– ?Levantate!

La senora Lockwood echo su silla para atras y se agarro a la mesa con la mano derecha, nudosa como un sarmiento.

– Bernard, esta no es la manera de llevar las cosas -le dijo.

– Madre -dijo Bernard con aquella misma voz tensa y contenida-, mejor que no te metas.

Y seguidamente me apreto el canon de la escopeta contra el cuello.

– ?Fuera!

El cuello es una parte del cuerpo muy vulnerable. No tiene carne suficiente para amortiguar presiones. El dolor era intenso, pero los efectos en el gaznate todavia eran peores. Carraspee, abri la boca en busca de aire. Era como si me ahogase, como si mis pulmones se vieran privados de aire. Al inclinarme hacia adelante, senti la mano de Bernard sobre mi frente, empujandola para atras y forzandome a levantarme. Puede decirse que fue el el que me levanto de la silla y el que me sostuvo de pie con una sola mano. Despues me acorralo contra la mesa y me tuvo alli farfullando lamentablemente.

Detras de mi oia la voz de la senora Lockwood que no dejaba de repetir, mas como un ruego que como un mandato:

– Bernard, esa no es manera…

Y, para mi desgracia, hube de llegar a la conclusion de que aquel era el limite de su protesta.

Pero me habia equivocado. No habia pasado un segundo y la mujer se habia librado del obstaculo de la silla y, rodeando la mesa, se habia situado junto a su hijo, con el cual empezo a pelear para apoderarse del arma. A el no le habria costado derribarla de un manotazo, pero se limito a agarrar la caja del arma con una mano y los dos canones con la otra y resistio la embestida.

Posiblemente estuvieron un cuarto de minuto persistiendo en aquella lucha desigual, hasta que la senora Lockwood claudico y parecio conformarse con mantener una mano representativa sobre el canon del arma, si bien no se abstuvo de gritar amargamente a su marido:

– ?No puedes hacer otra cosa que quedarte ahi sentado?

Sospecho que George Lockwood sabia que su hijo bastaba y sobraba para contrarrestar la fuerza de los dos juntos y que por ello no se digno siquiera a moverse de la silla.

?Que esta pensando de Theo Sinclair? ?Que le parece que hizo para ayudar a la anciana senora y ayudarse a si mismo? Con todo, no debe olvidar la situacion en que me encontraba metido. Tenia la escopeta a pocos centimetros del pecho y no podia hacer otra cosa que tratar de apaciguar a Bernard. Sin embargo, todavia encontre aliento suficiente para articular:

– Esta bien, me voy. Ya me marcho.

– Pues no faltaba mas -comento Bernard.

Habia dado a mis palabras un sentido retorcido, transformandolas en una amenaza en la que yo, en el fondo, no creia. Nunca lo habia catalogado como un autentico asesino. Resultaba un hombre peligroso porque tenia en las manos un arma letal, pero dudaba que fuera lo bastante arrebatado, o lo bastante estupido, para matar a un hombre a sangre fria.

Asi que opte por apelar a lo mejor de su naturaleza; apoyandome pesadamente en el baston, mi viejo companero de fatigas, me encamine con aire patetico hacia la puerta.

Mientras Bernard iba moviendo el arma para seguir cubriendome con ella, su madre volvio a la carga y trato de desviarla para abajo. En ningun momento surgio la posibilidad de que pudiera apartar de mi el arma el tiempo suficiente para poder escapar sino que, como hube de descubrir muy pronto, estaba mas preocupada por su hijo que por mi. Subitamente, le dirigio una suplica desesperada:

– No te dejare. Mi hijo no es un asesino. ?No mataras! Matar es otra cosa, Bernard.

Y el, con voz tajante, le respondio:

– Tu lo sabes mejor que yo, madre.

Y con aquellas siete palabras me dijo lo que yo habia venido a averiguar.

No podia creerlo.

