se advertian indicios de ello. Teniendo en cuenta que habiamos pasado una primavera calida, la abundancia de gusanos y el grado de deterioro coincidian con un intervalo de unos tres meses. La presencia de tejido conjuntivo junto con la virtual ausencia de visceras y contenido cerebral sugerian asimismo un invierno tardio y el fallecimiento a comienzos de primavera.

Me recoste en el asiento y lo contemple expectante. Tambien yo podia ser reservada. El hombre abrio la carpeta y hojeo su contenido. Aguarde.

– Myriam Weider -leyo, tras escoger uno de los impresos.

Hizo una pausa mientras examinaba con suma atencion la informacion contenida en el documento.

– Desaparecida el 4 de abril de 1994. -Nueva pausa-. Hembra. Raza blanca. -Pausa mas prolongada-. Fecha de nacimiento: 9 de junio de 1948.

Calculamos mentalmente: cuarenta y cinco anos.

– Es posible -dije.

Le indique que prosiguiera con un ademan.

Dejo el impreso en el escritorio y procedio a leer el siguiente.

– Solange Leger. Denunciada la desaparicion por su marido.

Se detuvo un instante mientras se esforzaba por descifrar la fecha.

– 2 de mayo de 1994. Hembra. Blanca. Fecha de nacimiento: 17 de agosto de 1928.

– No -negue con la cabeza-. Demasiado vieja.

Deposito el documento en la parte posterior de la carpeta y escogio otro.

– Isabelle Gagnon. Vista por ultima vez el 1 de abril de 1994. Hembra. Blanca. Nacida el 15 de enero de 1971.

– Veintitres anos. Si -asenti lentamente-, es posible.

El documento fue a parar sobre el escritorio.

– Suzanne Saint Pierre. Hembra. Desaparecida desde el 9 de marzo de 1994. -Movia los labios al leer-. No regreso de la escuela.

Nueva pausa mientras calculaba a su vez.

– Dieciseis anos. ?Jesus!

De nuevo negue con la cabeza.

– Demasiado joven. No se trata de una criatura.

Fruncio el entrecejo y extrajo el ultimo impreso.

– Evelyn Fontaine. Hembra. Treinta y seis anos. Vista por ultima vez en Sept Iles el 28 de marzo. ?Ah, si, es indigena!

– Lo dudo -respondi.

No creia que los restos correspondieran a una aborigen.

– Eso es todo -concluyo.

Sobre la mesa habia dos impresos relativos a Myriam Weider, de cuarenta y cinco anos, y a Isabelle Gagnon, de veintitres. Tal vez una de ellas yaciera abajo, en la sala cuatro. Claudel me miro y enarco las cejas de modo que en el centro se le formo otra uve, esta invertida.

– ?Que edad tendria ella? -pregunto.

Habia acentuado el verbo y puesto asi de relieve su infinita paciencia.

– Bajemos a verla.

Pense que aquello aportaria un poco de luz en su jornada.

Seria mezquina, pero no podia evitarlo. Conocia la fama que tenia Claudel de evitar la sala de autopsias y deseaba hacerle pasar un mal rato. Por un momento parecio atrapado y me complacio comprobar su malestar. Cogi una bata de laboratorio del colgador de la puerta, me apresure a salir al pasillo e introduje la llave para llamar al ascensor. El hombre permanecio silencioso mientras descendiamos, como un paciente que se somete a un examen de prostata. Claudel raras veces utilizaba aquel ascensor, que solo se detenia en el deposito.

El cuerpo yacia inmutable. Me puse los guantes y retire la lamina de papel. Observe de reojo a mi companero, que se habia detenido en la puerta y se asomaba lo suficiente para justificar su presencia en aquel lugar. Paseo la mirada por los mostradores de acero inoxidable, por los armarios de puertas acristaladas con su provision de recipientes vacios de plastico y por la bascula colgante, por doquiera con excepcion del cadaver. Yo ya lo habia visto anteriormente: las fotografias no constituian una amenaza, la sangre vertida se hallaba en un lugar distante, el escenario del crimen era un ejercicio objetivo que no presentaba problemas. Habia que diseccionarlo, examinarlo, resolver el rompecabezas. Pero situarse ante un cadaver colocado en una mesa de autopsias era algo diferente. Claudel habia adoptado una expresion neutra con la que confiaba parecer tranquilo.

