Al cabo de un rato, Daniela dejo de llorar, y Brunetti la oyo aspirar profundamente y luego sonarse, sonido que le resulto extranamente tranquilizador. De nuevo, llego la voz de Daniela:

– Fue algo…

– Eso no me importa -corto Brunetti en un tono demasiado alto-. De eso no quiero saber nada, Daniela. No es asunto mio, ni de la policia.

– Entonces, ?por que me has llamado? -pregunto ella. Aun estaba furiosa pero, por lo menos, ya no lloraba.

– Deseo saber que queria el dottor Franchi.

– Sabe Dios lo que queria -dijo ella asperamente-. Que todo el mundo fuera un castrado y un santurron como el.

– ?Hablo contigo?

– Ya te lo he dicho, llamo a mi suegra. No me llamo a mi, la llamo a ella. ?Te enteras?

– ?Pidio dinero?

– ?Dinero? -Ella se echo a reir, con un sonido que se confundia con el del llanto-. No; no queria nada, ni dinero, ni sexo, nada. Solo queria que la pecadora fuera castigada.

– Lo lamento, Daniela. -Queria decir que lamentaba tanto su dolor como haber indagado en el.

– Yo tambien lo lamento -respondio ella-. ?Algo mas?

– Es suficiente.

– ?No quieres saber lo que ocurrio?

– Ya te he dicho que no es asunto mio.

– Entonces adios, Guido. Siento que hayamos tenido que hablar de esto.

– Yo tambien lo siento, Daniela -dijo el, y colgo el telefono.

CAPITULO 24

La voz de Daniela lo habia dejado roto. Brunetti solto el telefono con suavidad, como temiendo que tambien pudiera romperse. Se levanto y, sigiloso como un ladron, bajo la escalera y salio del edificio. Hacia unos dias, la lluvia habia lavado las calles, pero ya volvia a haber polvo y tierra; los sentia bajo las suelas de los zapatos, o quiza solo lo imaginaba, quiza las calles estaban limpias y la suciedad residia en las cosas que su trabajo le descubria. Los transeuntes que se cruzaban con el tenian aspecto de gente normal, inocente, entera y algunos hasta parecian contentos.

Al entrar en campo Santa Marina, Brunetti se dio cuenta de que tenia todo el cuerpo contraido como en un nudo largo y prieto. Se paro frente a la edicola y se quedo mirando a traves del cristal las portadas de las revistas expuestas, mientras movia los hombros tratando de relajarlos. Tetas y culo. Hacia varios meses, Paola habia vuelto a sugerirle que dedicara un dia a contar las veces que veia tetas y culo: en diarios, en revistas, en anuncios de los vaporetti, en los escaparates de las mas diversas tiendas. Decia que eso le ayudaria a comprender la actitud de algunas mujeres respecto de los hombres. Y, en este momento, el se encontraba frente a una bien nutrida muestra, aunque, curiosamente, la vista de aquellas bonitas carnes lo reconfortaba. Que hermosura de tetas y que gusto debia de dar sentir en la palma de la mano la curva de ese culito. Cuanto mejor eso que el sordido y cerril oscurantismo con el que acababa de tropezarse. Asi pues, vengan tetas y vengan culos que animen a la gente a tener ninos y a quererlos.

La idea de tener ninos le hizo recordar a Daniela Carlon, aunque habria preferido no pensar ahora en lo que ella le habia dicho. Con los anos, habia comprendido sobre el aborto que el solo podia tener una opinion gratuita, y que su sexo lo descalificaba para emitir voto al respecto. Ello en modo alguno afectaba su criterio ni sus viscerales sentimientos, pero el derecho a decidir correspondia a las mujeres, y el tenia que acatar su decision y callar. Por otro lado, eso era pura retorica y poco o nada tenia que ver con el desgarro que habia percibido en la voz de Daniela.

Noto un roce en la pierna y vio que un perro de tamano mediano y color canela le olfateaba el zapato mientras se restregaba contra su pantorrilla. El animal lo miro con una especie de sonrisa y volvio a concentrarse en el zapato. Al otro extremo de la correa estaba un nino apenas mas alto que el perro.

