– Ah, una ultima cosa -pidio el doctor Ranger-. ?Me podria dar el numero de su seguro medico? Es para mi secretaria. Siempre me reprocha que atienda a las personas durante la noche y no me preocupe por el papeleo.

El doctor les acompano hasta la puerta, y Fletcher intento ayudar a Leopold a bajar la escalera.

– Tenga cuidado aqui, capitan.

– ?Maldicion, Fletcher! No soy un lisiado.

– Mire, lisiado o no, esta noche no dejare que la pase solo en ese apartamento. Vendra conmigo a casa y dormira en nuestra habitacion libre.

Leopold comenzo a protestar, pero Fletcher se mantuvo firme.

– Solo esta noche. Manana podra regresar a su domicilio.

– Esta bien -accedio de mala gana-. Y por la manana deseo ver a ese sujeto que han arrestado. Quiero saber que estaba robando, que me ha tenido que costar un brazo roto.

La manana siguiente fue para Leopold una nueva experiencia penosa. El hecho de haber dormido con el brazo escayolado y en una cama ajena no le permitio conciliar el sueno, por lo que llego a la Jefatura cansado y de bastante mal humor. Luego de haberle explicado lo que le habia sucedido a la primera docena de personas que encontro, se retiro a su oficina y cerro la puerta.

Una hora mas tarde, Fletcher se aventuro a entrar con el cafe de la manana.

– ?Como se siente? -pregunto.

– La muneca no esta mal, pero lo que me esta cansando es esta maldita enyesadura. Creo que despues de llevarla un mes, necesitare un periodo de descanso en algun sitio.

Habia examinado la escayola, dando golpes ligeros sobre su armazon y manoseando la fina venda de algodon con la cual parecia estar hecha.

– ?Quiere que le cuente algo sobre el sujeto que estaba persiguiendo? -dijo Fletcher, tras tomar un sorbo de su cafe.

– Por supuesto. ?Quien es?

– Un tipo llamado Jimmy Duke. Ya ha cumplido con anterioridad tres condenas por robo, aqui en Nueva Jersey. Nada demasiado sorprendente. Tiene treinta anos, y se ha pasado siete encerrado entre rejas.

– ?Y que me dices de la victima? Bailey. La noche anterior, el doctor Ranger me dijo que alli ha habido varios asaltos.

Fletcher asintio con la cabeza.

– ?Bailey es un coleccionista de sellos de todas clases! Trabaja fuera de su casa y hace muy buenos negocios vendiendoles a otros coleccionistas, lo que explica la alarma contra ladrones.

– ?El tal Duke, le pudo robar muchas cosas?

– Lo suficiente. Por desgracia, se llevo todos los sellos mas valiosos. Pero usted recupero algunos de ellos.

– ?Yo? ?De que forma?

– Cuando aferro al hombre y le arranco el bolsillo. Alli era donde llevaba una parte del botin. Los muchachos estuvieron inspeccionando el patio con sus linternas y encontraron los sellos esparcidos por el barro. Por suerte estaban protegidos por unos sobrecitos de papel cristal, asi que ninguno se estropeo. Creemos que la chica se ha debido llevar los sellos restantes.

Leopold suspiro y trato de mover los dedos de su brazo accidentado.

– Me parece que debere dejar estas persecuciones de ladrones a los mas jovenes y dedicarme a los casos de asesinato.

Fletcher abrio un sobre y extrajo una coleccion de sellos multicolores.

– Estos son los que usted recupero. Una magnifica coleccion.

Leopold, que sabia poco o nada sobre el tema de las colecciones de sellos, los examino con una mezcla de interes y desden.

– ?Quieres decir que esto vale mucho dinero?

– He oido decir que los coleccionistas los consideran un buen resguardo contra la inflacion, igual que las obras de arte. Me han dicho que este sello de cinco centavos -dijo senalando uno de color marron rojizo- se cotiza en cincuenta y cinco dolares. Ese otro de via aerea cuesta alrededor de quinientos dolares.

– ?Existe un mercado para la venta de sellos robados?

– Aparentemente, entre los comerciantes y los coleccionistas. Por desgracia aun no se ha podido recuperar el sello mas valioso de la coleccion de Bailey -informo Fletcher, y consulto los apuntes que acompanaban al sobre con las pruebas-. Se trata de un raro sello de dos centavos de las islas Hawai, emitido en el ano 1851.

– ?Cual es su valor? ?Mil dolares?

– Bailey lo compro hace treinta anos por veinte mil dolares. Hoy en dia es probable que cueste el doble.

Leopold emitio un leve silbido y observo los sellos con mayor respeto.

– No me sorprende que necesitara una alarma contra ladrones. Quizas hubiese sido mas util una boveda de seguridad.

– Capitan, a los coleccionistas no les agradan las bovedas de seguridad. Les gusta tener sus colecciones al alcance de la mano y mirarlas en los momentos mas extranos.

– ?Que es este sello? -pregunto Leopold, senalando a uno grande de color marron, que se encontraba parcialmente tapado por los demas. Se veia mal impreso y mostraba un tosco dibujo de un demonio alado que volaba sobre una hilera de casas. En la parte superior se podia leer: El Diablo de Jersey. Diez centavos.

Fletcher se encorvo para examinarlo y luego se encogio de hombros.

– No se que pensar. Nunca habia visto algo parecido. Por cierto que no debe ser muy valioso, a menos que provenga de los tiempos de la colonia.

– No, esas casas son modernas. No es un sello de la epoca colonial.

– Bien, de todos modos habra que preguntarselo a Bailey. Vendra esta manana para echarles una ojeada.

Cuando Fletcher se retiro, Leopold intento mantenerse ocupado con los informes matinales y con una pila de trabajo rutinario que se le habia acumulado el dia anterior; pero todavia no estaba acostumbrado a la pesada escayola, y su intrusa presencia era molesta y frustrante. Finalmente se dio por vencido y se dirigio al cuarto de reunion para aliviar un poco su ansiedad.

Tan pronto como Fletcher lo vio, fue hacia el y le condujo hasta donde se hallaba un caballero alto y entrado en anos.

– Capitan Leopold, le presento a Oscar Bailey. Mr. Bailey, aqui tiene a la persona que se ha roto la muneca al rescatar parte de su coleccion.

Se saludaron con un apreton de manos, y el viejo coleccionista dijo:

– Quiero agradecerle todos sus esfuerzos, capitan. Lamento que no haya podido recuperar el sello hawaiano de dos centavos.

– ?Aun no tenemos ninguna pista de la chica? -pregunto Leopold a Fletcher.

– Ninguna, aunque probablemente Duke pronto se afloje y nos diga de quien se trata. Mr. Bailey, conseguiremos devolverle ese sello.

– Asi lo espero. La compania de seguros no cubrira su actual precio en el mercado -Sacudio el sobre que contenia sus sellos-. Y creo entender que no me sera posible llevarmelos hasta que este hombre, Duke, no sea juzgado.

– Me temo que esta en lo cierto -le confirmo Leopold-. Son la prueba de que se ha cometido un delito. De todas formas, los guardaremos con cuidado.

– Asi lo espero.

– Ya que esta aqui, quisiera hacerle una pregunta sobre uno de los sellos de su coleccion; se trata de El Diablo de Jersey -Leopold senalo el sello mal impreso-. ?Que significa?

– Nada. Es una broma. No tiene ningun valor.

Repentinamente, Oscar Bailey parecio sentirse incomodo, sus ojos se tornaron evasivos.

– ?Es de Nueva Jersey? ?El tal Jimmy Duke, tiene antecedentes criminales alli?

– No. Olvidese de ello.

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