con la mirada, colchones arrollados, una maquina de cardar lana.

No habia nada que llamara la atencion. Salvo un billete de cincuenta dolares tirado en el piso en un costado.

Raro. Un billete nuevo. Croce lo guardo en un sobre transparente con las otras evidencias. Miro la fecha de emision. Billete. Serie 1970.

– ?Y de quien es?

– De cualquiera -dijo Croce. Miro el billete de un lado y del otro como si buscara identificar al que se le habia caido. ?Sin querer? Pagaron algo y se les cayo. Quiza. Vio en el billete la cara del general Grant: the butcher, el borracho, un heroe, un criminal, invento la tactica de la tierra arrasada, iba con el ejercito del Norte y quemaba las ciudades, los sembrados, solo entraba en batalla cuando tenia una superioridad de cinco a uno, despues fusilaba a todos los prisioneros-. Ulysses Grant, el carnicero: mira donde termino, en un billete tirado en el piso de un hotelito de morondanga. -Se quedo pensando con el sobre transparente en la mano. Se lo mostro a Saldias como si fuera un mapa-. ?Ves? Ahora entiendo, m’hijo… Mejor dicho, me parece que ya se lo que pasa. Vinieron a robarlo, bajaron por el montacargas, se dividieron la plata. ?O la guardaron? Se les cayo el billete en el apuro.

– ?Bajaron? -dijo Saldias.

– O subieron -dijo Croce.

Croce volvio a asomarse al hueco del montacargas.

– A lo mejor solo mandaron la plata y alguien la esperaba abajo.

Salieron por el pasillo azul; al costado, detras de una mampara de vidrio y una reja, en el entrepiso, en una especie de celda, estaba la centralita telefonica.

Entrevistaron a la telefonista del hotel, la senorita Coca. Flaquita, pecosa, sabia todo de todos Coca Castro, era la persona mejor enterada de la region, la invitaban todo el tiempo a las casas para que contara lo que sabia. Se hacia rogar. Pero al final siempre iba con sus noticias y sus novedades. ?Por eso se habia quedado soltera! Sabia tanto que ningun hombre se le animaba. Una mujer que sabe asusta a los hombres, segun decia Croce. Salia con los comisionistas y los viajantes y era muy amiga de las chicas jovenes del pueblo.

Le preguntaron si habia visto algo, si habia visto entrar o salir a alguien. Pero no habia visto a nadie ese dia. Despues buscaron datos sobre Duran.

– La treinta y tres es una de las tres piezas del hotel que tiene telefono -aclaro la telefonista-. La pidio especialmente el senor Duran.

– ?Con quien hablaba?

– Pocas llamadas. Varias en ingles. Siempre desde Trenton, en Nueva Jersey, Estados Unidos. Pero yo no escucho las conversaciones de los huespedes.

– Pero hoy cuando no contestaba, ?quien llamo?, hacia las dos de la tarde. ?Quien era?

– Una llamada local. De la fabrica.

– ?Era Luca Belladona?

– No se, no aclaro. Pero era un hombre. Pidio con Duran, pero no sabia el numero de habitacion. Cuando no contestaron, me pidio que insistiera. Se quedo esperando, pero nadie lo atendio.

– ?Habia llamado alguna vez antes?

– Duran lo habia llamado un par de veces.

– ?Un par?

– Tengo el registro. Puede verlo.

La telefonista estaba nerviosa, todos en un caso de asesinato creen que les van a complicar la vida. Duran era un encanto, dos veces la habia invitado a salir. Croce de inmediato penso que Duran queria datos, por eso la invito; la chica podia darle informacion. Ella se habia negado por respeto a la familia Belladona.

– ?Te pregunto algo especifico?

La chica parecio enroscarse, enrollarse, como un espiritu en la lampara de Aladino del que solo se veia una boca roja.

– Queria saber con quien hablaba Luca. Eso me pregunto. Pero yo no sabia nada.

– ?Llamo a la casa de las hermanas Belladona?

– Varias veces -dijo Coca-. Hablaba sobre todo con Ada.

– Vamos a llamarlas, quiero que vengan a reconocer el cadaver.

