interlocutores y se olvido momentaneamente del secreto que parecia haberse juramentado a guardar.

– Pero la historia es una sola…

– La Historia es como un arbol que bifurca sus ramas a cada segundo. A Julio Cesar le asesinaron, pero en otro lugar y en otra dimension, su asesinato fracaso y pudo cumplir sus planes de conquista. ?Se imagina usted como sera la historia en esa otra dimension?… ?O en la dimension en la que Hitler, precisamente por no haber seguido los consejos de Hanussen, consiguio la fision atomica en Peenemunde?…

Y al decir esto, Braunstein cerro involuntariamente los ojos, presa de un terror momentaneo.

– Profesor, ?quiere usted decir que hay un mundo en el que esto ocurrio?

– Hay mundos infinitos, tantos mundos como segundos tuvo la historia del Universo.

– ?Y usted puede captarlos?

– Seria imposible captarlos todos. En cada uno de esos segundos, la energia se retrato en ondas magneticas. Y nunca podriamos captar todas esas ondas.

– Pero alguna de ellas seria suficiente para demostrar que esta usted en lo cierto.

– Si, seria suficiente…

– Eso es entonces lo que usted busca…

– Lo estuve buscando hasta hace muy poco tiempo…

– ?Y lo ha conseguido?

– No… Al menos no como yo habria querido… Las matematicas son puras y nunca se equivocan… Pero la tecnica del hombre esta sujeta a taras tan sutiles que una desviacion minima o cualquier condicionamiento sin importancia pueden trastocarlo todo… para siempre.

Braunstein se detuvo un instante para anadir, casi para su coleto:

– Y, a veces, los resultados son tan horribles, que es preferible abandonar, si queremos que el mundo siga existiendo… tal como lo conocemos, o como nuestro camino historico nos ha trazado.

Lebeau no consiguio mas informacion del profesor Braunstein. El viejo se obstino en su silencio despues de aquella criptologia de las palabras y sus esfuerzos no fueron tampoco secundados por los Lind, que respetaban demasiado al anciano para desviarle u obligarle con insistencias.

Y, sin embargo, el medico tuvo, mas que nunca, la seguridad de que en aquellas palabras, en aquella conversacion sostenida con Braunstein como una charada pluridimensional, estaba el secreto del enigma que toda la policia del pais no habia logrado descubrir.

Ya solo nuevamente, se trazo las posibilidades de su sospecha. Y esa sospecha, que en su mente no tenia fundamento, se aferraba a su subconsciente con una seguridad que el mismo no habria querido admitir por nada del mundo. Llego a pensar que podia haber detras de todo aquello una cuestion internacional en la que el propio Gobierno estuviera implicado y de la que ni siquiera la policia hubiera podido tener noticia. Pero aquella suposicion le parecio tan absurda como el razonamiento de su propia sospecha, sin base sobre la que sustentarse.

Lebeau se aferro a su idea absurda como a la unica salida para aquel misterio nauseabundo que le estaba rompiendo a tiras la existencia. Y el llegar al fin, aunque ese fin significase el fracaso, se estaba convirtiendo, sin el mismo darse cuenta, en la razon principal de su existencia. El, que no habia cumplido con sus aspiraciones juveniles, se estaba ahora lanzando ciegamente sobre algo cuya finalidad no veia, pero que estaba cubriendo con creces una necesidad vital, una justificacion del amor propio que ahora sentia por primera vez en su vida. Y, en el fondo tambien -aunque nunca se lo podria confesar abiertamente a si mismo- una venganza contra el hombre que representaba, en cierto sentido, el triunfo que el habria deseado y al que habia tenido que renunciar por no ser intelectualmente capaz de alcanzarlo. Su venganza seria descubrir – ?y tenia que descubrirlo!- el punto flaco del hombre intocable, del viejo cientifico mimado del Gobierno y reconocido mundialmente como una de las maximas autoridades en el mundo de la investigacion fisica; sacar a la luz que ese hombre respetado de todos no dudaba en colaborar en un asesinato tan horrible como el que estaba ahora sobresaltando a la opinion publica.

