?Y Tonio? ?Ay! Tonio esta herido y cae de cabeza al escenario, en medio de las bailarinas que se habian petrificado anteriormente. Cae sobre el escenario y queda alli desvanecido, mientras el padre corre en su ayuda.

Leoncio tiene en brazos a su hijo

mientras solloza muy afligido:

«Tonio, hijo mio adorado,

?me dejas cuando apenas te he encontrado?»

Y lo aprieta entre sus brazos con carino.

Entonces la criatura abre un ojillo

y le responde: «Padre, esto es el fin;

ya solo adios te puedo decir».

Llora el Rey como si fuera un nino:

«No digas eso, Tonio mio.

***

Veras como pasa el mal momento

y volveran los buenos tiempos.

Desapareceran pronto tus dolores

y no habra mas que juegos y flores».

?Juegos y flores! Pero nadie lo puede creer. Con los ojos brillantes, dignatarios e importantes personajes descubren su cabeza en silencio. Hasta al profesor De Ambrosiis, miradlo, le tiembla un poco la barba. ?Morira, pues, el osezno? ?Habran sido vanas todas las fatigas de su padre? ?La desgracia envenenara la gran victoria? ?Tan cruel es el destino?

Un dos tres cuatro

en el silencio del teatro

vagan siniestros

estos pensamientos.

***

CAPITULO SEPTIMO

Y cuando el osezno yacia banado en su propia sangre, cuando el Rey Leoncio prorrumpia en desesperados sollozos, cuando el publico, ante la terrible escena, permanecia en su sitio lleno de piedad y espanto, cuando en el Gran Teatro, habituado a los cantos, la musica y los aplausos, se hizo un gran silencio, entonces, por una ventanita que habia quedado abierta por olvido, entro una blanca paloma que se puso a revolotear alegremente por la sala.

Era la paloma de la bondad y de la paz; y como sabia muchisimas cosas, creia haber llegado en el momento justo para celebrar tambien ella el hallazgo del osito raptado. Pero mirando a su alrededor, se dio cuenta enseguida, por la expresion de los rostros, de que, por el contrario, estaba sucediendo algo malo. Inmediatamente vio al Rey Leoncio que estrechaba entre sus brazos al hijito herido.

La paloma se quedo desconcertada. Asi, pues, sus revoloteos eran inoportunos en aquel momento. El publico la miraba con evidente fastidio. ?Irse ahora? ?Esconderse en algun rinconcillo oscuro? Pero una feliz inspiracion la indujo a posarse justo en la cima de la chistera del profesor De Ambrosiis, que asistia azorado a la lacrimosa escena.

Todos los ojos se volvieron entonces hacia el viejo astrologo. Tambien el Rey Leoncio miro a De Ambrosiis. Y De Ambrosiis miro al Rey Leoncio. Un pensamiento dominaba el teatro: solo el mago, con un golpe de su varita magica, podia salvar al osezno; ?por que, pues, no se decidia?

No se decidia porque, despues del episodio de los jabalies molfetanos, solo le quedaba un encantamiento disponible. Y si gastaba tambien este, ?adios carrera de mago! Se volveria un pobre viejo cualquiera, pobre y feo por anadidura; y si enfermaba tendria que llamar al medico y tomar las mas nauseabundas medicinas como cualquier otro enfermo, en vez de ponerse sano y robusto en un momento. ?Se le podia pedir entonces semejante sacrificio? El Rey Leoncio mismo, aun teniendo muchas cuentas que ajustar con el mago, como era de tan buena pasta no se atrevia a pedirle un regalo semejante; y se limitaba a mirar a De Ambrosiis en silencio.

***

Pero en el silencio se escucho un tac tic

que parecia de un pequeno corazon el batir.

Con el pico la paloma sacudia

un poquito la chistera; parecia

querer decir al profesor:

?que tienes en lugar de corazon?

?Por que perder esta maravillosa ocasion

de redencion?

?Solo el egoismo te puede retener

para impedirte hacer el bien!

Y ahora vosotros, claro, no me creereis, direis que son cuentos, que estas cosas solamente pasan en los libros y asi sucesivamente. Pero a la vista del osezno moribundo, el astrologo sintio un repentino disgusto por todas las canalladas que habia cometido por odio al Rey Leoncio y a sus osos (?los fantasmas, el Gato Macaco!), sintio la impresion de que algo le quemaba en el pecho y, quiza tambien por el gusto de hacer un buen papel y convertirse en una especie de heroe, saco de debajo de su balandran la famosa varita magica -pero, ?que poca gracia le hacia!- y comenzo el encantamiento, el ultimo de su vida. Podia conseguir montanas de oro y castillos, convertirse en rey y emperador, destruir flotas y ejercitos, casarse con princesas indias; todo lo habria podido tener con aquel ultimo sacrificio. Y, por el contrario:

«Harete», dice largamente, separando las

[silabas.

«Harete finkete gamorre

abil fabil domine

brun stin maiela prit

furu toro fifferit».

Entonces el osezno abrio del todo los ojos y se puso en pie sin senales del agujero hecho por la bala (solo se sentia un poco debil por la perdida de sangre), mientras el Rey Leoncio, como enloquecido por la alegria, se ponia a bailar el solo en el escenario. Y la paloma, satisfecha, volvia a revolotear por aqui y por alla mas contenta que nunca. Un grito se elevo altisimo: «?Viva el profesor De Ambrosiis!»

Pero ya el astrologo habia desaparecido escabullandose por la portezuela del palco; corria hacia su casa

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