– ?Milli, quieta! -oyo gritar a una voz femenina. Una mujer se acerco al nino y le quito la correa de la mano-. Perdon, signore, es una perrita muy joven.

– ?Y le gustan los zapatos? -pregunto Brunetti, al que lo absurdo de la situacion habia puesto de buen humor.

La mujer se rio ensenando unos dientes perfectos en una cara bronceada.

– Eso parece -dijo. Tendio la mano a su hijo-. Ven, Stefano. Llevaremos a Milli a casa y le daremos una galleta.

El nino extendio la mano libre y ella, de mala gana, le devolvio la correa.

La perrita debio de notar el cambio de mano, porque emprendio un alegre trote levantando mucho las patas traseras, como hacen los perros jovenes y llevando al nino a remolque, aunque no tan aprisa como para hacerle caer.

El se quedo gratamente distraido un momento, hasta que sus pensamientos volvieron al dottor Franchi. ?Que expresion habia utilizado Pedrolli al referirse a el? ?«Exquisitamente moral»? Semejante opinion era senal de que Pedrolli habia oido comentarios, o al propio farmaceutico hablar de sus clientes, del mundo en general o de algun tema en particular, en terminos que permitieran al oyente hacer deducciones. Brunetti recordo la mirada de sorpresa que la signora Invernizzi habia lanzado a Franchi cuando este se refirio a la incapacidad de los drogadictos para ayudarse a si mismos.

?Era el dottor Franchi un camaleon que se reservaba sus opiniones cuando creia que podian ofender a la persona cuya estima valoraba y no le importaba revelarlas a los que consideraba inferiores? Brunetti habia conocido a muchas personas que se comportaban de este modo. ?Seria esa una de las razones por las que la gente se casaba, para tener libertad de decir lo que pensaban y ahorrarse la terrible fatiga de llevar doble vida? Entonces, ?y Bianca Marcolini? ?Como seria su vida si un dia su marido se enteraba de lo que su padre habia hecho a instancias de ella? Habia sido facil conseguir que Marcolini admitiera que habia hecho aquella llamada, incluso que se ufanara de ella. La mujer debia de comprender que, antes o despues, su marido se enteraria de lo que habia sucedido en realidad. No; no de lo sucedido sino por que habia sucedido. De pronto, Brunetti comprendio que Pedrolli nunca sabria lo que le habia ocurrido al nino; solo por que le habia ocurrido.

Noto que volvia a tener los hombros agarrotados. Seguia delante de la edicola mirando con la boca abierta los desnudos de las portadas. En un momento de fria lucidez, comprendio lo que habia querido decir Paola: una coleccion de mujeres desnudas e indefensas, en espera de la atencion que el hombre se dignara concederles.

Su mirada, atrapada por el espectaculo, fue hacia la izquierda hasta posarse en una hilera de portadas muy coloristas, cada una de las cuales mostraba a una mujer con los pechos al aire en una postura de sumision: unas estaban atadas con correas, otras con cuerdas y otras con cadenas. Las habia con cara de miedo o de placer, pero todas parecian excitadas.

Aparto la mirada y se volvio hacia el palazzo Dolfin.

– Ella tiene razon -dijo entre dientes.

– ?Piensa quedarse todo el dia ahi plantado hablando solo? -oyo preguntar a una voz destemplada. Desvio la mirada de la fachada del edificio y se volvio. El vendedor de prensa estaba a menos de un metro de el, con la cara colorada-. ?Que? ?Piensa quedarse ahi todo el dia? -repitio-. ?Y ahora que? ?Va a meterse las manos en los bolsillos?

Brunetti levanto una mano para defenderse, para explicar, pero la dejo caer y se alejo, salio del campo y se dirigio a su casa.

El habia oido decir que las personas que tienen una mascota suelen encontrarla en la puerta al llegar a casa, que los animales tienen un sexto sentido que les avisa de la llegada del que sin duda ellos consideran su mascota humana. Cuando Brunetti llego a lo alto de la escalera y fue a sacar las llaves, la puerta se abrio y en el vano aparecio Paola. El no oculto la alegria que le producia verla.

– ?Un mal dia? -pregunto ella.

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