— Puede que tengais razon, porque todavia no soy de verdad el dueno de la situacion. Pero llegara, podeis estar segura…

«Se diria que ha llegado», penso ella, al recoger la orden real que Philippe habia dejado caer al suelo.

Lo cierto es que no estaba segura de sus sentimientos. Es verdad que se sentia halagada, y tambien contenta de la fidelidad que mostraba un joven principe rodeado de aduladores a los afectos de su infancia; pero junto a todo eso se insinuaba un temor: el de encontrarse de nuevo frente a Francois de Beaufort, causa inicial de su busqueda apasionada de la soledad…

?No le habia gritado que nunca volveria a verle en la vida, cuando se dejo caer sobre el cuerpo malherido de su esposo? Ese temor no lo sintio en el momento de la coronacion; Beaufort expiaba sus locuras de la Fronda con el exilio en sus posesiones de Vendome, y no habia peligro de que ella se tropezara con el. Muy otra cosa seria la boda, porque el rebelde se habia sometido y el rey habia vuelto a concederle su favor, aunque con bastantes reticencias. ?Iria a Saint-Jean-de-Luz, como lo autorizaba su rango de principe de sangre, aunque fuera en linea bastarda? ?Se atreveria a afrontar el desdoro de ver fruncirse un entrecejo real? Era imposible responder esa pregunta. ?Quien podia decir si, en el tiempo transcurrido, el atractivo de aquel demonio de hombre no habria conseguido que se desvanecieran los viejos prejuicios en su contra?

En cualquier caso, nada podia cambiar el hecho de que temia el instante en que sus ojos volvieran a verle. No era facil moverse en la corte con los ojos cerrados. Mas pronto o mas tarde, los amantes de una hora volverian a encontrarse frente a frente, pero, gracias a Dios, Sylvie tenia tiempo para prepararse y conseguir no recaer bajo el poder del antiguo amor, cuyas brasas sabia muy bien que tan solo se hallaban adormecidas bajo la ceniza del luto.

Atravesaba con lentitud el mayor de los salones cuando se escucho una voz inquieta:

— No seran malas noticias, espero. Nos teniais inquietos.

Delgado, atractivo, elegante en sus ropas de terciopelo negro con las que contrastaban el gran cuello y las mangas de punto de Venecia, Nicolas Fouquet aparecia inscrito como un retrato de Van Dyck entre los filetes de oro del marco de la puerta. Con las manos tendidas, se adelanto rapidamente hacia su amiga, que le ofrecio las suyas:

— ?Tranquilizaos! Se trata mas bien de una buena noticia, aunque contraria a mis proyectos: el rey quiere que forme parte del sequito de damas de la infanta, cuando sea nuestra reina. Debo reunirme con la corte en Saint-Jean-de-Luz…

El superintendente de las Finanzas llevo a sus labios las manos que tenia entre las suyas, con una exclamacion de alegria:

— Es una magnifica noticia, mi querida Sylvie. ?Por fin volveis al lugar que os corresponde! ?Ya basta de tener encerrada tanta gracia en el campo! Asi os vere mas a menudo…

— … Sin veros obligado, vos, siempre tan ocupado, a perder vuestro precioso tiempo por las carreteras. ?Si supieseis cuanto aprecio esa prueba de amistad!

— En cambio, yo os vere menos -dijo Marie de Schomberg, acurrucada delante de la gran chimenea de marmol turqui. [1]

— ?Por que? Os quiero demasiado para sacrificar el placer de estar a vuestro lado por no se que vida de corte; por otra parte, depende unicamente de vos…

— ?No sigais, querida! Sabeis muy bien que, fuera de Nanteuil o de vuestra casa, el unico lugar que soporto en Paris es mi querido convento de La Madeleine. Ya no siento ningun carino por la reina Ana, apenas conozco al joven rey y siempre he aborrecido a Mazarino…

— Esta muy enfermo y no durara mucho tiempo, por lo que dicen -observo Perceval de Raguenel, que jugueteaba distraido con una pieza del ajedrez que Fouquet habia dejado abandonado.

