todos los reyes que le sucedan. Estaba ahi antes que ellos y seguira ahi cuando todos hayan desaparecido. Es el centro de las cosas.

—Es el centro de las cosas.

—Hay riquezas alli; Thar me ha hablado de ellas. Tantas como para llenar diez veces el Templo del Dios- Rey. Oro y trofeos ofrendados hace siglos, cien generaciones atras, quien sabe por cuanto tiempo. Estan guardadas bajo tierra, en los fosos y los sotanos. No quieren llevarme alli, y tengo que esperar y esperar. Pero yo se como es. Hay camaras subterraneas en el Palacio, en todo el Lugar, aun debajo de donde estamos ahora. Hay una inmensa marana de tuneles, un Laberinto. Es como una gran ciudad oscura, debajo de la colina. Llena de oro y de espadas de antiguos heroes, y de viejas coronas, y de osamentas, y de anos, y de silencios.

Hablaba como en trance, en extasis. Manan la observaba. La cara fofa, que nunca expresaba mas que una impenetrable y sufrida tristeza, estaba ahora mas triste que de costumbre. —Bueno, y tu eres la duena y senora de todo eso —dijo—. Del silencio y la oscuridad.

—Si. Pero ellas no quieren ensenarme nada, solo las camaras detras del Trono. Ni siquiera me han mostrado las entradas de los subterraneos; solo las mencionan entre dientes y rara vez. ?Me excluyen de mis propios dominios! ?Por que me hacen esperar y esperar?

—Eres joven. Y quizas —respondio Manan con su ronca voz de contralto—, quizas tienen miedo, pequena. Al fin y al cabo, esos dominios no les pertenecen, son solo tuyos. Ellas corren peligro cuando entran alli. No hay mortal que no tema a los Sin Nombre.

Arha no dijo nada, pero le brillaban los ojos. Una vez mas Manan le habia mostrado una nueva forma de ver las cosas. Tan formidables, tan frias y fuertes le habian parecido siempre Thar y Kossil, que jamas hubiera imaginado que pudiesen tener miedo. Y sin embargo Manan no se equivocaba. Ellas temian aquellos lugares, aquellos poderes de los que Arha era parte y a los que pertenecia. Tenian miedo de penetrar en los lugares oscuros, miedo de ser devoradas.

Ahora, mientras descendia con Kossil los peldanos de la Casa Pequena y subia por el sendero empinado y sinuoso que conducia al Palacio del Trono, recordaba aquella conversacion con Manan y se sentia animada otra vez. La llevasen donde la llevasen y le ensenaran lo que le ensenaran, ella no tendria miedo. Reconoceria el camino.

Siguiendola a corta distancia por el sendero, Kossil hablo: —Uno de los deberes de mi senora, como ella sabe, es el de oficiar el sacrificio de ciertos prisioneros, criminales de noble cuna, que por sacrilegio o traicion han pecado contra nuestro senor el Dios-Rey.

—O contra los Sin Nombre —dijo Arha.

—Cierto. Es impropio, sin embargo, que la Devorada cumpla con este deber mientras todavia es nina. Pero mi senora ya no es una nina. Hay prisioneros en la Camara de las Cadenas, enviados hace un mes por la gracia de nuestro senor el Dios-Rey, desde la ciudad de Awabath.

—No sabia que habian llegado prisioneros. ?Por que no lo sabia?

—Los prisioneros llegan de noche, y en secreto, siguiendo el camino prescrito desde tiempos remotos en el ritual de las Tumbas. Es el camino secreto que recorrera mi senora, si toma por la senda que discurre junto al muro.

Arha salio del sendero y echo a andar a lo largo del muro que cercaba las Tumbas, detras del Palacio abovedado. Las piedras mas pequenas del muro pesaban mas que un hombre y las mayores eran tan grandes como carretas. Aunque sin labrar, estaban ensambladas con precision y esmero. No obstante, algunos remates se habian desmoronado y las rocas yacian al pie del muro en montones informes. Estas ruinas solo tenian una explicacion: una antiguedad inmemorial, cientos de anos bajo un clima desertico, con dias ardientes y noches glaciales, y los movimientos imperceptibles y milenarios de las montanas.

—Es muy facil escalar el Muro de las Tumbas —dijo Arha mientras continuaban rodeandolo.

—No tenemos hombres suficientes para reconstruirlo —respondio Kossil.

