ultimos toques cuando le fue robada de improviso. Busca por aqui, busca por alla: nada. Investigaciones de la policia: nada. Entonces, el mago acudio al Rey Leoncio para contarle lo ocurrido.

Leoncio se inquieto. Un hurto tan grave no habia sucedido desde que el reinaba.

Leoncio consulto con el gran chambelan Salitre (oso muy inteligente que tenia, sin embargo, la debilidad de creerse guapisimo y llevaba una larga pluma en el sombrero), y decidieron convocar a la poblacion de los hombres, a los cuales el Rey, desde el balcon, dirigio un hermoso discursito:

«Senoras y senores», les dijo, «al profesor De Ambrosiis, que es tan bueno, algun malintencionado le ha quitado una varita magica de reciente construccion. ?Ciudadanos!», continuo, «?esto es un desorden! ?Quien la haya robado que levante la mano!»

***

Pero nadie levanto la mano.

«Pues bien», dijo Leoncio, «puede ser que el culpable no este presente. Yo, entonces, os voy a decir una cosa: si dentro de diez dias el ladron, de un modo u otro, no se descubre, os hare responsables a todos y pagareis al astrologo un doblon por cabeza».

«?Uuuuuuhhh!», murmuro espantada la multitud. Y hasta hubo alguno que quiso insultar al soberano.

«?Ah, si?», replico Leoncio, sintiendo que se le subia la sangre a la cabeza. «Entonces seran dos doblones por cabeza. ?Y estareis arreglados!»

Dicho esto, se retiro a sus apartamentos, mientras hombres y mujeres se alejaban entre comentarios diversos.

Pero el astrologo fue al palacio y le dijo:

«Majestad, has convocado a los hombres y te lo agradezco. Pero, ?por que no has hablado tambien a los osos?»

«?A los osos? ?Que les habria de decir?»

«Habria que decir que mi varita pudo ser robada por un hombre, pero tambien por un oso».

«?Por un oso?», exclamo Leoncio sorprendido. «?Desde cuando los animales hacen cosas asi?»

«Si, senor, por un oso», replico el astrologo resentido. «?Quiza es que tu crees a los osos mejores que a los hombres?»

«?Pues claro que lo creo! Los osos no saben ni siquiera que significa la palabra 'robar'».

«?Ja, ja!», se burlo el mago.

«?Te burlas, profesor?»

«Me burlo, si senor», respondio De Ambrosiis. «Buenas te las podria contar, si quisiera, sobre tus inocentes animalitos».

Y aqui oireis, ninos y ninas,

el misterio del parque de globigerinas.

***

CAPITULO NOVENO

El segundo misterio fue, en efecto:

El secreto del parque de globigerinas.

«Una noche», conto, justamente, el profesor, «mientras iba a dar una vuelta por el parque de globigerinas…»

«?Donde vive mi chambelan Salitre?», interrumpio el Rey Leoncio.

«Eso no lo se», dijo el mago, «yo se solamente que mientras me paseaba entre las plantas, levante un momento la vista por encima de los arboles y adivina que es lo que veo».

«?Un pajaro?», sugirio Leoncio, atenazado por la curiosidad. «?O quiza un monstruo?»

«Veo un palacio todo de marmol, iluminado como para un sarao, que resplandecia en la noche. Interesado, me acerco. De las ventanas salen musicas y risas, como si hubiese una gran fiesta. Despues, percibo a ras del suelo otras aberturas iluminadas. Me agacho para curiosear. Y veo una inmensa bodega, mas grande que una iglesia, y, a lo largo de las paredes, mastodonticas cubas de las que sale a chorros el vino. Y mesas servidas, y por todas partes valiosas botellas, y musicos que tocan, y camareros que van y vienen llevando tartas monumentales, y sentados a la mesa…»

«?Quien? ?Pero quien?», interrumpio de nuevo Leoncio.

«?Tus osos, Majestad, tus osos! ?Borrachos perdidos del primero al ultimo, desganitandose con obscenas canciones! ?Unos, vestidos con ricos mantos, otros con chaque, otros tumbados en posturas indecentes, otros agujereando las cubas para beber luego del chorro, otros caidos bajo las mesas!»

«?Es una calumnia!», jadeo el Rey Leoncio.

«?Lo he visto con mis propios ojos, te lo juro!», protesto el mago.

«?Bien, voy inmediatamente a verlo! Y si has dicho una mentira, ?me las pagaras!»

El Rey no se lo penso ni un momento. Ya habia caido la noche. Acompanado por un batallon de guardias, se dirigio al bosque de las globigerinas y vio resplandecer, sobre la masa oscura de los arboles, la cupula de un palacio fantastico, constelado de luces. Espumeando de ira, se adelanto para sorprender in fraganti a los borrachuzos. Pero en cuanto salio de la espesura del bosque y aparecio en el claro, el palacio maravilloso habia desaparecido. En su lugar, habia una misera casucha con una ventanuca iluminada. El Rey quiso entrar a ver.

Abriendo de repente la puerta, encontro al chambelan Salitre que leia un gran libro a la luz de un candil.

«?Que haces aqui a estas horas, Salitre?»

«Estudio el gran libro de las leyes, Majestad, y esta es mi humilde casa».

Pero Leoncio olfateaba alrededor. Habia en el aire un curioso olor… Que extrano, se diria que era un perfume de flores, de manjares, de buenos vinos. Una sospecha nacio en el Rey.

?Que podria decir, sin embargo, en esos momentos?

«Buenas noches, Salitre», barboto. «?Sabes? Pasaba por aqui, por casualidad, y he entrado a hacerte una visita».

Se fue, entonces, mas bien avergonzado, y volvio al palacio meditando aquel enigma.

En toda la noche no pudo dormir. Tormentosas preguntas asaltaban borrascosamente su cerebro.

?Habia mentido el mago?

?Pero como tambien el, Leoncio, habia descubierto el palacio mas alla de las plantas?

?Pero como habia podido el palacio desaparecer despues de repente?

?Seria un palacio encantado?

?Pero quien podia hacer encantamientos si no era el mago?

?Pero no le habian robado al mago la varita?

?Quien entonces podia hacer brujerias sino el ladron?

?Y como, por cierto, estaba Salitre en aquella solitaria casucha?

?Y como explicar aquellos extranos olores de asados y vinos?

?Estaria implicado Salitre en aquel turbio asunto?

Pero la indignacion de Leoncio llego al colmo cuando al alba le vinieron a anunciar el tercer hecho misterioso, esto es

el saqueo de la Gran Banca Universal.

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