de carne y hueso y no solo una fotografia en la pared de la comisaria. La mirada de Cia seguia perforandole la espalda y termino por darse media vuelta.

– No te lo tomes a mal, pero ?podria seguir mirando un rato a solas? -Esperaba de verdad que lo comprendiera.

– Perdon, si, por supuesto -respondio Cia y sonrio como disculpandose-. Comprendo que debe de ser molesto tenerme aqui pisandote los talones. Bajare a hacer un par de cosas y asi podras moverte libremente.

– Gracias -dijo Patrik sentandose en el borde de la cama. Empezo por echar una ojeada a la mesilla de noche. Unas gafas, un monton de papeles que resultaron ser el manuscrito de La sombra de la sirena, un vaso vacio y un blister de Alvedon era todo lo que habia. Abrio el cajon de la mesilla y miro el interior. Pero tampoco alli vio nada que le llamara la atencion. Un libro de bolsillo, Aurora boreal, de Asa Larsson, una cajita de tapones para los oidos y una bolsa de pastillas para la garganta.

Patrik se levanto y se acerco al armario que cubria la pared mas corta. Se echo a reir cuando corrio las puertas y vio una clara muestra de lo que Cia le habia dicho acerca de sus diferencias en cuanto al orden. La mitad del armario que daba a la ventana era un prodigio de organizacion. Todo estaba perfectamente doblado y colocado en cestos de aluminio: calcetines, calzoncillos, corbatas y cinturones. Encima colgaban camisas planchadas y chaquetas junto con polos y camisetas. Camisetas colgadas de perchas: la sola idea le resultaba vertiginosa. El, a lo sumo, solia meterlas en algun cajon hechas una bola, para quejarse de lo arrugadas que estaban cuando iba a ponerse alguna.

De modo que la mitad de Cia se parecia mas a su sistema. Todo estaba mezclado, todo manga por hombro, como si alguien hubiese abierto las puertas y arrojado al interior las prendas y hubiese cerrado otra vez rapidamente.

Cerro el armario y observo la cama. Habia algo desgarrador en la estampa de una cama con uno de los lados sin hacer. Se pregunto si seria posible acostumbrarse a dormir en una cama de matrimonio medio vacia. La sola idea de dormir solo, sin Erica, se le antojaba imposible.

Cuando bajo a la cocina, Cia estaba retirando los platos de la tarta. Lo miro interrogante y el le dijo en tono amable:

– Gracias por dejarme curiosear un poco. No se si llegara a servir de algo, pero ahora tengo la sensacion de que se algo mas de Magnus y de quien era… de quien es.

– Si sirve. Para mi.

Se despidio y salio a la calle. Se detuvo en la escalinata y observo la corona ajada que colgaba de la puerta. Tras dudar unos segundos, la quito. Con el sentido del orden que tenia Magnus, seguro que no le habria gustado verla alli a aquellas alturas.

Los ninos gritaban a pleno pulmon. El ruido rebotaba entre las paredes de la cocina de tal manera que creyo que le estallaria la cabeza. Llevaba varias noches sin dormir bien. Dando vueltas y vueltas a un monton de ideas, como si tuviera que procesarlas meticulosamente una a una antes de pasar a la siguiente.

Incluso habia pensado ir a la cabana y sentarse a escribir un rato. Pero el silencio y la oscuridad de la noche que reinaba fuera darian rienda suelta a los espectros, y se veia incapaz de acallarlos con su retorica. De modo que se quedo en la cama mirando al techo, traspasado de desesperanza.

– ?Ya esta bien! -Sanna separo a los ninos, que estaban peleandose por el paquete de cacao O’boy. Luego se volvio hacia Christian, que miraba al infinito con la tostada y el cafe aun sin probar.

– ?No estaria mal que ayudaras un poco!

– Es que he dormido mal -respondio tomando un sorbo del cafe ya frio. Acto seguido, se levanto y lo vertio en el fregadero, se sirvio otro y le anadio un poco de leche.

– Comprendo perfectamente que te encuentras en un momento de mucho trajin y sabes que te he apoyado siempre mientras has estado trabajando en el libro. Pero yo tambien tengo un limite. -Sanna le arrebato a Nils una cuchara un segundo antes de que se la estampara en la frente a su hermano mayor, y la tiro ruidosamente al fregadero. Respiro hondo para hacer acopio de fuerzas antes de seguir dando via libre a todo lo que habia ido acumulando. A Christian le habria gustado poder darle a un boton y detenerla. No podia mas.

– No he dicho una palabra cuando, directamente del trabajo, te has ido a escribir a la cabana y te has pasado alli toda la noche. He ido a recoger a los ninos a la guarderia, he preparado la cena y he procurado que se la coman, he recogido la casa, les he cepillado los dientes, les he leido el cuento, los he acostado. He hecho todo eso sin refunfunar para que tu pudieras dedicarte a tu maldita labor creadora.

