– No comprendo que tiene que ver eso conmigo -interrumpio Franchi. Saco otro par de guantes, confiando en que su ostensible deseo de volver al trabajo impresionara a su visitante y le hiciera comprender que era inutil proseguir la conversacion y que habia llegado el momento de irse. Porque el dottor Franchi no podia decir claramente a un doctor en Medicina que se marchara.

– Y asi fue, el chico la dejo, y ya no habra hijos maniaco-depresivos que perturben el divino plan de perfeccion.

La cortesia impidio a Franchi responder que era mejor asi: las criaturas de Dios debian emular Su Perfeccion, no transmitir una enfermedad que desbaratara el plan divino. Destapo el frasco vacio y dejo el tapon cabeza abajo, para eliminar todo peligro de contaminacion del mostrador, aunque la posibilidad era remota.

– Hace tiempo que pienso en eso, dottor Franchi -dijo Pedrolli, ya con mas animacion-, desde que me entere de que mi ficha medica estaba aqui y recorde toda la informacion que contiene.

Con intencion de dar a entender lo poco que le faltaba para perder la paciencia, Franchi se acerco el bol unos centimetros, como si se dispusiera a empezar a preparar la solucion y dijo:

– Lo siento, dottore, pero nada de esto tiene sentido. -Levanto la mano y abrio un armario, bajo el frasco de pepsina, la suspension que era el siguiente ingrediente del preparado. Desenrosco el tapon y lo dejo en otra bandeja de cristal.

– ?Y Romina Salvi? ?Tiene algun sentido para usted que alguien, con una llamada telefonica, le destrozara la vida? -pregunto Pedrolli.

– Su vida no esta destrozada -dijo Franchi, abandonando ya todo intento de disimular su impaciencia. Tomo la jeringuilla y la aparto cuidadosamente-. Quiza se haya roto su compromiso, pero eso no le destrozara la vida.

– ?Por que no? -pregunto Pedrolli con repentina colera-. ?Porque solo se trata de sentimientos? ?Porque nadie esta en el hospital? ?Porque nadie ha muerto?

De pronto, Franchi sintio que ya no aguantaba mas, que estaba harto de hablar de sentimientos y vidas destrozadas. Una vida que sigue la senda del Senor no puede ser una vida destrozada. Miro a Pedrolli.

– Ya le he dicho, dottore, que no entiendo de que me habla. Pero si entiendo que la signorina Salvi padece una enfermedad que podria transmitir a sus hijos, por lo que quiza sea preferible que se haya roto ese compromiso.

– ?Con ayuda de usted, dottore? -pregunto Pedrolli.

– ?Por que dice eso? -pregunto Franchi con aparente indignacion.

– Segun la madre de Gino, alguien le pregunto si no estaba preocupada por sus futuros nietos. Ellos viven en campo Manin, ?verdad? Asi pues, esta debe de ser su farmacia. ?Y de donde si no habia de recibir ella esa muestra de interes?

– Yo no hablo de mis clientes -dijo Franchi con la absoluta conviccion del hombre que nunca miente ni murmura.

Pedrolli lo miro largamente, estudiando su cara con tanta intensidad que Franchi, pare rehuir su mirada, volvio al trabajo. Rasgo el envoltorio de otra jeringuilla con un ruido aspero, eco de su furor. Bombeo aire para probar el deslizamiento del embolo e inserto el extremo en el frasco pequeno. Lentamente, empezo a aspirar el liquido.

– Usted no haria eso, ?verdad? -pregunto Pedrolli, asombrado de haber tardado tanto en comprender-. Usted no mentiria ni hablaria de sus clientes, ?eh?

Eso no merecia comentario, pero Franchi volvio la cabeza lo justo para decir, no sin irritacion por la vaguedad del otro:

– Por supuesto que no.

