con el resto del cuerpo. Un ojo central, como el de los no-se-que, que me miraba. Creo que tambien tenia ojos a los lados, pero no lo he visto bien. Me ha clavado la mirada un minuto, se ha vuelto y se ha internado entre los arboles. —Su voz sonaba baja y serena.

—Parece aterrador —comento Luz tranquila—. Pero no se por que.

Claro que sabia por que, pensaba en su sueno de los seres que se acercaban y vigilaban, a pesar que no lo habia sonado desde que abandonaron la zona de los matorrales.

Sasha meneo la cabeza. Estaban en cuclillas, uno al lado del otro, bajo un improvisado techo de ramas. Sasha se quito las gotas de lluvia del pelo y restrego su erizado bigote gris.

—Aqui no hay nada que pueda hacernos dano salvo nosotros mismos —dijo—. ?Circulan por la Ciudad historias sobre animales que nosotros ignoramos?

—No…, solo sobre los escuros.

—?Los escuros?

—Son una vieja historia. Seres semejantes a hombres, peludos y de feroz mirada. La prima Lores me hablo de ellos. Mi padre decia que fueron hombres…, exiliados, hombres que se perdieron, dementes, hombres que perdieron el juicio.

Sasha asintio y anadio:

—Nada semejante puede haber llegado tan lejos. Somos los primeros.

—Solo hemos vivido en la costa. Supongo que hay animales que jamas hemos visto.

—Y plantas. Mira aquella: se parece a la que llamamos baya blanca, pero no es la misma. La descubri ayer. —Hizo silencio. Un rato despues anadio—: No hay nombre para el animal que vi.

Luz asintio.

Entre Sasha y ella existia el silencio, el vinculo del silencio. Sasha no hablo del animal a nadie mas y Luz tampoco lo menciono. No sabian nada de este mundo, de su mundo, salvo que debian recorrerlo en silencio hasta aprender una lengua digna de hablarse alli. Sasha era un hombre dispuesto a esperar.

Coronaron la segunda cadena el tercer dia de llovizna. Arribaron a un valle mas largo y menos profundo, en el que la caminata no era tan agotadora. A mediodia cambio el viento y soplo desde el norte, limpiando las crestas de nubes y bruma. Por la tarde ascendieron la ultima ladera y ese anochecer, en medio de una descomunal y gelida claridad luminosa, llegaron a las macizas y oxidadas formaciones rocosas de la cumbre y vieron las tierras orientales.

Se reunieron pausadamente, ya que los mas lentos aun pugnaban por coronar la ladera pedregosa mientras los adelantados los esperaban: a ojos de los escaladores, unas pocas figuras minusculas y oscuras contra el enorme y brillante vacio celeste. La hierba corta y rala de la cumbre brillaba rojiza en el ocaso. Todos se reunieron alli, sesenta y siete personas, y se dedicaron a contemplar el resto del mundo. Apenas hablaron. El resto del mundo parecia muy grande.

Las sombras de la cuesta por la que habian ascendido arrojaban una profunda penumbra sobre el llano. Mas alla de esas sombras la tierra era dorada, un dorado brumoso, encarnado e invernal, debilmente salpicado y moteado por los cursos de los rios lejanos, la masa de las colinas bajas o los bosquecillos de arboles anillados. Al otro lado de la meseta, en el limite mismo del alcance de la mirada, las montanas se elevaban sobre un fondo de cielo tremebundo, incoloro y ventoso.

—?A que distancia estan? —pregunto alguien.

—Tal vez haya cien kilometros hasta la estribaciones.

—Son muy grandes…

—Se parecen a las que vimos en el norte, mas arriba del Lago Sereno.

—Tal vez sea la misma cordillera. Se extendia hacia el sudeste.

—Esa meseta es como el mar, sigue al infinito.

—?Aqui arriba hace frio!

—Situemonos debajo de la cima, al amparo del viento.

Mucho despues que el altiplano se tinera de gris, el afilado y pequeno borde de hielo iluminado por el sol se incendio en el limite de la mirada, hacia el este. Se blanqueo y desaparecio; densas en la ventosa negrura, salieron las estrellas, todas las constelaciones, todas las ciudades encendidas que no eran su hogar.

