El doctor siguio escribiendo numeros. Yannakopoulos dejo nuevamente de hacerle caso. Pasaron otros diez minutos.

– Bien… -musito el doctor.

El viejo millonario regreso frente a la mesa.

– ?Cuanto?

– Trescientos mil dolares para la construccion de la banera de helio; mil doscientos cincuenta dolares para la congelacion primera, incluido el helio y las serpentinas especiales; unos quinientos dolares anuales para la conservacion y reposicion del helio evaporado… y mis honorarios.

El viejo se callo un instante. Hizo unos rapidos calculos mentales y sonrio.

– ?Cuando?

– No hay mucho tiempo… ?Diez dias?

– De acuerdo. Son suficientes para que pueda dejar todos mis asuntos en orden… En realidad, a la altura de mi fortuna, los asuntos casi marchan solos. Soy una sociedad anonima en la que el Consejo de administracion y la Junta general estan unidos en una sola persona: yo.

***

15 de enero de 1980.

Circulos de colores que se mueven ritmicamente en torno a un camino brillante que se extiende hasta el infinito. Al fondo, la luz. Los circulos se acercan, pasan. Y, a medida que se avanza por el camino brillante, el zumbido inconexo se va haciendo distinto. Los sonidos comienzan a diferenciarse; hay un lejano campaneo, el rumor de la brisa y el ritmico golpear de las bombas de oxigeno, formando una sinfonia de vida.

Los ojos se abren lentamente. Hay una luz que ciega. Hay sombras que se mueven. Hay recuerdos remotos que se van haciendo realidad. Es… la vida. Otra vez. Yannakopoulos respira hondamente. Cree que hace apenas unos segundos que el pentotal le durmio.

Las voces apagadas se van haciendo audibles. Entre la luz de la lampara y sus ojos se interpone la figura de cabello entrecano del medico. ?Como ha envejecido en unos segundos!…

– Ya esta… Ya revive…

Las gotas de sudor cubren su frente. Una mano enguantada de goma azul se la limpia cuidadosamente. Yannakopoulos sonrie.

– ?Tan pronto? ?Y mi cancer?

– Extirpado. Esta usted curado…

– ?Puedo levantarme?

– Pronto… Manana, tal vez.

Dos horas despues, despierto totalmente y con la sensacion de haber vuelto a nacer, Yannakopoulos pide los periodicos. Mientras espera, observa la asepsia del cuarto en que esta metido. Paredes plasticas, dos videos al pie de la cama, los mandos a su alcance, sobre la mesilla de noche de metal brunido. Viste una especie de pijama casi transparente.

Los periodicos traen noticias increibles. Las noticias meteorologicas llegan desde los observatorios lunares. La electricidad ha sido totalmente domada y se almacena en stocks inmensos. La gravitacion ha sido domesticada. Lee la noticia de la senora Flapper, esposa del Presidente de la Confederacion Mundial, que ha ido a Brasilia a ver a su hijo, recien nacido en las incubadoras Wrener. Se anuncia una huelga de los aerotaxis y hay noticias alentadoras sobre la baja del precio de los helicopteros de propulsion atomica.

El viejo millonario busca la pagina de valores. Aquello ha cambiado poco, a no ser las cifras. Encuentra la casilla de la Yannakmond Inc. Su sonrisa se hace abierta. Las acciones estan en alza; el capital social se ha quintuplicado en quince anos. Compara con las demas sociedades mundiales: Yannakopoulos sigue siendo el hombre mas rico del mundo. En primera pagina de todos los diarios, en grandes caracteres, viene la noticia de su resurreccion. Tiene -ahora se da cuenta, solo ahora que lo esta leyendo- noventa y tres anos. Pero se siente fuerte y joven.

Se enciende una luz y se escucha la voz bien timbrada de una mujer que le anuncia la presencia de periodistas de todo el planeta, que quieren entrevistarle.

– No quiero ver a nadie…

– Esta tambien aqui su secretario, senor…

– Dejele pasar. ?Pero solo a el!…

Llaman suavemente a la puerta transcurridos cinco minutos. Entra un muchacho de apenas treinta anos. Yannakopoulos se incorpora en la cama.

– ?Quien es usted?

– Su secretario, senor…

– No le conozco

El muchacho sonrie.

– Bien… Soy su secretario por herencia. Mi padre fue contratado por usted, pero murio hace siete anos y me dejo el encargo de seguir con sus asuntos hasta que usted… regresase.

El viejo le mira de arriba abajo. Le satisface el muchacho. Ademas…

– Ha cuidado usted bien de mis bienes; le recompensare por su eficacia.

– Gracias, senor… En realidad, me he preocupado de mantener el capital…

– ?Mantenerlo? ?Se ha quintuplicado!

– Efectivamente, senor. Pero, segun los calculos que han aparecido, la moneda se ha depreciado a una quinta parte en los ultimos quince anos.

Yannakopoulos tuerce el gesto. No contesta. El muchacho sigue hablando.

– De todos modos, he procurado trasladar sus acciones a negocios mas a tono con… con el tiempo. Por ejemplo, ya no existen minas de uranio ni pozos de petroleo. Los dos productos se consiguen sinteticos. La navegacion maritima es ya solo un deporte y la unidad de moneda es un hecho incontrovertible en el mundo. Ahora es usted el mayor propietario de fabricas de helio liquido y en sus laboratorios se investiga sobre el futuro de la antimateria.

– ?Y que es eso?

– Tratare de explicarselo luego, senor. Pero queria comunicarle antes un problema bastante grave. Hay peligro de guerra…

– ?Guerra? ?Y el gobierno mundial?

– Queria decir guerra civil, naturalmente. Los siberianos quieren unas reivindicaciones imposibles y estan dispuestos a lo que sea… Claro que, por otro lado, la superpoblacion del planeta aconseja que una guerra diezme a los ochenta mil millones de habitantes, de modo…

– Llame usted al doctor.

– ?Como?

– Llame usted al doctor, le digo.

Aquello era monstruoso. Yannakopoulos habia sido propuesto quince anos antes para el premio Nobel de la paz -que se lo arrebato un lider africano, porque convenia tener a todos contentos- ?y ahora el mundo aconsejaba una guerra!…

– ?Monstruos!… ?En eso se han convertido ustedes!… ?Ojala la guerra termine con todos ustedes!

El doctor le miro como quien mirase a una reliquia de civilizaciones preteritas.

– La guerra es una cuestion… digamos terapeutica, senor Yannakopoulos. El servicio de Inteligencia es el encargado de provocarlas periodicamente, para que el mundo pueda seguir viviendo…

– ?Pues yo no quiero ver esto!… ?Me ha entendido? ?Duermame otra vez y haga que me despierte cuando el mundo quiera vivir efectivamente en paz!

– Para entonces, yo puedo estar muerto.

– ?Hiberneme!

– No tengo suficiente dinero para eso, senor… Hoy por hoy, sigue siendo usted el unico hombre que puede permitirse ese lujo…

Yannakopoulos penso un instante.

– Esta bien… Deje entonces sus instrucciones a quien le suceda.

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