– Pero si llamaria por telefono si creyera que un cliente hacia algo que usted consideraba inmoral, ?verdad? -Pedrolli hablaba despacio, como si fuera haciendo deducciones-. Eso si lo haria, lo mismo que advirtio a la madre de Gino. Decir, no diria nada. Solo mostraria su preocupacion y mencionaria lo que la causaba, y ellos ya sabrian a que atenerse. -Se quedo mirando al hombre que tenia delante como si lo viera por primera vez, despues de tantos anos de conocerlo.

Franchi, agotada la paciencia, empuno la jeringuilla como si fuera un cuchillo y apunto al otro hombre. ?Que significaba esto y por que estaba el dottor Pedrolli tan interesado por aquella mujer? Paciente suya no era, desde luego.

– Claro que lo haria -dijo al fin, cediendo a la colera-. ?Acaso no es un deber moral? ?No es lo que hacemos todos, cuando vemos la maldad, el pecado y la mentira, y esta en nuestra mano impedirlos?

Pedrolli no habria quedado mas atonito si el otro le hubiera clavado la jeringuilla. Levanto la mano con la palma hacia Franchi y dijo con voz tensa:

– ?Impedirlos y nada mas? ?Y, si ya es tarde para impedirlos, cree que hay que castigarlos?

– Naturalmente -dijo Franchi, como el que explica una cuestion de exquisita simplicidad-. Los pecadores deben ser castigados. El pecado merece castigo.

– ?Siempre y cuando nadie acabe en el hospital o muerto?

– Exactamente -dijo Franchi con su habitual meticulosidad-. Si se trata solo de sentimientos, no importa.

Volvio a su trabajo. Un hombre sereno, competente, entregado a sus tareas profesionales.

?Quien sabe lo que Pedrolli vio en aquel momento? ?Un nino con un pijama de patitos que se aplastaba la nariz con el dedo? ?Y quien sabe lo que oia? ?Una vocecita que decia «papa»? Lo que importa es lo que hizo. Dio un paso adelante y, con un brusco movimiento, empujo al farmaceutico hacia un lado. Franchi, atento a la jeringuilla, para no clavarse la aguja, dio un traspies, cayo sobre una rodilla y respiro con alivio al haber conseguido mantenerla apartada de su cuerpo.

Entonces levanto la mirada hacia Pedrolli, pero solo vio el frasco grande que venia hacia el entre las manos del medico, y el liquido que brotaba, y su propia mano que se interponia. Luego todo fue oscuridad y dolor.

CAPITULO 26

– Lamento, dottore, que esta conversacion haya de ser distinta de las anteriores. -Lo comprendo.

– La primera vez fui a verlo al hospital porque usted habia sido victima de un delito, y la segunda, para pedirle informacion sobre una persona de la que se sospechaba que habia delinquido. Pero hoy debo decirle que se le interroga en relacion con un delito del que esta acusado y que nuestra conversacion esta siendo grabada en cinta magnetofonica y en video. El inspector Vianello esta presente en calidad de observador y al final de la conversacion sera presentada a usted una transcripcion de la misma para que la firme… ?Lo ha entendido, dottore? Debe responder en voz alta, dottore. Para la grabacion.

– Ah, perdon. Lo siento, no prestaba atencion.

– ?Quiere que repita lo que he dicho?

– No es necesario. Lo he entendido.

– Antes de empezar, dottore, ?desea beber algo? ?Un vaso de agua? ?Cafe?

– No, gracias.

– Si desea fumar, ahi tiene un cenicero.

– Gracias, comisario, pero no fumo. Aunque si alguno de ustedes…

– Gracias, dottore. ?Empezamos?

– Cuando quiera.

– La manana del dieciseis, ?fue usted a la farmacia del dottor Mauro Franchi de campo Sant'Angelo?

– Si.

– ?Podria decirme por que fue?

– Porque queria hablar con el dottor Franchi.

– ?De un asunto profesional, relacionado con algun paciente suyo, quiza?

– No; cuestion personal.

– ?Podria ser mas explicito?

– Digamos que fui para hablarle de un paciente, pero suyo, no mio. Tambien hablamos de una clienta suya, que no era paciente mia.

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