Asi, pues: de una parte vanagloria

y de la otra ?victoria!

***

CAPITULO SEXTO

Entretanto, en el Gran Teatro Excelsior, mundanidad, lujo, elegancia, triunfaban aquella noche en el espectaculo de gala en honor del Gran Duque. Siete dias antes los osos habian sido rechazados desde las murallas, valia la pena festejar el acontecimiento. La sala fulguraba verdaderamente de preciosas sedas y uniformes suntuosos. Habia un principe indio con su princesa, habia oficiales de todas las armas en traje de gala, habia condes, vizcondes, marqueses y barones, y hasta un Langravio, lo que nadie sabia con exactitud que significaba. Habia dos altos dignatarios de la corte persa, y estaba el profesor De Ambrosiis de incognito (pero, ?como se puede estar de incognito con una cara como esa que se reconoce a cien metros de distancia?); estaba completamente solo en un palco, con su inseparable chistera de un metro veinticinco de alta en la cabeza.

El programa, organizado expresamente para complacer al Gran Duque, comprendia:

– La danza del sicomoro

– con seis bailarinas y un moro.

– Los payasos con sus tonterias.

– Tragadores de sables, de fuego

– y de barajas de cartas de juego

– con bocas que parecian alcancias.

– Leones y tigres, pero inocuos.

– Prestidigitadores y ventrilocuos

– (que son esos que hablan con la panza).

– Veinte bailarinas llegadas de Francia.

– Ejercicios de focas y caballos.

– Ocho elefantes negros y blancos.

– Despues: con chisteras y guantes

– pulgas amaestradas y parlantes.

– Al final un prodigio sin igual,

– nada menos que el osezno Goliat,

– pequeno, es verdad, pero no obstante

– un numero muy importante;

– tanto es asi, que en millas y millas

– no se ha visto tal maravilla.

El publico habia oido decir, por la manana, que los osos habian vuelto al asalto de la ciudad, y habia, a decir verdad, cierta inquietud. Pero la entrada en el teatro del Gran Duque y la Gran Duquesa, con gran pompa, disipo el temor: si sus Altezas se dignaban contemplar el espectaculo, queria decir, vive Dios, que las cosas iban bien. Y la orquesta tocaba, las bailarinas bailaban como libelulas y el ventrilocuo saco de las tripas, ante la incredulidad de los patanes convencidos de que era un truco, saco, deciamos, una voz como no habia salido ni siquiera de los sepulcros.

De vez en cuando el Gran Duque hacia un gesto y un oficial se precipitaba a su lado para recibir ordenes.

«?Novedades?», preguntaba el Gran Duque.

«Todo bien, Alteza Serenisima», respondia el oficial, no teniendo valor para decirle la verdad, que era muy diferente.

Y la orquesta continuaba tocando, las danzarinas bailaban, el prestidigitador extraia conejos vivos de calabazas huecas y el ventrilocuo hablaba con la panza de diversos temas y hasta entono una cancioncilla que fue aplaudida.

Sonreia el Gran Duque, se divertia. ?Acaso no iba todo viento en popa?

En realidad, todo era desorden, los osos se habian apoderado ya de la fortaleza e irrumpian por las calles de la capital.

Hasta que la catastrofe se revelo de la forma mas sensacional en el mismo teatro. Entre los aplausos freneticos de la multitud, el osezno Goliat habia iniciado ya sus sorprendentes ejercicios, en equilibrio sobre una cuerda a veinte metros del suelo del escenario, dando vueltas a una sombrilla china, cuando se oyeron extranas voces, se descorrio una cortina y el Rey Leoncio en persona, seguido por un peloton de osos armados, aparecio en el patio de butacas.

«?Ay, los osos!», gimio desde un palco de tercera fila la mujer del Langravio, y con un suspiro cayo desvanecida.

«?Manos arriba!», amenazaron las fieras a aquel publico tan elegante.

Y todos, helados de terror, levantaron las manos (a excepcion de las bailarinas que, de tanto miedo que les entro, quedaron convertidas en estatuas, asi como estaban, con una pierna levantada, y algunas de ellas fueron posteriormente colocadas en la fachada del teatro, donde se pueden admirar aun hoy como perpetua memoria de aquel acontecimiento historico).

Pero, ?que hace Leoncio? ?Por que en vez de caer sobre el Gran Duque, su mortal enemigo, mira de esa manera al osezno equilibrista? ?Por que tiende sus zarpas hacia el escenario y se tambalea como si estuviese borracho?

Pues ahora, en el momento de mas importancia,

?por que no proponer una adivinanza?

Ahi va: ?quien conoce de vista

a este osezno equilibrista?

Juro que ya me lo habeis oido nombrar

y ahora mismo alguien os lo va a soplar.

Pensad un poco. Probad con teson

y encontrareis la solucion;

hay alguno mas listo que el demonio.

Asi que ?quien sera? No es otro que…

«?Tonio!», grito al fin Leoncio con voz indescriptible, reconociendo a su hijito raptado.

Y tambien el osezno reconocio la voz de su padre, aunque hubieran pasado los anos. Casi tropezo de la sorpresa, arriesgandose a caer desde lo alto, pero, como excelente artista que era, recobro enseguida el equilibrio y continuo la peligrosa travesia sin olvidarse de dar vueltas a la sombrilla.

«Papa, papa», balbuceaba suspendido entre las mil luces del teatro el buen osezno, al cual, por motivos de propaganda, habian puesto aquel ridiculo nombre de Goliat.

Pero, de repente, se oye «?pum!», y todos sufren un sobresalto. El Gran Duque, que lo habia comprendido todo, acaba de disparar sobre Tonio para vengarse, con su infalible pistola de empunadura de onice incrustado en piedras preciosas. Podia haberla tomado contra Leoncio, su adversario directo. Pero no, su maldad es mucho mayor de lo que se suele imaginar: ha preferido matarle a su hijo.

?Escandalo de escandalos! No describiremos el lio que se armo para no perder el tiempo. Todos gritan, maldicen, lloran. Naturalmente, los osos hacen fuego desde el patio de butacas inmediatamente, acribillando al Gran Duque, que cae desplomado, tieso. Y por la sala se extiende el olor penetrante de la polvora de los disparos, que los viejos soldados olfatean con satisfaccion, pero que, por el contrario, hace toser a damas y damiselas.

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