la arena y la dejo tal como habia estado siempre y como volveria a estar siempre despues que siguieran adelante.

—Al principio senti que dejaba atras a Timmo —comento Vientosur mientras observaba la ampolla mas dolorosa de su pie izquierdo—. Cuando dejamos la casa…, la construimos entre los dos. Senti que me alejaba y por fin lo abandonaba para siempre, lo dejaba atras. Pero ahora no veo las cosas bajo esa perspectiva. Fue aqui donde murio, en la inmensidad. Ya se que no murio aqui mismo, sino en el norte. Pero ya no siento que esta tan espantosamente lejos como me parecio todo el otono, viviendo en nuestra casa. Es casi como si hubiera salido a su encuentro. No estoy agonizando, no es eso. Alla solo pensaba en su muerte y aqui, mientras caminamos, pienso constantemente en Timmo vivo. Es como si ahora estuviera conmigo.

Habian acampado en un pliegue del terreno, bajo las colinas rojas, junto a un torrente rapido y rocoso. Habian encendido las fogatas, cocinado y comido; muchos se habian acostado y dormian. Aunque aun no era de noche, el frio era tan intenso que si no te movias tenias que acurrucarte junto al fuego o cubrirte y dormir. Durante las cinco primeras noches de la travesia no habian encendido el fuego por temor a los perseguidores y habian sido unas noches terribles; Luz no habia conocido deleite mas intenso que el que experimento ante el primer fuego de campamento, en medio de un enorme anillo arbolado, en la ladera sur del paramo, y ese mismo placer se repetia todas las noches, el exuberante lujo de la comida caliente, del calor. Las tres familias con las que Vientosur y ella acampaban y cocinaban se preparaban para pasar la noche; el benjamin —el mas joven de toda la migracion, un chico de once anos— ya estaba enroscado en su manta como un murcielago con saco abdominal y dormia a pierna suelta. Luz se ocupo de la hoguera mientras Vientosur atendia sus ampollas. Rio arriba y rio abajo centelleaban otras siete fogatas y la mas lejana no era mas que la llama de una vela en el atardecer gris azulado, una mancha dorada, neblinosa y temblona. El ruido del torrente ahogaba el sonido de las voces en torno a las demas hogueras.

—Voy a buscar lena —dijo Luz.

No estaba eludiendo la respuesta a las palabras de Vientosur. No hacia falta una respuesta. Vientosur era amable y perfecta; daba y hablaba, sin esperar nada a cambio; en todo el mundo no existia companera menos exigente y mas alentadora.

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