La senora Lockwood lo miro, atonita. Solto al momento la escopeta y dio un paso atras. Se llevo una mano a la boca y la apreto contra los dientes al tiempo que proferia un gemido largo y ahogado, despues del cual su cuerpo empezo a encogerse hasta quedarse reducido a un ovillo, en una postura que reflejaba toda su desesperacion.

Bernard se habia refrenado para no recurrir a la agresion fisica, pero sus palabras no cedieron a la piedad:

– ?Hipocrita blasfema! Me sale con los mandamientos de la ley de Dios cuando huele a muerto.

La mujer se habia desplomado en una silla y, levantando los ojos, exclamo:

– No es verdad.

– ?Que no es verdad?

La mirada de Bernard era desafiante y sus ojos ardian con la llama de la recriminacion.

– Y lo de ayer, ?que?

La senora Lockwood dio un respingo, como si acabara de alcanzarla en lo mas vivo. Quiso decir algo, pero no pudo.

Pero el, haciendo una cruel imitacion de su voz, dijo:

– «Bernard, hijo, ?querras llevarme en el coche a Frome, manana, a primera hora? Tengo hora con el medico de la vista.» ?Que medico ni que nino muerto! Vi como entrabas en la tienda y salias con dos botellas metidas en una bolsa. Vi como ibas a la estacion y comprabas billete. La cita no era en Frome ni con el medico. El tren que cogiste iba a Bath.

Y volviendose hacia su padre dijo:

– ?Padre! ?No has leido el periodico? ?No sabes que le ocurrio a Sally Ashenfelter?

El viejo George Lockwood habia salido de su estado de pasividad y contemplaba horrorizado a su mujer.

Bernard, inexorable, seguia a la carga:

– Mi madre decia siempre que habia que compadecer a Sally y disculpar su debilidad por el alcohol. Y tambien decia que, en recuerdo de los viejos tiempos, un dia le haria una visita. Pues si, la visita se la hizo, pero con dos botellas de vodka y una caja de cerillas.

George Lockwood, entonces, con sorprendente ternura, se dirigio a su mujer con estas palabras:

– Molly, carino mio, ?como has podido hacer una cosa asi? Me prometiste que no habria mas muertes. Dijiste que no habria mas sangre.

La mujer profirio un lamento de dolor.

– Lo hice para protegernos. Todo habia quedado olvidado, y ahora…

Se cubrio el rostro con las manos.

Pero Bernard no se dejo conmover. Apretando el arma con mas fuerza, me indico con un gesto que saliera.

Yo me sentia presa de un cumulo de sentimientos encontrados: repugnancia, horror, indignacion, piedad… Por otra parte, tambien habia sitio para una cierta satisfaccion. Mi suposicion de que la clave del misterio estaba aqui, en casa de los Lockwood, habia sido acertada. Pese a todo, debia admitir que no habia catalogado a la senora Lockwood como asesina por partida doble.

?Y usted?

?Necesita mas pruebas para convencerse?

Yo si. Retrocedi mentalmente hasta el ano 1943 y revivi en unos instantes, como una grabadora a rapida velocidad, los acontecimientos basicos de los que habia sido testigo. Morton copulando con Barbara en el granero, yo soltando atropelladamente la noticia a Duke y, despues, a la senora Lockwood…

Duke no habia asesinado a Morton. Habia echado una ojeada en el granero, se habia detenido a escuchar, habia llegado a sus propias conclusiones y se habia marchado.

Los Lockwood se la tenian jurada a Morton. La senora Lockwood, enfurecida, habia cogido el arma del cajon del mueble. A ella le importaba poco que Morton estuviera violando a su hija o que la poseyera con pleno consentimiento de ella. Le disparo a bocajarro, dejo caer el arma y condujo a Barbara a la granja.

Sally y yo estabamos en la cocina de la granja cuando entraron Barbara y la senora Lockwood. Sally, unicamente Sally aparte de la familia, sabia que Barbara y Morton se querian y que el ataque de histeria de Barbara no podia ser resultado de una violacion.

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