Abrio uno de los armarios superiores y bajo un bol de ceramica, el mediano, que solia usar para las mezclas de 250 cc. De uno de los armarios de abajo saco un frasco vacio color marron y lo dejo en el mostrador. Tomo unos guantes de latex del armario superior y se los puso. Del armario de los toxicos extrajo la botella de acido clorhidrico, la deposito en el mostrador, desenrosco el tapon de vidrio y lo dejo en una fuente de cristal que tenia para este fin.

La quimica no es un proceso aleatorio, reflexionaba, sino que sigue las leyes establecidas por Dios, al igual que toda la Creacion. Seguir esas leyes es participar, en pequena escala, del poder que Dios ejerce sobre el mundo. Mezclar sustancias por el debido orden -primero esta, luego la otra- es seguir el plan de Dios, y dispensarlas a los pacientes es hacer que cumplan la funcion que El les ha asignado.

La jeringuilla estaba en el cajon de arriba, en su envoltorio de plastico transparente, lista para su unico uso. El rompio la bolsa; acciono el embolo un par de veces arriba y abajo, aspirando y expulsando aire para comprobar el buen deslizamiento; inserto la aguja en el frasco del acido, que sujetaba con firmeza por la base con la mano izquierda; y, lentamente, tiro del embolo, inclinando la cabeza para leer las cifras del costado. Con cuidado, saco la aguja, la enjugo en la boca del frasco y la situo sobre el bol de ceramicas. Quince gotas, ni una mas.

Contaba once cuando oyo ruido a su espalda. ?La puerta? ?Quien abriria sin llamar? No podia apartar la mirada del extremo de la jeringuilla, porque si se descontaba tendria que limpiar el bol y empezar de nuevo, y no queria verter ni aun aquella infima cantidad de acido en los desagues de la ciudad. No faltarian los que se rieran de tantas precauciones, pero quien sabia el dano que podian causar quince gotas de acido clorhidrico.

La puerta se cerro, mas suavemente de como se habia abierto, en el momento en que la ultima gota caia en el bol. Al girarse, vio a uno de sus clientes, aunque mas que cliente podia considerarlo colega, ?no?

– Ah, dottor Pedrolli -dijo sin poder ocultar el asombro-. Es una sorpresa verlo aqui. -Lo expreso de este modo, para no ofender a un medico, un hombre al que sus estudios y responsabilidades situaban a un nivel superior al suyo propio. Le trataba de usted, deferencia que reservaba a todos los medicos, por anos que hiciera que los conocia. Fuera de la farmacia, quiza habria preferido tutearlos, por afinidad profesional, pero ellos seguian llamandole de usted y, con los anos, el se habia acostumbrado al tratamiento. Lo consideraba una senal de respeto hacia el y su posicion, y habia llegado a enorgullecerle. Se quito los guantes, los echo a la papelera y tendio la mano al medico.

– Deseo hablar con usted, dottor Franchi -dijo el recien llegado en voz baja despues de estrecharle la mano. El dottor Pedrolli parecia alterado, lo que era insolito, ya que siempre le habia parecido un hombre tranquilo.

– ?Quien le ha dejado entrar? -pregunto Franchi, procurando hablar con suavidad, en tono de curiosidad mas que de irritacion. Solo una emergencia podia inducir a un empleado suyo a desobedecer sus instrucciones respecto a la puerta.

– El dottor Banfi, su colega. Le he dicho que queria hablar con usted acerca de un paciente.

– ?Que paciente? -pregunto el farmaceutico, alarmado al pensar que uno de sus clientes pudiera estar grave. Empezo a repasar mentalmente los nombres de los ninos a los que el sabia que atendia el dottor Pedrolli: quiza se trataba de un caso de larga enfermedad, y, sabiendo quien era, tal vez podria ganar unos segundos preciosos en la preparacion de la medicina y prestar un buen servicio a un enfermo.

– Mi hijo -dijo Pedrolli.

Esto no tenia sentido. El se habia enterado, con el consiguiente asombro, de la visita de los carabinieri y de todo lo sucedido en casa del dottor Pedrolli. Aquel nino ya no podia ser considerado un paciente.

– Crei que… -empezo Franchi, y entonces se le ocurrio que podian haberle devuelto al nino-. ?Es que ha…? - No supo como terminar la frase.

– No -dijo Pedrolli con su voz serena que sono con fuerza en esa habitacion de pequenas dimensiones-. No - repitio el medico, con gesto sombrio-. Es definitivo.

