seguimos llamando Lola y yo cuando hablamos de esa epoca.

Mi padre era mayor que mi madre, serio, elegante y de buena planta. Tenia algunas canas y por la calle lo saludaban con respeto. Era asesor financiero, expresion mas escurridiza para un nino que la de zurriburri, como todas las que tienen que ver con el dinero que no se ve en la mano para gastarselo en pegatinas o en un helado. La oficina de Segovia era sucursal de otra que tenia en Madrid, y por eso viajaria tanto. Era la palabra que mas salia en esa compota de sonidos que rodean al nino cuando todavia no entiende casi nada, Madrid, ir a Madrid, venir a Madrid. Pero me parece que a mama pocas veces la llevaba, y tampoco aquellos viajes eran la unica razon de que no se despertara siempre en el cuarto de la cama grande, segun fui sabiendo luego, ni se viera casi nunca ropa suya tendida a secar en las cuerdas del patio. Pedro dice que para los negocios esos de colocar el dinero de la gente fue siempre un aguila, y debe de ser verdad porque ahora se forra, aprovechando que todo el mundo a quien aconseja tambien se forra el triple. Y hasta su oficio ha cambiado de nombre, broker, que es lo mismo que antes pero mas rotundo, como dar un punetazo.

Mi madre tenia un puesto por las mananas en la concejalia de Cultura del Ayuntamiento, pero lo que le gustaba de verdad era leer novelas y coser trajes de mucha fantasia para marionetas, a las que tambien ponia escamas, zapatos, alas, pelo y de todo. En su costurero habia muchisimos botones de tamanos y colores diferentes, lentejuelas, trocitos de terciopelo, de cuero y de ante, alambres, yo que se, a mi me encantaba hurgar en aquel costurero. Era de madera, se abria levantando la tapa y tenia un espejo por dentro.

Mi padre y mi madre no se llevaban bien. Cuando discutian, el decia algunas veces: «Dame la razon en eso por lo menos», pero como si nada. Bastaba ver como le miraba ella, aunque le estuviera contestando sin enfadarse, para entender que la razon no se la pensaba dar ni a tiros. A mi padre la casa zurriburri no le gustaba ni mucho ni poco, y tampoco nuestra forma de vivir, siempre se ponia nervioso por lo mismo. Y lo raro es que no lo decia, aunque daba igual, se le notaba a la legua. Hasta que supe que estaba de prestado alli, y que por eso no protestaba todo lo que queria.

Fue una tarde en que llego de repente, cuando menos lo esperabamos. Llegaria de la calle, supongo; por casa a esas horas nunca pisaba. Era primavera, teniamos el balcon abierto y la radio puesta. Mama estaba cosiendo los faldones de uno de aquellos munecos con patitas de madera desmayado encima de sus rodillas, y yo mirando un libro de estampas, porque todavia no leia bien, solo reconocia algunas letras, la e de elefante, la n de nube, la p de puerta. Igual de entretenidos mi madre y yo, igual de a gusto, el runrun de la radio, las voces en la plaza, y de pronto el que entra y se pone a gritar por lo que fuera, que no me acuerdo. Pero de lo que si me acuerdo es de que agarro el muneco, se lo quito de las manos y lo tiro al suelo. Cayo boca arriba, no se si era un angel o una libelula. Mama se habia quedado con una de las alas entre los dedos, enhebrada a la aguja.

Miro a mi padre fijamente, sin decir nada. Pero era igual que si le estuviera apuntando con una pistola de las que sueltan rayos de ciencia ficcion, todo en invisible. Aquel dia la conoci de verdad. Supe que nunca la iba a poder comparar con ninguna madre de ningun amigo mio por muchos anos que viviera, y que nunca la iba a conocer, y que eso era conocerla. Se inclino a recoger la marioneta y la aliso sobre su falda, como si la estuviera acariciando.

– ?Te pasa algo, Damian? -pregunto luego, sin levantar la cabeza.

El resoplaba inquieto. Hacia ay, ay, ay, chu, chu, chu y se habia puesto a pasear por la habitacion. Por fin se paro delante de ella y estallo.

– ?Pasa que aqui no hay quien viva!, que ese maldito pasillo de atras habia que condenarlo, ya te lo he dicho muchas veces, tapiarlo del dormitorio de los chicos para aca, yo ya he hablado con el arquitecto, y le parece que no sera tanta obra, la cocina vieja ?fuera!, y se pone otra mas moderna en este cuarto de trastos de delante, que hay sitio de sobra, y los trastos se tiran, se acabo el reino de Frankenstein, y tu te dejas de coser nada para los de arriba…

– ?Alto un momento! -le interrumpio ella con una voz que de puro tranquila era como un redoble de tambor-. ?Es tuya esta casa?

– ?Y eso que diablos importa?

– Importa mucho. ?Es tuya o no?

