?Vas tu a buscar a los ninos, entonces?… ?Si, yo tambien, un beso!

Mathias colgo. Sophie lo miro fijamente y se volvio a trabajar.

– ?Olvidate de todo lo que acabo de decir! -anadio ella, riendo, y cerro la puerta de la libreria.

Mathias llego tarde. A su favor podia decirse que habia tenido mucho trabajo en la libreria. Cuando entro en la escuela, el patio de recreo estaba desierto. Tres profesores que hablaban en el porche acababan de volver a sus respectivas clases. Mathias rodeo el muro y se puso de puntillas para mirar por una ventana. El espectaculo era bastante extrano. Tras los pupitres, los adultos habian ocupado el lugar de los ninos. En la primera fila, una mama estaba levantando la mano para hacer una pregunta y un padre agitaba la suya para llamar la atencion de la maestra. Decididamente los que fueron los empollones de la clase lo serian toda su vida.

Mathias no tenia ni idea del lugar al que tenia que ir; si no cumplia su promesa de reemplazar a Antoine en la reunion de padres de alumnos de Louis, tendria que oir sus quejas durante meses. Para gran alivio suyo, una joven mujer estaba cruzando el patio. Mathias corrio hacia ella.

– Senorita, ?donde estan las CM2A, por favor?

– Llega demasiado tarde, la reunion acaba de terminar, salgo de ella en este mismo instante.

De repente, reconocio a su interlocutora. Mathias se felicito por la suerte que acababa de tener. Audrey estrecho la mano que el le tendia, gesto que la cogio desprevenida.

– ?Le ha gustado el libro?

– ?El Lagarde y Michard?

– Necesito que me haga usted un favor enorme. Yo soy CM2B, pero el padre de Louis esta ocupado en su oficina, asi que me pidio que…

Audrey tenia un encanto indiscutible, y Mathias, ciertas dificultades para ir al grano.

– ?Tiene un buen nivel la clase? -murmuro el.

– Si, eso creo.

Sin embargo, la campana de la escuela interrumpio la conversacion. Los ninos enseguida invadieron el patio. Audrey le dijo a Mathias que habia sido un placer volver a verlo; ya se iba, cuando al pie de un platanero se formo una multitud. Ambos levantaron la cabeza: un nino habia trepado por un arbol y ahora estaba agarrado a una de las ramas mas altas. El pequeno estaba en un equilibrio precario; Mathias se lanzo y, sin dudar, se agarro al tronco y desaparecio entre las hojas.

Audrey oyo la voz del librero, que intentaba ser tranquilizadora.

– ?Todo va bien, ya lo tengo!

Con el rostro palido, y agarrado en lo alto del arbol, Mathias no dejaba de mirar al nino que estaba sentado en una rama frente a el.

– Bueno, vaya, ahora estamos aqui como dos tontos -le dijo al nino.

– ?Me van a reganar? -pregunto el nino.

– Si quieres mi opinion, te lo merecerias.

Unos segundos mas tarde, las hojas empezaron a moverse y un vigilante aparecio subido a una escalera.

– ?Como te llamas? -pregunto el hombre.

– Mathias.

– Se lo preguntaba al nino.

El nino se llamaba Victor, y el vigilante lo cogio en brazos.

– Entonces escuchame bien, Victor. Hay cuarenta y siete peldanos; vamos a contarlos juntos, sin mirar abajo, ?de acuerdo?

Mathias vio a los dos desaparecer por aquella frondosidad. Las voces se amortiguaron. Solo y petrificado, se quedo mirando fijamente el horizonte.

Cuando el vigilante lo invito a bajar, Mathias se lo agradecio sinceramente. Despues de haber subido tan alto, iba a disfrutar un poco mas de la vista. No obstante, le pregunto a aquel si habia algun inconveniente en dejarle la escalera.