—Tenemos hombres suficientes para vigilarlo.

—Solo esclavos. No se puede confiar en ellos.

—Se podria confiar si tuvieran miedo. Si el castigo fuera el mismo para ellos que para el intruso que hollase el suelo sagrado del recinto.

—?Cual seria ese castigo? —Kossil no preguntaba para conocer la respuesta. Ella misma se la habia ensenado a Arha hacia mucho tiempo.

—Ser decapitados delante del Trono.

—?Es la voluntad de mi senora que apostemos un guardia sobre el Muro de las Tumbas?

—Lo es —respondio la joven. Dentro de las largas mangas negras, los dedos se le crispaban de entusiasmo. Sabia que Kossil no deseaba malgastar un esclavo en la tarea de vigilar el muro, lo que en realidad era una tarea inutil, pues ?que extranos se aventuraban alguna vez a acercarse? Era improbable que ningun hombre, por error o a sabiendas, pudiera merodear sin ser visto a una milla a la redonda del Lugar; desde luego, jamas llegaria a aproximarse a las Tumbas. Pero apostar un guardia era rendir un homenaje a las Tumbas, y Kossil no podia oponerse. Tenia que obedecer a Arha.

—Aqui —anuncio con su voz fria.

Arha se detuvo. Habia recorrido muchas veces el sendero que bordeaba el Muro de las Tumbas y lo conocia como conocia cada palmo del Lugar, cada roca, cada matorral y cada cardo. El gran muro de piedra se elevaba a la izquierda, tres veces mas alto que ella; a la derecha, la ladera descendia hasta un valle arido y poco profundo, que pronto volvia a alzarse hacia fas estribaciones de la sierra del poniente. Miro los terrenos de las inmediaciones y no vio nada que no hubiera visto antes.

—Bajo las piedras rojas, senora.

Pocos metros mas abajo, un afloramiento de lava roja formaba un escalon o un pequeno saliente en la ladera. Cuando bajaron hasta alli, y Arha estuvo de cara a las piedras, vio que eran una puerta tosca, de poco mas de un metro de altura.

—?Que hay que hacer?

Habia aprendido hacia tiempo que en los lugares sagrados es inutil tratar de abrir una puerta sin saber como se abre.

—Mi senora tiene todas las llaves de los lugares oscuros.

Desde que se celebraran los ritos de la adolescencia, Arha llevaba en la cintura una argolla de hierro de la que colgaban una daga y trece llaves, unas largas y pesadas, otras pequenas como anzuelos. Alzo la argolla y desplego las llaves. —Esa —dijo Kossil, senalando; luego puso un grueso dedo indice en una grieta entre dos carcomidas piedras rojas.

La llave, una larga varilla de hierro con dos guardas trabajadas, entro en la grieta. Arha la movio hacia la izquierda con las dos manos; pero la llave giro con facilidad.

—?Y ahora?

—Las dos…

Las dos empujaron la tosca superficie de roca a la izquierda de la cerradura. Lentamente, sin sacudirse y casi sin ruido, una seccion irregular de la roca roja retrocedio descubriendo una abertura estrecha y negra.

Arha se agacho y entro.

Kossil, corpulenta y con ropas pesadas, tuvo que encogerse para pasar por la abertura. Tan pronto como estuvo dentro se apoyo de espaldas contra la puerta, empujo y la cerro.

La oscuridad era completa. No habia ninguna luz. La tiniebla pesaba como una felpa humeda en los ojos abiertos.

Estaban agachadas, dobladas casi hasta el suelo, pues el pasadizo tenia escasamente un metro de altura, y era tan angosto que las manos tanteantes de Arha tocaban a la vez la roca humeda a la derecha y a la izquierda.

—:?Has traido una luz?

Arha hablo en un susurro, como se habla en la oscuridad.

—No he traido ninguna luz —replico Kossil desde atras. Tambien ella hablaba ahora mas bajo, pero en un tono raro, como si estuviera sonriendo. Y Kossil no sonreia nunca. Arha sintio que se le aceleraba el corazon y que la sangre le golpeaba la garganta. Se dijo a si misma, sin arredrarse: ?Este es mi lugar, el lugar que me corresponde! ?Y no tendre miedo!

Pero no hablo en voz alta. Empezo a avanzar; y solo habia una direccion posible: hacia dentro de la colina y

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