equivoque. Jugaba con tal numero de posibilidades, que era practicamente imposible predecir cual de esos mundos surgiria en la pantalla…

Se interrumpio un instante y se seco el sudor que banaba su frente.

– El dia que hice el primer intento… de esto hace un mes… vi algo que me lleno de horror. Fue… como si me hubiera despertado a una pesadilla vivida muchos anos atras. Vi miles de hombres uniformados, con cascos de acero y uniformes negros, que marchaban por una gran avenida al son de una marcha militar de acordes secos. Les vi en la mas correcta formacion de maquinas humanas que nadie podria imaginar… de no haber visto las cosas que yo contemple treinta anos atras. Sin duda, algo habia hecho que aquellos hombres, en lugar de ser vencidos, hubieran conquistado brutalmente el mundo entero. Algun acontecimiento situado en algun punto de la historia de los ultimos treinta anos habia sido distinto y habia un mundo paralelo al nuestro en el que reinaba un horror racista del que dificilmente pudimos librarnos nosotros. Algo que, aun hoy, estaba fuera de mis posibilidades estudiar, porque los controles que actualmente posee este disyuntor no me permiten explorar el tiempo, sino unicamente los espacios correspondientes a nuestro presente, al momento actual paralelo al que nosotros estamos viviendo. Por eso, fui recorriendo con los diales el mundo entero, un mundo que, se habria usted horrorizado como me ocurrio a mi, estaba totalmente dominado por una raza cuyos ideales exclusivistas habian reducido a todas las demas a la nada. ?Un mundo de arios, doctor Lebeau! No halle en mi recorrido ni rastro de negros, ni de asiaticos, ni de nadie que no fuera alto y rubio, como proclamaban los canones de la propaganda hitleriana. Esos hombres habian conseguido su proposito, habian ensanchado su Lebensraum, su espacio vital, hasta ocupar enteramente el mundo. Esas muchedumbres arias que yo estaba contemplando en la pequena pantalla ?habian eliminado a lo largo de treinta anos a todas las razas del planeta!…

Un dia, en mi lento recorrido por ese planeta sembrado de muertos que yo no podia ver, la pantalla me llevo a un lugar que estaria situado donde hoy el Capitolio de Washington. Vi un edificio que, por supuesto, no era el Capitolio. Un edificio de grandes masas rectas y pesadas y, con la pantalla, entre en el. Habia una reunion de elegidos, supongo. Todos iban uniformados con las guerreras negras que ya vi el primer dia. Y escuchaban el informe que, desde la tribuna presidencial, les lanzaba uno de sus lideres. El idioma, ya se puede usted figurar cual era. El informe estaba basado en las cifras de poblacion y proclamaba que el mundo estaba habitado por cinco mil millones de arios v que esa superpoblacion exigia la busqueda urgente de nuevos espacios vitales. El lider hizo una senal y en una pantalla que habia tras el comenzo a aparecer, ?nuestro propio mundo!… De algun modo que yo aun ignoro, nos han estado observando como yo les estaba observando a ellos y sabian de nuestra existencia… ?Y eramos nosotros, precisamente nosotros, el proximo objetivo de su espacio vital! Los planes militares de conquista estaban trazados y millones de hombres dispuestos a atravesar la barrera espacio-temporal para conquistarnos. ?Ellos tienen los secretos de la fision nuclear y los secretos de incontaminacion de la atmosfera, para que el mundo pueda ser ocupado apenas nosotros hayamos muerto victimas de las explosiones atomicas!…

Mi intencion, al conocer estos hechos, fue dar cuenta inmediata al Gobierno, pero habria sido bastante dificil hacerles creer que aquella monstruosidad era posible… Dira usted que podria haberles mostrado en la pantalla lo que yo mismo habia visto… Pero digame, ?lo creeria usted?… ?Lo cree?…

Lebeau habia estado escuchando la larga disertacion de Braunstein con una mezcla de incredulidad y de asombro. Ahora, la inesperada pregunta de Braunstein le dejo sin posibilidades de evadirse de la respuesta. El anciano insistio:

– ?Lo cree usted, Lebeau?… ?Lo creeria, aunque lo viera?

