Bailey se volvio hacia uno de los detectives y comenzo a leerle la lista de los sellos que faltaban. Leopold se quedo ahi parado durante unos instantes, luego se encogio de hombros y se marcho. De todos modos, no se trataba de su caso; el solo habia pasado por alli por casualidad, justo a tiempo para romperse un brazo.

Sin embargo, el asunto le inquietaba, debido a que lo relacionaba con su muneca fracturada. Al dia siguiente, llamo a la Biblioteca Publica y pregunto si le podian dar el nombre de algun coleccionista importante de la zona. Le proporcionaron dos nombres: Oscar Bailey y un profesor auxiliar de la Universidad, llamado Dexter Jones.

Aquella tarde, Leopold se dirigio al campus universitario, arreglandose de la mejor forma posible para conducir con el cabestrillo que le sujetaba el brazo. La ultima vez que habia estado por alli fue hace algunos anos, para investigar el asesinato de un estudiante por su companero de cuarto; ahora, el lugar se hallaba casi irreconocible. Por todas partes se alzaban edificios nuevos, y las viejas paredes de la Universidad quedaban casi ocultas por los obreros y el andamiaje metalico.

Su ultima visita fue durante un esplendido dia de otono; pero esta vez era muy distinto. La intermitente llovizna que duraba ya varios dias habia comenzado otra vez, humedeciendo el suelo, y la vista de una lodosa argamasa cerca de las construcciones fue suficiente para recordarle su caida dos noches atras. Entro en el edificio de Bellas Artes con el ceno fruncido y busco la oficina de Dexter Jones.

Resulto ser un hombre de edad madura, de cabellos canos, con gafas, y en la nariz algo que parecia un gran lunar. Observando a Leopold por encima de sus gafas, le pregunto:

– ?Que le ha pasado en el brazo?

– Me lo he roto persiguiendo a un ladron.

Con un sonido ronco, Jones manifesto su interes.

– Yo tambien he tenido un accidente esta manana. La punta de una cerilla me quemo la nariz -explico al tiempo que senalaba aquella mancha parecida a un lunar-. ?Tiene un aspecto terrible!

– Profesor, me han dicho que es usted un experto en sellos de correo.

– Se trata solo de un pasatiempo; pero desde que hace dos anos salio en el periodico un articulo sobre mi, la Biblioteca Publica me recomienda como si yo fuese una especie de perito. ?En que puedo ayudarle?

– Quisiera saber algo sobre un sello llamado El Diablo de Jersey.

Dexter Jones dejo de jugar con sus dedos sobre el bloc de notas.

– ?El Diablo de Jersey?

– Pudo ser recuperado despues de un robo que tuvo lugar en el domicilio de Oscar Bailey.

– ?Le ha preguntado a Bailey sobre ese sello?

– Se mostro muy impreciso. Tenia la esperanza de que usted fuera mas explicito.

– ?Se trata de un asunto oficial?

– El ladron es de Nueva Jersey. Si el sello tambien fuese de alli, es probable que hubiese una relacion.

– Ya veo -Antes de responder, se tomo unos minutos para pensarlo-. Muy bien, despues de todo, no tengo nada que ocultar. El Diablo de Jersey es el nombre de un sistema postal semisecreto, en manos privadas, el cual le hace la competencia al Gobierno.

Leopold no estaba seguro de haber escuchado correctamente.

– ?Un sistema postal privado? ?Acaso eso no va contra la ley?

– Si. Por ese motivo es secreto.

– Pero, ?quien querria utilizar algo semejante?

– Ciertas corporaciones que necesitan llevar a cabo sus negocios sin el temor a una inspeccion postal o a ser interceptados por parte del Gobierno. Se sabe que algunos Bancos respetables lo han utilizado.

– Eso que me cuenta es un poco dificil de creer.