Retire la pelvis del agua y separe ambas partes con suavidad. Con ayuda de una sonda aparte los bordes de la funda gelatinosa que cubria la superficie del hueso derecho, que se fue desprendiendo de modo gradual hasta ceder por completo. El nucleo subyacente estaba marcado con profundos surcos y rugosidades que discurrian en sentido horizontal por su superficie. Era una fina franja de solida materia osea parcialmente enmarcada por el margen exterior, que formaba un delicado e incompleto borde en torno a la superficie pubica. Repeti el proceso en la parte izquierda, que aparecio identica.

Claudel no se habia movido de la puerta. Acerque la pelvis a la lampara, extendi el brazo hacia mi y pulse el interruptor. La luz fluorescente ilumino el hueso. A traves del cristal redondo de aumento aparecieron detalles que no habian sido visibles a simple vista. Contemple la curva superior de cada cadera y descubri lo que esperaba.

– Monsieur Claudel -dije sin mirarlo-. ?Fijese en esto!

Se aproximo detras de mi, y yo me aparte para que pudiera observarlo libremente. Le senale una irregularidad en el borde superior de la cadera. La cresta iliaca estaba en proceso de soldarse cuando habia sobrevenido la muerte.

Deposite la pelvis en la mesa y el hombre siguio mirandola, aunque sin tocarla. Volvi junto al cadaver para examinar la clavicula, convencida de lo que iba a encontrar. Retire el extremo del esternon del agua y comence a desprender el tejido. Cuando ya se distinguia la superficie de la articulacion hice senas a Claudel para que se me aproximase y, sin pronunciar palabra, le senale el extremo del hueso cuya superficie, al igual que en el caso del pubis, estaba hinchada. Un pequeno disco oseo se adheria al centro, de bordes claros y no soldado.

– ?Que sucede? -inquirio.

Tenia la frente perlada en sudor: trataba de disimular su nerviosismo con insolencia.

– Es joven. Probablemente veinteanera.

Podia haberle explicado como demuestran los huesos la edad, pero no crei que se prestara a escucharme, de modo que me limite a aguardar. Particulas de cartilago se adherian a mis enguantadas manos, que mantenia lejos de mi cuerpo, con las palmas hacia arriba, como un mendigo. Claudel guardaba la misma distancia que si se encontrara ante un enfermo de Ebola. Fijaba sus ojos en mi, pero se hallaba abstraido en los pensamientos que cruzaban su mente y revisaba los datos en busca de una candidata.

– Gagnon -dijo finalmente.

Era una afirmacion, no una pregunta.

Asenti. Isabelle Gagnon, de veintitres anos.

– Le indicare al juez que solicite el historial dental -anadio. Asenti de nuevo. Parecia que el expresara en voz alta mis pensamientos.

– ?Cual ha sido la causa de la muerte? -pregunto.

– Nada evidente -repuse-. Tal vez lo sepa cuando vea las radiografias. O acaso descubra algo en los huesos cuando esten limpios.

Tras estas palabras se marcho sin siquiera despedirse, aunque yo no lo esperaba. Su partida fue mutuamente apreciada.

Me quite los guantes y los deseche. Al salir, asome la cabeza en la sala mayor de autopsias e informe a Daniel que por el momento habia acabado con el caso y le pedi que se encargase de someter a rayos equis, y desde todos los angulos, el cuerpo y el craneo. Cuando llegue arriba me detuve en el laboratorio de histologia y comunique al tecnico jefe que el cadaver estaba a punto para ser sometido a ebullicion, al tiempo que le advertia que tomara precauciones especiales por tratarse de un descuartizamiento. Aunque era innecesario: nadie podia reducir un cuerpo como Denis. En dos dias el esqueleto estaria limpio e ileso.

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