La reunion acababa de terminar. McKenzie acompano a los clientes hasta la entrada. Antoine cruzo la agencia y abrio la puerta de su despacho. Se reunio con Emily y Louis, que lo esperaban en el canape de la recepcion. Su calvario llegaba a su fin. Habia llegado el momento de volver a casa. Esa noche, el Cluedo y las patatas fritas compensarian la hora perdida. Emily acepto el trato y metio sus cosas en la mochila; Louis corria ya hacia los ascensores, zigzagueando entre las mesas de dibujo. El pequeno pulso todos los botones de la cabina y, despues de una visita inesperada al sotano, salieron por fin al vestibulo del inmueble.

Tras el escaparate, Sophie los veia subir por Bute Street. Los dos ninos tiraban de las mangas del abrigo de Antoine. El le envio un beso desde la acera de enfrente.

– ?Donde esta papa? -pregunto Emily al ver la libreria cerrada.

– En mi reunion de padres de alumnos -respondio Louis, encogiendose de hombros.

El rostro de Audrey aparecio entre el follaje. -?Empezamos como la ultima vez? -Estamos mucho mas altos, ?no?.

– El metodo es el mismo, un pie despues del otro y no mire jamas abajo, ?prometido?.

En ese momento de su vida, Mathias le habria prometido la luna a quien la hubiera querido. Audrey anadio:

– La proxima vez que quiera que nos veamos, no es necesario que pase por todo esto.

Hicieron una pausa en el vigesimo peldano, despues otra en el decimo. Cuando sus pies tocaron por fin el suelo, el patio habia quedado vacio. Eran casi las ocho de la tarde.

Audrey le propuso a Mathias acompanarlo hasta la placita. El guardian cerro la verja tras ellos.

– Esta vez, me he puesto verdaderamente en ridiculo, ?no es asi?

– No, ha tenido usted coraje.

– Cuando tenia cinco anos, me cai de un tejado.

– ?De verdad? -pregunto Audrey.

– No… No es verdad.

Sus mejillas se sonrojaron. Ella lo miro fijamente durante un buen rato, sin decir nada.

– Ni siquiera se como agradecerselo.

– Acaba de hacerlo -respondio ella.

El viento le hizo estremecerse.

– Vuelva adentro, va usted a coger frio -murmuro Mathias.

– Usted tambien -respondio ella.

Audrey se alejo. Mathias habria querido que el tiempo se detuviera. En mitad de aquella acera desierta, sin que supiera por que, ya la echaba de menos. Cuando la llamo, ella habia dado doce pasos; no se lo confesaria nunca, pero ella habia contado todos y cada uno de ellos.

– ?Me parece que tengo una edicion del diecinueve del Lagarde y Michard!

Audrey se volvio.

– Y yo creo que tengo hambre -respondio ella.

Aunque aseguraban estar hambrientos, cuando Yvonne llego a recoger la mesa, se preocupo al ver que casi no habian tocado sus platos. Desde el mostrador, al captar la mirada que Mathias le echaba a los labios de Audrey, comprendio que su cocina no tenia nada que ver. A lo largo de la tarde, se confiaron sus respectivas pasiones, la que Audrey sentia por la fotografia, y la que Mathias sentia por los manuscritos antiguos. El ano anterior habia adquirido una carta de Saint-Exupery escrita de su puno y letra. No era mas que un pequeno papel garabateado por el piloto antes de un vuelo, pero para el, que era un coleccionista, tenerlo entre sus manos le procuraba un placer indescriptible. Confeso que a veces, por la noche, en su soledad parisina, sacaba la nota del sobre, desplegaba el papel con una precaucion infinita, despues cerraba los ojos, y su imaginacion lo transportaba a una pista de tierra de Africa. Oia la voz del mecanico gritar «contacto», mientras hacia girar la helice y encendia el motor. Los pistones se ponian a retumbar, y le bastaba inclinar la cabeza hacia atras para notar el viento contra las mejillas. Audrey comprendia lo que sentia Mathias. Cuando se ponia a mirar antiguas fotografias, se hundia en ellas, y llegaba a encontrarse en los anos veinte, caminando por las callejuelas de Chicago. En el rincon de un bar, bebia alcohol en compania de un joven trompetista, musico genial, al que sus companeros llamaban Satchmo.

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