– Lo lamento, pero no entiendo -dijo Franchi, reparando ahora en la jeringuilla que tenia en la mano, la dejo en el mostrador, procurando que el extremo de la aguja no tocara la superficie. Vio que Pedrolli observaba el movimiento y recorria con mirada de experto los frascos del mostrador. El medico, como buen profesional, sabria apreciar la disciplina y el orden riguroso de su laboratorio, espejo de la disciplina y el rigor de su ordenada vida.

– Estoy preparando una formula de pepsina para una paciente -explico en respuesta a una pregunta inexistente de Pedrolli, esperando que el medico observara su discrecion al omitir el nombre de la paciente. Senalando los frascos alineados junto a la pared, dijo-: No he querido sacar un frasco del fondo del armario teniendo otros delante, y los he sacado todos. Por seguridad. -Un medico sabria valorar esta precaucion, estaba seguro.

Pedrolli asintio, con aparente indiferencia.

– Yo tambien soy cliente suyo, ?verdad? -pregunto, para sorpresa del farmaceutico.

– Si. Desde luego -respondio Franchi. Le parecia un cumplido que un medico, un profesional como el, pero de rango superior, reconociera que se contaba entre sus clientes. No obstante, la clienta era la esposa. Y el nino, claro, aunque ya no.

– Por eso he venido -dijo el dottor Pedrolli, volviendo a sorprenderlo.

– Sigo sin comprender -dijo Franchi. ?Podia la perdida sufrida haber alterado el equilibrio mental de este hombre? Ay, pobre, pero quiza era comprensible, despues del disgusto.

– Usted debe de tener mi ficha, ?no? -pregunto Pedrolli, para mayor desconcierto del farmaceutico.

– Por supuesto, dottore -respondio Franchi-. Tengo las fichas de todos mis clientes. -Le gustaba considerarlos sus pacientes, pero comprendia que tenia que llamarlos clientes, para demostrar que sabia cual era su sitio en el orden de las cosas.

– ?Podria explicarme como es que la tiene, dottore? -pregunto Pedrolli.

– ?Que la tengo? -repitio Franchi estupidamente.

– Mi ficha medica.

Pero el habia dicho solo «ficha», no «ficha medica». Este hombre no le habia entendido.

– No es que quiera rectificarle, dottore -empezo, aunque si queria-, pero tengo su ficha de cliente de la farmacia -dijo eligiendo cuidadosamente las palabras-. No seria correcto que yo tuviera su ficha medica. -Y era verdad; decirlo asi no era mentir.

Pedrolli sonrio, pero no con una sonrisa tranquilizadora.

– No es eso lo que me han dicho.

– ?Lo que le ha dicho quien? -pregunto un ofendido Franchi. ?Acaso el, un profesional, un hombre que contaba entre sus clientes a jueces, abogados, ingenieros y medicos, habia de consentir semejante acusacion?

– Alguien que lo sabe.

Franchi se puso colorado.

– No puede entrar aqui haciendo semejantes acusaciones. -Entonces, recordando el estatus de la persona a la que se dirigia, modero el tono de voz-. Eso es impropio. E injusto.

Pedrolli dio un pequeno paso atras y, curiosamente, con la distancia parecio aumentar la diferencia de estatura. Ahora el medico dominaba claramente al farmaceutico.

– A proposito de acusaciones impropias e injustas, dottor Franchi -empezo Pedrolli con voz razonable y paciente-, quiza podriamos hablar de Romina Salvi.

Franchi tardo unos segundos en componer el gesto y preparar la voz.

– ?Romina Salvi? Es clienta mia, pero no se que puede importar…

– Hace seis anos que toma litio, segun tengo entendido -dijo el medico con una sonrisa leve, de las destinadas a infundir confianza en el paciente.

– Tendria que consultar la ficha para estar seguro -dijo Franchi.

– ?De que toma litio o de que hace seis anos?

– De una y otra cosa. De las dos.

– Ya.

– Es que no se a que viene todo esto, dottore -dijo Franchi con vehemencia-. Y, si me permite, seguire con lo que estaba haciendo. No me gusta hacer esperar a mis clientes.

– Romina iba a casarse con Gino Pivetti, un tecnico del laboratorio del hospital. Pero la madre de el se entero de lo del litio y la depresion, y se lo dijo a su hijo. El no sabia nada. Romina no se lo habia dicho por miedo a que la dejara.

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