— Eso no cambia en nada el horror que me inspira… sobre todo si realmente es el esposo de aquella a la que me consagre. En cuanto a la reina que va a venir, no podre quererla. Mi esposo se llevo la mayor parte de mi corazon, y solo me queda de el lo justo para dedicarlo a mis pocos amigos. Ademas, la boda real esta prevista para el seis o el siete de junio. Ese dia hara exactamente cuatro anos que Charles murio en mis brazos…

La voz se quebro. Conmovida hasta el punto de llorar, Sylvie se trato mentalmente de tonta, pero no cometio el error de precipitarse hacia Marie para abrazarla u ofrecerle unas palabras de consuelo que no servirian de nada: a Marie no le gustaba que nadie se interpusiera entre ella y su dolor. Unicamente Sylvie, tal vez, habia podido medir lo profundo de la herida que desgarraba a la mariscala de Schomberg desde que su esposo apasionadamente amado, uno de los grandes militares del reinado de Luis XIII, habia fallecido a los cincuenta y dos anos, de resultas de numerosas heridas. Casi fuera de si por la desesperacion -si hubiera sido hindu se habria arrojado con gusto a las llamas de la pira funebre-, su viuda, una vez depositado el cuerpo en la iglesia de Nanteuil-le-Haudouin, fue a encerrarse en el convento de La Madeleine, cerca del pueblo de Charonne, y no salio de alli hasta pasados unos meses, para ir a su magnifico castillo, construido sobre unas ruinas de epoca feudal por Henri de Lenoncourt, y en el que Francisco I solia detenerse cuando se dirigia a Villers-Cotterets. Alli quiso convertirse en la guardiana del esplendor y la gloria de los Schomberg; alli revivio las horas mas bellas de una felicidad sin mas nubes que las suscitadas por la pasion sombria del vencedor de Leucate y Tortosa hacia su radiante esposa. Pero ella vendio sin dudarlo al presidente d'Aligre la mansion parisina en la que Charles habia vivido muy poco tiempo.

Muy pronto aquel instante de dolor paso, dominado por la orgullosa mujer cuya belleza, a sus cerca de cuarenta y cuatro anos, seguia radiante bajo los velos de un duelo riguroso que exaltaba por contraste la tez blanca y el cabello rubio. Se levanto para besar a su amiga y felicitarla:

— Me alegra que participeis en la aurora de un reinado. Sois demasiado joven para pertenecer por entero al antiguo.

— ?Joven? ?Voy a cumplir treinta y ocho anos, Marie!

— ?Se lo que digo! Teneis una tez perfecta, ni una sola arruga, y el talle de una muchacha…

— ?Hay que pensar en los vestidos sin perder un momento! -interrumpio Fouquet-. Se de quien os cortara unos admirables.

— ?Ya asoma la nariz el rey del buen gusto! -bromeo Sylvie-. Querido amigo, sabeis muy bien que he jurado no volver a llevar ropa de color, y guardar luto el resto de mi vida.

— Tambien Diana de Poitiers guardo el de su anciano marido el senescal de Normandia, y eso no le impidio ser la amante oficial de Enrique II hasta la muerte de este. No en vano habeis crecido en el castillo de Anet. Debo anadir que no es una mala eleccion: pueden hacerse grandes cosas con el negro, el blanco, el gris y el violeta. ?Dejadme a mi, y os prometo un exito clamoroso!

— No es lo que busco. Solo deseo estar… decorosa. El rey aprecia la elegancia, pero tambien la mesura.

— Estareis encantadora… y sin ostentacion. Pero tengo que volver a Paris de inmediato. Dire a mi gente que prepare el equipaje.

— ?Como? ?Tan pronto?

— No hay tiempo que perder. Todos los sastres de Paris se han puesto ya a trabajar. ?Os vere de nuevo en Conflans!

— Pero…

— ?Dejadlo! -intervino Perceval, hasta entonces en silencio-. ?Le hace tan feliz ocuparse de vos! Admito que lleva un poco lejos su gusto por el lujo, pero es un amigo muy fiel.

En un instante el castillo, apaciblemente adormecido bajo el frescor humedo y suave de una noche de abril, se revoluciono, porque Nicolas Fouquet se habia convertido en un gran senor que generaba mucho ruido a su alrededor. Su brillante inteligencia, su generosidad, su fortuna asentada en el patrimonio familiar sumada a la de dos matrimonios sucesivos muy ricos, una especie de genio gracias al cual fructificaba todo lo que caia en sus manos, y tambien su fidelidad a la causa real durante la Fronda, se anadian al hecho de que habia sabido salvar la fortuna de Mazarino; todo ello le valio convertirse en superintendente de las Finanzas de Francia, procurador general del Parlamento de Paris, y senor de Belle-Isle, que habia comprado dos anos antes a unos arruinados Gondi, ademas de varios otros lugares. Su castillo de Saint-Mande, donde se complacia en reunir a artistas y poetas como invitados permanentes, era tal vez el mas agradable de los alrededores de la capital, pero corria la voz de que aquel pequeno paraiso iba a verse eclipsado muy pronto por el que Fouquet se estaba haciendo construir en su vizcondado de Vaux, cerca de Melun: un verdadero palacio en el que se concentraba todo el saber de varios jovenes genios descubiertos por Fouquet en materia de arquitectura, decoracion, pintura, escultura,

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