volvio a su despacho, y Mathias, a su libreria.

Valentine fue a buscar a Emily a la escuela. Habia decidido llevar a su hija a almorzar al Mediterraneo, uno de los mejores restaurantes italianos de la ciudad. Un autobus las llevaba por Kensington Park Road.

El sol banaba las calles de Notting Hill. Se instalaron en la terraza, y Valentine pidio dos pizzas. Se prometieron que se llamarian por telefono todas las noches para contarse sus respectivos dias y que se enviarian montones de correos electronicos.

Valentine empezaba un nuevo trabajo, no podria coger vacaciones en Semana Santa, pero en verano harian un gran viaje, solo para chicas. Emily tranquilizo a su mama: todo iria bien, cuidaria a su padre, comprobaria antes de acostarse que la puerta de la entrada estaba bien cerrada y que todo estaba apagado. Prometio que se pondria en todo momento el cinturon de seguridad, incluso en los taxis, que se taparia las mananas que hiciera frio, que no pasaria el tiempo merodeando por la libreria, que no dejaria la guitarra, al menos no hasta el proximo curso, y finalmente, cuando Valentine la dejo en la escuela, ella misma cumplio su promesa. No lloro, al menos hasta que Emily entro en la escuela. Un Eurostar la llevo esa misma tarde a Paris. En la Gare du Nord, un taxi la llevo al pequeno estudio que ocuparia en el noveno distrito.

McKenzie hizo dos agujeros en el tabique de separacion y estuvo encantado de poder confirmar a Mathias y a Antoine que no era una pared maestra.

– ?Cuando hace eso, me pone de los nervios! -confeso Antoine mientras iba a buscar un vaso de agua a la cocina.

– ?Que es lo que hace? -pregunto Mathias con perplejidad, mientras seguia a su amigo.

– ?El numerito con el taladro para verificar lo que yo le habia dicho! Todavia se reconocer una pared maestra, mierda, soy arquitecto igual que el, ?no?

– Seguramente -respondio Mathias con una voz debil.

– No pareces convencido.

– Estoy menos seguro de tu edad mental. ?Por que me cuentas esto a mi? Diselo a el directamente.

Antoine volvio con su jefe de agencia con paso decidido. McKenzie se guardo las gafas en el bolsillo superior de su camisa y no le dio el placer a Antoine de hablar primero.

– Creo que todo podria estar acabado en tres meses, y os prometo que la casa recuperara su aspecto original. Incluso podemos retocar las cornisas.

– ?Tres meses? ?Piensa usted tirar la pared con una cucharita de cafe? -pregunto Mathias, cuyo interes por la conversacion acababa de duplicarse.

McKenzie explico que en ese barrio toda obra estaba condicionada a las autorizaciones adecuadas. Las gestiones llevarian ocho semanas, al termino de las cuales la agencia podria solicitar a los servicios de aparcamiento que autorizaran la presencia de un volquete que se llevara los desechos. La demolicion no llevaria mas de dos o tres dias.

– ?Y si nos saltamos la autorizacion? -le sugirio Mathias a McKenzie al oido.

El jefe de agencia no se tomo la molestia de responderle. Recogio su chaqueta y le prometio a Antoine que prepararia las solicitudes de autorizacion ese mismo fin de semana.

Antoine miro su reloj. Sophie habia aceptado cerrar su tienda para ir a buscar a los ninos a la escuela, y habia que ir a liberarla de su carga. Los dos amigos llegaron a la tienda con media hora de retraso. Sentada en el suelo, Emily ayudaba a Sophie a limpiar las rosas, mientras que Louis escogia, tras el mostrador, las tiras de rafia por su tamano. Para hacerse perdonar, los dos padres la invitaron a cenar. Sophie acepto con una sola condicion, que fueran al local de Yvonne. Asi, tal vez, Antoine cenaria al mismo tiempo que ellos. Este no hizo comentario alguno.

A mitad de la comida, Yvonne se unio a su mesa.

– Manana cerrare -dijo ella a la vez que se servia un vaso de vino.

– ?Un sabado? -pregunto Antoine.

– Necesito descansar.

Mathias se mordisqueaba las unas, y Antoine le asesto un golpe en la mano.

– ?No hagas eso!

– ?De que hablas? -pregunto inocentemente Antoine.

– ?Sabes bien de lo que estoy hablando!

– Y pensar que vais a vivir juntos… -repuso Yvonne, esbozando una sonrisa.