– No lo se…

Con una rapidez que a Lebeau le parecio asombrosa, Braunstein se levanto, y se dirigio al gran tablero metalico de mandos y diales y conecto la corriente. El zumbido que habia escuchado antes de trasponer la puerta envolvio nuevamente la habitacion. Lebeau se levanto a su vez, se acerco al fisico por su espalda y le observo en su febril actividad de conectar las corrientes de energia que alimentarian la pequena pantalla. Paso un momento antes de que esta comenzase a iluminarse lentamente. Luego, poco a poco, la luz de la pantalla comenzo a diferenciarse en claros y sombras y a la vista de Lebeau comenzaron a aparecer figuras. Sobre una planicie seca y arida, calcinada de sol, habia una formacion compacta de miles y miles de hombres inmoviles como figuras de cera. Escuchaban -o parecian escuchar- la arenga muda de otro, que gesticulaba subido en un alto podio situado frente a la inmensa formacion de uniformes negros. Braunstein acciono un dial con la mano izquierda y, lentamente, comenzo a surgir la voz de aquel hombre gesticulante, sus gritos secos como trallazos, el eco de su voz chillona extendiendose por los grandes altavoces por toda la llanura. Lebeau no entendio sus palabras, pero Braunstein le musito:

– Les esta hablando de la invasion… -y no pudo contener una sonrisa.

– ?Que invasion?

– La invasion de nuestro mundo, la conquista de nuestro espacio vital.

Lebeau aparto los ojos de la pantalla, inquieto. Aquellas imagenes parecian extraidas de un noticiero cinematografico de treinta anos atras.

– Y eso, segun usted… ?esta ocurriendo… ahora? -Ahora, en un mundo paralelo al nuestro dominado por los arios puros.

Lebeau dudo de la buena intencion de Braunstein. Aquello que contemplaba era una vision del pasado, el las habia visto semejantes cuando era nino, cuando en la escuela les hablaban del horror de la guerra. Aquello tenia que ser una patrana de Braunstein y el estaba dispuesto a develarla.

– Pero profesor… Ellos viven en otro mundo, en otra… dimension, ?no es eso?

– Efectivamente, pero han encontrado un agujero para penetrar en la nuestra.

– ? Como?

Braunstein senalo la cupula de vidrio trasparente.

– Ahi… Y, en cierta forma, esa es nuestra suerte.

Este aparato es todavia demasiado reducido. Ellos, para llegar aqui, han de hacerlo uno a uno. Quieren enviar asi a sus mejores hombres, para conquistar un pequeno sector y construir un aparato capaz de permitir la entrada, desde su mundo, de hombres y material de guerra que terminara con todos nosotros… Pero yo lo he impedido hasta ahora.

Lebeau tuvo un sobresalto, a pesar de la incredulidad.

– ?Quiere usted decir… que esos hombres… esos seres que han aparecido muertos… eran… ellos?

Braunstein afirmo en silencio, totalmente convencido.

– Eran… la avanzadilla. No pueden pasar mas que de uno en uno… y eso unicamente cuando yo mismo he dispuesto la energia espacio-temporal de un modo adecuado… Intentan servirse de mi para sus planes de conquista… ?Se da usted cuenta, Lebeau?…

Lebeau le miraba fijamente y la incredulidad estaba retratada en su mirada.

– No me cree… -musito lentamente Braunstein-. No me cree y pretende obligarme a que descubra mi patrana, ?verdad?

– Profesor… ?Me creeria usted si yo le contase algo semejante? Esas imagenes pueden ser…

– ?Pueden ser, dice usted? -le interrumpio con un grito-. ?Mire!… ?Mire!…

La accion de los diales desvio la imagen de la pequena pantalla. Braunstein estuvo buscando en los controles, mientras un remolino de luces y sombras acompanaba en el visor a su busqueda.

– ?Aqui!… ?Mire!…

La imagen comenzo a hacerse mas nitida, de nuevo. Lebeau miro en el visor. Comenzo viendo torres. Torres de madera y una puerta muy ancha que atravesaba una via de ferrocarril. Los diales que manejaba Braunstein fueron haciendo que la imagen de la pequena pantalla avanzase sobre aquellos railes y penetrase en el recinto amurallado flanqueado de torres. Hombres armados con uniformes negros montaban la guardia desde las torres y junto a las puertas. Detras de la muralla, una fila interminable de barracones de madera colocados en medio de un barro que parecia putrefacto. Los diales corrigieron la marcha de la imagen en la pequena pantalla. Quedaron centradas las ventanucas de los barracones. A traves de ellas aparecieron rostros casi humanos. Ojos muy abiertos por el terror y el hambre, craneos calvos, con mechones de pelo que se resistian a caer, barbas hirsutas, suciedad, horror, hambre, peste. Los guardianes de uniformes negros abrieron el gran porton. Salio por el, a golpes de latigo y gritos, aquel despojo humano, en un simulacro de formacion de seis en fondo. Esqueletos cubiertos de piel que apenas podian tenerse sobre sus piernas convertidos en fragiles palos. Los hombres -serian mas de un millar, cuando todos hubieron salido del barracon- fueron empujados brutalmente a traves del campo

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