Viven en La Moraleja. Era una tarde templada de marzo y estabamos en el jardin, que lo riegan por aspersion. Se habia discutido si merendar fuera o dentro, pero el chaval cogio una rabieta, porque preferia fuera, y se salio con la suya. Con la misma autoridad se nego a ponerse un jersey, aunque sus padres me informaron machaconamente sobre su propension a los catarros. Total, que de la educacion estricta adecuada a enanos pocos rastros vi. Y Pedro opino que la culpa la tiene la madre de Bea, que mima mucho al nieto. Se pusieron a hablar de ella, pero yo no prestaba atencion, obsesionado de repente, como antano, por el misterio de los parentescos. «Esa senora no es nada mio», pensaba. «?O tal vez si? ?Habra tambien un nombre en las tablas de la ley para designar a la madre de una cunada?» Bea, como si me la quisiera presentar, dijo que tiene un caracter muy dulce, que es la abuela que a ella le hubiera gustado conocer. No llegaron a discutir, ni a hacer comparaciones con mama, a la que no nombraron ni para bien ni para mal. Pedro quito hierro a su conato de critica.

– Claro, mi vida, yo no he dicho que no sea un encanto tu madre. Los mimos son propios de hijo unico, de nieto unico. Cuando nazca la hermanita, a todos se nos pasara.

Faltaba poco para la puesta de sol y se habia levantado un poco de viento. Las nubes se arremolinaban, se tenian de rojo y desaparecian.

– Es que se echan a correr, porque le tienen miedo al sol, ?a que si? -dijo el nino, que no dejaba de mirar al cielo-. ?A que el sol es el jefe? Saca la pistola y las mata, ?pum!, les sale sangre.

Dijo tambien que la luna mandaba menos que el sol, que en el cielo no hay cubos de basura para tirar lo que se rompe. Y que queria ser astronauta.

Me entro una nostalgia rara. Yo a su edad tambien les buscaba una explicacion urgente a las cosas del cielo y de los astros y se me ocurrian disparates, aunque no se los decia en voz alta a nadie. Todo aquello lo estaba inventando para mi, pero no me atrevia a mirarle. Queria escaparse con el capitan Pluma, lo llamaba y el le estaba traicionando. Lo supe. Pedro y Bea eran dos rocas impidiendo el paso, y no me apetecia presentarles batalla.

– ?Cuantos anos tiene? -le pregunte a mi hermano.

– Cuatro cumplio en enero.

– Es pasmoso lo bien que habla, ?no? Yo no le sigo.

Y me salio voz de persona mayor, de tio.

– Ni tu ni nadie. Es un mareo -protesto Bea, mientras me ofrecia otra taza de te-. No para de decir simplezas una detras de otra. Y asi desde que abre los ojos. A mi me tiene de los nervios, te lo juro.

– Eso tambien te paso la otra vez, cielo -dijo Pedro-. Ya te lo ha advertido el medico. Es del nuevo embarazo.

Me informaron que ahora era una nina y que la esperaban para finales de julio.

Yo seguia distraido, asomado a un balcon de la plaza mayor de Segovia, mirando pasar las nubes del rosa al acero y desaparecer detras de la catedral; aquellas nubes alimentaban mis enigmas.

– Pues a tu tio -dijo de repente Pedro-, cuando tenia tu edad, habia que sudar para sacarle una palabra.

Me sobresalto como entonces, cuando me renia. Tuve ganas de esconderme.

– ?No hablabas? -pregunto el nino-. ?No sabias palabras?

– Las sabia, pero no las decia.

– ?Ni siquiera «caca»?

– ?No seas maleducado, Pedrito! -salto impaciente Bea-. ?No ves que estamos merendando? Terminate la tarta, anda.

– No me la termino. Sabe a jabon.

– Pues vete a jugar con la bici y dejanos un rato en paz. Pero lavate antes. ?Te has puesto los dedos perdidos de chocolate!

– Me voy adentro con Tona, que me cuenta historias de miedo.

Tona era una doncella filipina que nos habia servido la merienda en una mesa con mantel bordado.

Hubo un silencio cuando Pedrito se fue, y mis ojos se cruzaron con los de su padre, que es a la vez mi hermano mayor. Nos mantuvimos la mirada, y habia un relampago de verdad en todo. De pronto era como si esperaramos uno de otro algo que diera pie a un cierto reconocimiento.

– Las criadas siempre saben cuentos de miedo -dije yo-. ?Te acuerdas de Fuencisla?