El arroz de los pantanos crecia generosa y espontaneamente en los torrentes de la meseta; les sirvio de alimento durante los ocho dias que tardaron en cruzarla. Las Colinas del Hierro se encogieron a sus espaldas: una linea rugosa y oxidada trazada al oeste. En el llano abundaban los conejos, una especie de patas mas largas que las de los ejemplares de los bosques costeros; las orillas de los rios estaban salpicadas y pobladas de conejeras; cuando salia el sol, los conejos tambien salian y disfrutaban de sus rayos mientras veian pasar a la gente con ojos serenos y confiados.

—Habria que ser tonto para morirse de hambre aqui —comento Grapa mientras contemplaba a Italia, que desplegaba las trampas cerca de un vado rutilante y cubierto de guijarros.

Siguieron adelante. El viento soplaba cruelmente en la altiplanicie descubierta y no habia madera para construir refugios ni para hacer fuego. Siguieron andando hasta que el terreno empezo a subir, ascendiendo hacia las estribaciones, y llegaron a un gran rio que corria hacia el sur y al que Andre, el cartografo, llamo Rocagris. Para cruzarlo tenian que encontrar un vado, lo que parecia bastante improbable, o construir balsas. Algunos eran partidarios de atravesarlo y dejar tambien esa barrera a sus espaldas. Otros preferian volver a virar hacia el sur y seguir la orilla oeste del Rocagris. Deliberaron y, al mismo tiempo, organizaron el primer campamento de escala. Un hombre se habia danado el pie en una caida y varios mas sufrian heridas menores y otros malestares; era imprescindible reparar el calzado; todos estaban cansados y necesitaban unos dias de reposo. El primer dia levantaron refugios de broza y hojas de paja. Hacia frio y las nubes se acumulaban a pesar que el viento glacial no soplaba. Esa noche cayo la primera nevada.

En Bahia Songe nevaba excepcionalmente y nunca recien entrado el invierno. Ya no estaban bajo la influencia del clima benigno de la costa occidental. Las colinas costeras, los paramos y las Colinas del Hierro contenian la lluvia que los vientos de poniente traian desde el mar; aqui el clima era mas seco y mas frio.

Mientras cruzaban el llano, apenas habian visto la gran cordillera hacia la que se dirigian, las afiladas alturas de hielo, pues las nubes de nieve ocultaban todo salvo las estribaciones azules. Ahora estaban en las estribaciones: un asilo entre la meseta ventosa y las cumbres tormentosas. Se habian internado por el estrecho valle de un torrente que serpenteaba y se ensanchaba hasta alcanzar la extensa y honda garganta del Rocagris. El lecho del valle estaba arbolado, en su mayor parte por arboles anillados y unos pocos pero espesos grupos de algodones, y habia muchos claros. Las colinas del norte del valle eran empinadas y penascosas, de modo que protegian el propio valle y las laderas del sur, mas bajas y abiertas. Era un sitio agradable. El primer dia, mientras montaban los refugios, todos se habian sentido comodos. Por la manana los claros estaban blancos y bajo los arboles anillados —a pesar que el follaje color bronce habia retenido la ligera nevada— hasta la ultima piedra y brizna de hierba marchita centelleaba con la espesa escarcha. La gente se apino alrededor de las fogatas para descongelarse antes de ir a buscar mas lena.

—Con este clima, los refugios de broza no sirven —declaro Andre sombriamente y se froto las manos tiesas y agrietadas—. Ay, ay, ay, estoy entumecido.

—Esta aclarando —dijo Luz y se asomo por una amplia brecha en la arboleda, donde el valle lateral desembocaba en la garganta del rio.

Mas alla de la escarpada y lejana orilla del Rocagris, la Cordillera Oriental resplandecia enorme, azul oscuro y blanca.

—De momento. Volvera a nevar.

Andre parecia fragil agazapado junto a la hoguera que ardia casi invisible bajo el fresco sol de la manana: fragil, entumecido y pesimista. Muy descansada por la jornada sin caminar, Luz experimentaba una frescura espiritual muy semejante a la luz de la manana: sentia un gran amor por Andre, ese hombre paciente y preocupado. Se agacho a su lado, delante de la hoguera, y le palmeo el hombro.

—Este es un buen sitio, ?no te parece? —pregunto. Andre asintio acurrucado, sin dejar de frotar sus manos irritadas y amoratadas—. Andre —el hombre gruno—, creo que deberiamos construir cabanas en vez de refugios.

—?Aqui?

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