La telefonista marco el numero de la casa de los Belladona. Tenia la expresion satisfecha de alguien que es protagonista de una situacion excepcional.

– Hola, si, aqui Hotel Plaza -dijo-. Una comunicacion para las senoritas Belladona.

Las hermanas llegaron al fin de la tarde, furtivas, como si en esa circunstancia hubieran decidido romper el tabu o la supersticion que habia impedido durante anos que se las pudiera ver juntas en el pueblo. Las hermanas parecian una replica, tan iguales que la simetria resultaba siniestra. Y Croce tenia con ellas una familiaridad que no dependia del simple trato en el pueblo.

– ?Quien les aviso?

– El fiscal Cueto me llamo por telefono -dijo Ada.

Subieron a reconocer el cadaver. Tapado con la sabana blanca, en el piso, parecia un mueble. Saldias levanto la sabana, su cara tenia ahora una rictus ironico y estaba ya muy palido y rigido. Ninguna de las dos dijo nada. No hacia falta decir nada: tenian que hacer el reconocimiento. Era el. Todo el mundo sabia que era el. Sofia le cerro los ojos y se alejo hacia la ventana. Ada parecia haber llorado o quiza era el polvo del pueblo sobre los ojos ardidos; miro distraida los objetos de la pieza, los cajones abiertos. Movia la pierna, nerviosa, en un gesto que no queria decir nada, como un resorte que se moviera en el aire. El comisario miro ese gesto, y sin querer penso en Regina Belladona, la madre de Luca, el mismo movimiento de la pierna, como si el cuerpo -un punto del cuerpo- fuera el que acumula toda la desesperacion. La grieta en una copa de cristal. Le llegaban de golpe esas frases extranas, como si alguien se las dictara. Incluso la sensacion de que le estaban dictando era -para el- una evidencia absoluta. Se distrajo y cuando volvio a la realidad escucho hablar a Ada que parecia estar contestando una pregunta del escribiente. Algo referido a la llamada a la fabrica. No sabia que hubiera hablado con su hermano. Ninguna de las dos tenia noticias. Croce no les creyo, pero no insistio porque preferia dejar que sus intuiciones se revelaran cuando no hiciera falta comprobarlas. Solo quiso saber algunos detalles sobre la visita de Tony a la casa.

– Fue a hablar con tu padre.

– Vino a casa porque mi padre quiso conocerlo.

– Se dijo algo sobre la herencia.

– Pueblo de mierda -dijo Ada con una sonrisa delicada-. Si todos saben que podemos repartir la herencia cuando queramos porque mi madre esta impedida.

– Legalmente -dijo Sofia.

– En los ultimos tiempos se lo veia mucho con Yoshio, saben los rumores que corren.

– No nos ocupamos de lo que hacen las personas cuando no estan con nosotros.

– Y no nos importan los rumores -dijo Ada.

– Ni los chismes.

Como en un flash, Croce recordo una siesta de verano: las dos hermanas jugando con unos gatos recien nacidos. Tendrian cinco o seis anos, las nenas. Los habian puesto en fila, los gatos se arrastraban por las baldosas entibiadas por el sol de la siesta, las nenas los acariciaban primero y despues se los pasaban una a la otra, colgados de la cola. Un juego rapido, que se iba acelerando, a pesar del maullido lastimero de los gatos. Desde luego, desde el principio habia descartado a las hermanas. Lo hubieran matado ellas directamente, no hubieran delegado en otro una cuestion tan personal. Los crimenes cometidos por mujeres, penso Croce, son siempre personales, no le confian a nadie el trabajo. Saldias continuaba preguntando y tomando notas. Un llamado telefonico desde la fabrica. Para confirmar que estaba ahi. A la misma hora. Demasiada coincidencia.

– Ya conoce a mi hermano, comisario, es imposible que haya sido el quien llamo -dijo Sofia.

Ada dijo que no tenia noticias de su hermano, hacia tiempo que no veia a Luca. Estaban distanciados. Todo el mundo habia dejado de verlo, habia agregado despues, vivia encerrado en la fabrica con sus inventos y sus suenos.

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