– Claro -contesto en voz baja, mientras clavaba los ojos en los bordados del mantel-. Ahora mismo me estaba acordando, pobre Fuencisla. ?Pero tu eras tan pequeno!

– ?Y eso que tiene que ver?

Parecia sobrecogido. Fue el unico momento a lo largo de toda la tarde en que Bea desaparecio.

Despues de merendar, entramos un rato en la casa, nos pusimos a mirar dos albumes de fotos que tienen y es cuando cai en la cuenta de que mama el dia de su boda llevaba un traje color chocolate claro. Y me ha parecido rarisimo tambien acordarme de que yo a Bea y a Olalla las conoci el mismo dia. Desde el domingo no paro de darle vueltas a eso, como al brocal de un pozo.

Pero bueno, tampoco es cosa de saltarse diez anos de una zancada, aunque anoto, para que no se me olvide luego, que la visita al chalet de La Moraleja es lo que me ha revuelto la marana de los parentescos. Y otra marana mas misteriosa todavia: la del paso del tiempo.

Me ha servido para arrancar a contar cosas de la boda de mis padres. Que tampoco importa la boda en si misma, sino por lo que vino luego. Y tambien por lo que habia enterrado antes, que no es poco. Algo saldra, si no me aburro.

Sentiria aburrirme, ya que me he puesto.

II. LA CASA ZURRIBURRI

A lo primero viviamos en Segovia. Lo peor de ser muchos es que tardas en saber cual es tu sitio, depende de la hora, de la gente que haya en casa y de la cara que traiga alguien que entra de repente. Resulta dificil saber a quien estorbas y a quien no, nunca es al mismo, no hay leyes para medir la incomodidad que produces sin darte cuenta. ?Sirve de algo culpar al cielo de un chaparron? El primer dato aprovechable es sospechar que a ellos, de un parpadeo a otro, tambien les puede estar cayendo encima la nube y se los ve inquietos; igual les influye un ruido con el que no contaban, un recuerdo ingrato o alguna mirada impertinente, no se, se quedan de un aire y les bajan sombras por la cara, quisieran salir volando por la ventana. Aunque sean mayores, eso no importa.

Asi que a fuerza de tropezar, y de fijarte en como tropiezan los otros, te acabas colocando con astucia y vas ganando terreno en un mapa raro que tampoco coincide con el suyo. Como en la guerra. Ningun soldado sabe adonde va -aunque avancen- y al capitan pocos lo conocen. En esa etapa, capitan propiamente dicho no lo habia. Yo, de guiarme por alguien, preferia copiar a Maximo, al unico que de verdad los demas y sus humores le resbalaban. No se enfadaba con nadie, y si se enfadaban con el, impasible. Siempre hacia lo que le daba la gana. Claro que eso tampoco es ser un capitan, cargo que exige mando y no desentenderse. No habia capitan, ya digo.

Cada cual tenia que echar mano de su propio ingenio, y el mio se afilo pronto a base de explorar lo conocido como si nunca lo hubiera visto, buscandole la trampa, sin prisa. Otro escalon y pararse. Las cosas pasaban como un rio que no se oye correr, pero eran muchas distintas al mismo tiempo, y aunque se tapaban unas a otras, yo les veia brillar por debajo el farol de la aventura. Porque aventura es lo que no se entiende, una luz perseguida con obstinacion. No hace falta que salgan piratas.

Yo al que menos entendia era a mi padre, lo que pintaba en casa. Para empezar, no vivia del todo con nosotros. Digo vivir a que dejara de ser una sorpresa encontrarlo o verlo salir a diario del dormitorio de la cama grande a las mismas horas. Ni presentarse a comer. Eso raras veces, y casi siempre como si estuviera invitado. Claro que una mesa bien puesta y todos juntos echando mano a la fuente de croquetas o diciendo «Hoy parece que tarda Lola» alli no se estilaba, mas bien eran viajes de lobo estepario a la nevera o a una mesa con hule a cuadros cercana al fogon, donde Fuencisla revolvia los pucheros. «?Pero tu no habias comido ya?», preguntaba. «Yo el dia menos pensado, os lo juro, me largo a mi pueblo. Esto es un zurriburri.» Y a mi esa palabra se me quedo para siempre por dentro, porque es de las dificiles y que dan risa. Ademas pega con lo que quiere decir, lo pillas al momento, aunque nunca la hayas oido. La de Segovia, que duda cabe, era una casa zurriburri. Y asi la

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