Las ultimas palabras destilaban un sarcasmo que no le habia oido nunca. Christian cerro los ojos y trato de que aquellas palabras no le alcanzaran la conciencia. Pero ella continuo implacable.

– Y, de verdad, me parece estupendo que la cosa vaya bien. Que hayas podido publicar el libro y que te hayas convertido en una nueva estrella. Me encanta y te mereces cada minuto que puedas disfrutar. Pero ?y yo que? ?Donde entro yo en todo esto? Nadie me elogia, nadie me mira y me dice: «Vaya, Sanna, eres genial, que suerte tiene Christian contigo». Ni siquiera tu me lo dices. Tu simplemente das por hecho que yo tenga que vivir como una esclava, con los ninos y la casa, mientras que tu haces «lo que tienes que hacer» -dijo describiendo en el aire el signo de las comillas-. Y desde luego, claro que lo hago, que cargo gustosa con todo. Sabes que me encanta cuidar de los ninos, pero no por ello se me hace menos cuesta arriba. ?Y por lo menos quiero que me des las gracias! ?A ti te parece que es mucho pedir?

– Sanna, ahora no, nos estan oyendo los ninos… -protesto Christian, aunque comprendio que era inutil.

– Ya, siempre tienes una excusa para no hablar conmigo, ?para no tomarme en serio! O estas muy cansado, o no tienes tiempo porque debes ponerte a escribir, o no quieres discutir delante de los ninos, o, o, o…

Los pequenos estaban sentados en silencio y miraban aterrados a Sanna y a Christian, que noto como el cansancio daba paso a la ira.

Detestaba aquella actitud de Sanna y era algo que habian discutido infinidad de ocasiones. Que no se cortase a la hora de involucrar a los ninos en los conflictos que surgiesen entre ellos. Sabia que trataria de convertir a los ninos en sus aliados en aquella guerra cada vez mas declarada que habia estallado entre ellos. Pero ?que podia hacer el? Sabia que todos sus problemas se debian a que no la queria y nunca la habia querido. Y ella lo sabia, aunque no queria reconocerlo. Si hasta la habia elegido por esa razon, porque era alguien a quien no podria llegar a querer. No como a…

Dio un fuerte punetazo contra el borde de la mesa. Sanna y los ninos dieron un respingo por lo inesperado de aquel gesto. La mano le dolia muchisimo, y eso era lo que pretendia, precisamente. El dolor ahuyentaba todo aquello en lo que no podia permitirse pensar, y noto que estaba recuperando el control.

– No vamos a discutir este asunto ahora -dijo secamente evitando mirar a Sanna a los ojos. Noto sus miradas en la espalda mientras se dirigia al recibidor, se ponia la cazadora y los zapatos y salia a la calle. Lo ultimo que oyo antes de cerrar la puerta fue que Sanna les decia a los ninos que su padre era un idiota.

Lo peor era el aburrimiento. Llenar las horas que las ninas pasaban en la escuela con algo que tuviese, al menos, un atisbo de sentido. No era que no tuviese cosas que hacer. Conseguir que la vida de Erik transcurriese sin preocupaciones no era tarea para una persona perezosa. Las camisas debian estar siempre colgadas en su sitio, lavadas y planchadas, habia que planificar y preparar cenas para los socios y la casa debia estar siempre reluciente. Verdad era que contaban con una asistenta sin contrato que limpiaba una vez a la semana, pero siempre habia cosas que atender. Millones de pequenos detalles que debian funcionar y estar en su lugar, sin que Erik tuviera que notar que alguien se habia esforzado para que asi fuera. El unico problema era que resultaba condenadamente aburrido. Le encantaba todo lo relacionado con las ninas cuando eran pequenas, incluso los panales, algo a lo que Erik jamas dedico un segundo siquiera. Pero a ella no le importaba, se sentia necesaria. Util. Ella era el centro del mundo para sus hijas, la que se levantaba antes que ellas por las mananas para hacer que brillara el sol.

Esa epoca era ya historia. Las ninas iban a la escuela. Se dedicaban a sus amigos y a sus actividades y ahora la veian mas bien como el sector servicios. Exactamente igual que Erik. Por si fuera poco, veia con dolor que empezaban a convertirse en dos seres bastante insoportables. Erik compensaba su falta de implicacion comprandoles todo lo que pedian, y les habia contagiado el desprecio que sentia por ella.

Louise paso la mano por la encimera de la cocina. Marmol italiano, importado expresamente. Lo habia elegido Erik en uno de sus viajes de negocios. A ella no le gustaba. Demasiado frio y demasiado duro. Si hubiera podido

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