Salio volando, desintegrado, cada pedacito de su cuerpo por el aire, como en los accidentes. Le oimos que entraba a recoger algo en el dormitorio y que luego se largaba a la calle. Sonaron sus pasos apresurados escalera abajo. Tenia unos peldanos de madera bastante desgastados, viviamos en el tercero y era una casa de techos altos. De reojo, a traves del balcon abierto, le vi cruzar la plaza hacia la bocacalle que baja al rio.

Por la noche hicieron las paces.

Pero yo ya me habia enterado de que la casa no era suya. Y por primera vez, ademas, habian salido a relucir «los de arriba».

A mi aquella parte de atras que mi padre queria hacer desaparecer sin mas contemplaciones me atraia mucho, aunque tambien me daba algo de miedo, como todo lo que atrae. En cuanto se pasaba del cuarto donde dormian Pedro y Maximo, que era uno de los mayores y tenia ventanas a un patio, se iniciaba una geografia bastante absurda. Habia que subir un escalon, y a partir de eso el pasillo se estrechaba y andabas un rato a la luz de una bombilla pelada, sin ver habitaciones a los lados, solo un tapiz con unos senores antiguos que bebian vino sentados a una mesa y delante de ellos una gitana bailando descalza con panuelo a la cabeza y castanuelas. Luego venia el hueco donde se guardaba la lena y el carbon tapado con cortina de saco. Ya entonces la bombilla quedaba atras colgando de su hilo retorcido, se notaban las cosquillas del miedo y por la pared aparecian sombras alargadas. La verdad es que cuando iba solo apretaba el paso y acababa corriendo. Corria hacia la luz como un tren saliendo de un tunel. Y pitaba el tren. Falta poco. Un poco mas. Animo. Hasta que aparecia un leve resplandor, y empezaban a oirse sonidos por fuera del propio respirar. Un almirez machacando, una cancion en la radio. El corazon latia mas a gusto. Ahora torcer a la izquierda y ya. Era el reino de Fuencisla, compuesto de tres guaridas: la despensa, la cocina y su propia habitacion.

Fuencisla era de Turegano, llevaba gafas y tenia los pies planos. A mama la trataba con mucha confianza, y dentro de lo poco que mandaba nadie en aquella comuna, un poco mas que mama yo creo que si mandaba. A mi padre le molestaban mucho dos cosas: que la cocina fuera de carbon y que Fuencisla llamara a mama por su nombre en vez de decirle senora. Podia molestarle lo que le diera la gana, pero ninguna habitacion de la casa era mas casa que aquella cocina enorme. Alli desayunabamos y comiamos casi siempre, encima de una mesa que ocupaba media pared y que cuando no tenia puesto el hule era de marmol negro y estaba llena de chismes que no eran de comer; alli se iba a buscar todo lo que se perdia, o en dos cajones grandes o en un par de cestas con cosas de costura y de electricidad y de juegos. Habia una radio, ropa planchada, ceniceros, cajetillas de tabaco, cuadernos, lapices y paquetes diversos.

Lo que mas se oia decir cuando eramos muchos era «Hazme sitio». Pero muchas veces estaba Fuencisla sola pelando judias y suspirando con los ojos en la ventana. Y es cuando mas le gustaba verme llegar y sentarme alli a hacer garabatos en un bloc: mi manera de hacerle compania. Me encantaba ver que me ponia un par de almohadones en la silla para que estuviera mas comodo, como dando por hecho que me iba a quedar bastante rato y que, aunque no se lo pidiera, estaba esperando a que me contara un cuento o me hiciera alguna pregunta de las que no tienen contestacion y solo pilla uno a medias. Las hacia como para ella, entre dientes, pero la entonacion final era la de estar preguntando, eso se lo notas, y es que me hablaba a mi, a quien iba a ser, si cuando llegue estaba callada y no habia nadie mas. O sea que yo le daba pie, que pensaba que la podia entender, que nos pareciamos en algo. Yo tambien tenia mil preguntas por dentro, revueltas, haciendo su ovillo como gusanos de seda. Me lo debia de conocer ella en los ojos. Que como veia yo a Dios cuando pensaba en el, que si creia que castigaba sin palo ni piedra, que como me imaginaba la luna vista de cerca, que si pasaba miedo por las noches. Y eso el dia que me lo pregunto le conteste que si con la cabeza. Y ella dijo: «?Dios mio, que ganas tengo de ver el mar, no me querria morir sin verlo!»

En los cuentos que contaba Fuencisla pasaban cosas bastante terribles, de gente que se caia a un pozo, se colgaba de un arbol o se ahogaba en un rio por salvar a otro, decia que eran sucedidos de su pueblo, hasta que una vez mama entro en la cocina y le echo una bronca: «?Por favor, Fuencis, no me asustes a Baltita, que luego no duerme, ?no ves los ojos que pone?»; pero mi amor por la literatura se guiso en aquella cocina, y ademas entendi que habia tres formas de fe: o se confiaba en la suerte, o en el ingenio, o en las propias dotes para vencer el terror. Y me quede con esta posibilidad, que es la que mas me gusta.

Otro misterio era que se oian ruidos encima del techo y en el resto de la casa no. Ruidos tenues pero ruidos.

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