– No del todo. Hoy en dia, el Gobierno ejerce un increible control sobre la correspondencia. La considerada de segunda o tercera clase, solo puede ser abierta en casos especiales, mientras que la correspondencia de primera clase puede ser confiscada y archivada. Es logico que quienes se dedican a actividades delictivas, como los negociantes en pornografia, vendedores de billetes de carreras de caballos, mercachifles de droga y otros por el estilo, utilicen medios de comunicacion diferentes.

– ?Pero quien esta detras del sistema El Diablo de Jersey? -insistio Leopold.

Dexter Jones se demoro encendiendo su pipa.

– Se trata de un hombre llamado Corflu, propietario de una Compania de camiones en Nueva Jersey. Yo nunca le he conocido, pero me han dicho que es un personaje muy pintoresco.

Leopold se incorporo. Por lo visto, alli ya no habia nada mas que averiguar sobre El Diablo de Jersey.

– Muchas gracias por recibirme, profesor. Ha sido muy interesante.

Jones le ofrecio una ultima sonrisa.

– Ha sido un placer poder ayudar a la Policia.

Cuando se dirigia hacia su coche, atravesando los charcos que habian originado las lloviznas de marzo, Leopold pensaba en una cosa: en el nombre Oscar Bailey, el cual vio garabateado sobre el bloc de notas con el que Jones habia estado jugueteando.

Durante los dos dias siguientes no hubo novedades; Leopold ya casi ni se acordaba de El Diablo de Jersey, e intentaba mantenerse ocupado con la mayor cantidad posible de trabajo de oficina.

Era viernes por la manana, cuando Fletcher entro en la oficina de Leopold y le lanzo aquella noticia inesperada.

– ?Como se encuentra el brazo, capitan?

– Pesado.

– Si mal no recuerdo, usted dijo que habia hablado con un tal profesor Dexter Jones, por el asunto de aquel extrano sello.

– Asi es. ?Que pasa con el?

– Nada, excepto que fue asesinado anoche. Al parecer, Jones se habia quedado a trabajar hasta tarde en el campus universitario. Se marcho a su casa a eso de las once, y sobre su escritorio dejo algunos papeles reactivos. Tenia el auto aparcado en el parque de estacionamiento, y por lo visto alguien le estaba esperando alli. Le dispararon dos veces en el pecho.

– ?Robo?

– No, a no ser que el sujeto se haya asustado.

– ?Jones vivio lo suficiente como para decir algo?

– Ni una palabra. Murio en el momento.

– ?Que hay de su vida privada?

– Se divorcio hace muchos anos. Su mujer y su hijo viven en algun lugar de la Costa Oeste. Era bastante popular entre el cuerpo docente y los estudiantes.

– ?Chicas?

– Nada en ese aspecto. No era de los que se complican la vida con sus alumnas, si es eso lo que usted esta pensando.

Leopold recordo la conversacion con el simpatico hombre de la pipa, y, en cierto modo, se sintio algo responsable de lo ocurrido. ?Hubo algo que el podria haber hecho? ?Le habia preguntado algo inconveniente, o dejo de hacerle las preguntas correctas?

– Creo que trabajare contigo en este caso -le dijo a Fletcher-. Siento que ya formo parte de el.

– No creo que debiera, capitan, por su brazo.

– ?Tonterias! No me quedare aqui sentado, pudriendome durante un mes. Ademas, es posible que tenga una pista que pueda ayudarnos -Y le hablo a Fletcher del nombre que estaba escrito en el bloc de apuntes-. Creo que es hora de que tenga una charla con Oscar Bailey.

Leopold ya habia adquirido bastante practica en conducir con una sola mano, a pesar de que en ese estado hubiera preferido no ir a ninguna parte. Regresar al lugar de su percance, motivo en el una leve sensacion de temor, por lo que puso gran cuidado al subir la escalera que habia frente a la casa de Bailey.

El alto y maduro coleccionista le recibio en la puerta, bastante sorprendido.

– ?Leopold, no es asi? ?Capitan Leopold? ?Que lo trae por aqui, caballero?

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