– Vamos a tirar una pared, nada mas.

Aquel sabado por la manana, Antoine llevo a los ninos al Chelsea Farmers Market. Mientras se paseaban por los puestos del vivero, Emily escogio dos rosales para plantarlos con Sophie en el jardin. Como se avecinaba tormenta, tomaron la decision de ir a la Torre de Londres. Louis les hizo de guia durante toda la visita al Museo de los Horrores, tomandose como un deber tranquilizar a su padre a la entrada de cada sala. No tenia razon alguna por la que inquietarse, pues los personajes eran de cera.

Mathias, por su parte, aprovechaba esa manana para preparar sus encargos. Consultaba la lista de los libros vendidos durante aquella primera semana, satisfecho del resultado. Mientras apuntaba en el margen de su cuaderno los titulos de las obras que debian pedir, la mina de su lapiz se paro frente a la linea en la que figuraba un ejemplar de un Lagarde y Michard del siglo xviii. Aparto los ojos del cuaderno, y su mirada se fue a detener en la vieja escalera clavada en el rail de cobre.

Sophie ahogo un grito. El corte iba de un lado a otro de su falange. La podadera habia resbalado sobre el tallo. Fue a refugiarse a la trastienda. El alcohol de 90 grados le produjo una quemazon pasmosa. Respiro hondo, rocio de nuevo la herida y aguardo un momento para recuperar el animo. La puerta de la tienda se habia abierto, cogio una caja de tiritas de un estante del botiquin, cerro la puerta y volvio a ocuparse de su clientela.

Yvonne cerro la puerta del armarito que estaba encima del lavabo. Se puso un poco de colorete en las mejillas, se atuso el pelo y decidio que le iria bien un fular. Atraveso la habitacion, cogio su bolso, se puso las gafas de sol y bajo por la pequena escalera que conducia al restaurante. La persiana estaba bajada, entreabrio la puerta que daba al rellano, verifico que habia via libre y paso frente a los escaparates de Bute Street, procurando pasar rapido por el de Sophie. Se subio al autobus que tomaba Oid Brompton Road, le compro un billete al revisor y subio al piso superior. Si la circulacion era fluida, llegaria a tiempo.

El autobus la dejo frente a la verja del cementerio de Oid Brompton. El lugar estaba lleno de magia. Los fines de semana, los ninos iban en bicicleta por los caminos que verdeaban y se cruzaban con los que se dedicaban a correr. Sobre las lapidas, de varios siglos de antiguedad, habia ardillas, que no mostraban temor alguno hacia los paseantes. Levantandose sobre sus patas traseras, los pequenos roedores atrapaban las nueces que les daban para gran placer de las parejas de enamorados que disfrutaban bajo los arboles. Yvonne subio por la avenida principal hasta la puerta que daba a Fulham Road. Era su camino preferido para llegar al estadio. El Stamford Bridge Stadium ya estaba lleno. Como cada sabado, los gritos que se elevaban de las gradas alegrarian durante algunas horas la vida apacible del cementerio. Yvonne cogio la entrada del fondo de su bolso y se ajusto su fular y sus gafas de sol.

En Portobello Road, una joven periodista bebia te en la terraza del bar Electric, en compania de su tecnico de camara. Aquella misma manana, en la casa alquilada en Brick Lane por la cadena de television que la habia contratado, habia visto todas las grabaciones de la semana. El trabajo realizado era satisfactorio. A ese ritmo, Audrey habria acabado muy pronto su reportaje y podria volver a Paris a ocuparse del montaje. Pago la cuenta que le habia llevado el camarero y dejo a su operario, decidida a aprovechar el resto de la tarde para ir de tiendas, que habia en abundancia en el barrio. Al levantarse, cedio el paso a un hombre y a dos ninos hambrientos y extenuados despues de una manana movidita.

Los hinchas del Manchester United se levantaron todos a la vez. El balon habia chocado contra la porteria del equipo del Chelsea. Yvonne se volvio a sentar sin dejar de aplaudir.

– ?Que ocasion desperdiciada! ?Menuda verguenza!

El hombre sentado a su lado sonrio.

– Creeme, en los tiempos de Cantona esto no habria pasado -continuo diciendo ella, furiosa-. Vamos, no me digas que con un poco mas de concentracion, estos imbeciles no habrian podido marcar.

– No iba a decir nada -repuso el hombre con voz tierna.

– De todos modos, no sabes nada de futbol.

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