***

Se sorprendio a si mismo caminando en torno a los edificios de la vieja Universidad, con la cabeza embotada de pensamientos inespecificos y una extrana ansia de venganza sorda contra lo desconocido. Su reloj marcaba las cuatro y media, pero las lejanas campanadas de las cinco le indicaron que habia olvidado darle cuerda y lo tenia detenido desde media hora antes, como su propia conciencia. Estaba solo. Tres parejas de agentes de la patrulla nocturna le habian encontrado y le habian saludado amablemente, pero el no se habia dado cuenta siquiera. Sentia frio en pleno mes de agosto. Un frio que solo se llegaba a alcanzar en la madrugada. Una luz muy tenue comenzaba ahora a siluetear los perfiles de la ciudad por el Este y la luz fluorescente de los viejos faroles de gas adaptados a las nuevas necesidades urbanas palidecian despacio.

Sus ojos se alzaron, escrutadores, hacia las ventanas sin luz de los laboratorios. Una sucesion de agujeros negros incognitos que, una vez mas, le hicieron preguntarse cual de ellos esconderia en su oscuridad el laboratorio de Braunstein. Las ventanas mas cercanas de un segundo piso se encendieron entonces. Tres ventanas sucesivas. A traves de ellas, Lebeau creyo distinguir una marana de cables que bajaban desde el techo y que se agrupaban en haces en torno a una especie de campana con techo metalico y paredes de vidrio trasparente. Una silueta cruzo frente a las ventanas, una silueta que delataba los hombros anchos y la corta estatura del profesor Braunstein. Lebeau se detuvo. Vio -o creyo ver- como el viejo se dirigia a uno de los muros del laboratorio y conectaba lo que parecia ser un interruptor de gran potencia. Inmediatamente, algo comenzo a zumbar con un ruido sordo y continuo junto a Lebeau. El medico dio un respingo y volvio la cabeza; se habia colocado junto a un potente trasformador que ahora estaba en funcionamiento. Los cables del trasformador subian directamente hasta las ventanas que ahora estaban iluminadas.

Lebeau dio despacio la vuelta al edificio, buscando una puerta de acceso. Por supuesto, la principal permanecia cerrada, pero encontro unicamente entornada la puerta por la que, unas semanas antes, habia entrado el mismo Braunstein, cuando le acompano en una amanecida semejante despues de una noche de nausea. Entro por aquella puertecilla de hierro forjado y se encamino despacio por el largo pasillo oscuro, en busca de las escaleras que le habrian de conducir hasta el segundo piso. De pronto, se volvio sobresaltado, al oir una voz a sus espaldas:

– ?A quien busca?

– Al profesor Braunstein.

– Esta ocupado. No recibe a nadie, a estas horas.

– A mi si… Me cito el…

El conserje, en mangas de camisa, le miro de arriba abajo, extranado.

– ?Le cito el?

Lebeau estuvo a punto de confesar su intrusion, pero se contuvo y afirmo con seguridad. El conserje le indico la escalera y le encendio una luz para que no tropezase.

– Es en el segundo…

– Ya lo se…

Subio despacio por aquellas escaleras angostas de piedras desgastadas, temiendo tropezar a cada paso y romperse la crisma. Temiendo tambien ser seguido por aquel conserje que, no sabia por que, le habia parecido siniestro. Se asomo al hueco de la escalera y le vio abajo, mirandole con ojos pequenos y escrutadores, como si temiera que fuera a meterse en otro sitio y no en el que habia prometido. Lebeau se sintio obligado a decir algo:

– ?Es… aqui?

El conserje, desde abajo, asintio y estuvo esperando hasta que el forense se metio por el oscuro pasillo. Debajo de una de las puertas habia luz. Tenia que ser alli. Ademas, a traves de la madera se escuchaba el zumbido continuo de algun condensador o cualquier aparato semejante que estaba en funcionamiento. Lebeau estuvo a punto de empujar la puerta sin llamar, pero se contuvo cuando ya tenia la mano sobre el pomo. Casi inconscientemente, habia ya encontrado la excusa que le serviria para justificar su presencia en aquel lugar y a aquellas horas pero ahora, apenas separado por una puerta del profesor Braunstein, todo cuanto habia pensado se le antojaba falso. Sin embargo, estaba alli y tenia que hacerlo. Llamo con los nudillos.

Dentro no vario nada. El mismo zumbido y ningun otro ruido que pudiera revelar la presencia de nadie. Golpeo mas fuertemente, con el mismo resultado. A la tercera vez llamo con la palma de la mano abierta y, antes de que transcurriera un segundo, el zumbido del interior ceso y oyo unos pasos cautelosos que se aproximaban a la

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