antes.

— Perdonen por los desagradables segundos que les ocasionamos durante el viaje. La culpa fue de mi joven practicante: giro con demasiada violencia el timon de direccion y ustedes seguramente salieron despedidos de sus asientos.

El capitan toca con el dedo pulgar al joven y este, suavemente, como una brizna, sale despedido hacia un lado.

— Bueno, todo termino bien. Vistanse los trajes y las mascaras de oxigeno. Filipchenko — este era el nombre del joven piloto—, ayudelos.

El mecanico de a bordo salio ya vestido. Parecia un buzo, aunque la escafandra era mas pequena, y en los hombros llevaba una capa confeccionada con material brillante, como de aluminio.

— Estas capas — explico el capitan—, apartenlas a un lado si tienen frio. Dejen que los rayos del sol les calienten. Y si tienen demasiado calor, entonces tapense con ellas. Rechazan los rayos solares.

Con ayuda del mecanico y del capitan, pronto nos ataviamos con los vestidos interplanetarios y, emocionados, esperamos al momento de salida del cohete.

VIII — Una criatura celestial

Fuimos traspasados a otra camara de la cual empezaron a extraer poco a poco el aire. Muy pronto se formo el «vacio interplanetario» y se abrio la puerta.

Traspase el umbral. No habia escalera; el cohete descansaba en uno de sus lados. En estos instantes estaba deslumbrado y aturdido. Bajo mis pies brillaba la superficie de un inmenso globo de algunos kilometros de diametro.

No tuve tiempo de dar el primer paso cuando ya aparecio a mi lado un «habitante de la estrella» con atuendo interplanetario. Con rara habilidad y ligereza enlazo mi mano con un lazo de cordon de seda. No empezamos mal. Yo me enfade, tire de mi mano, di una patada con ira…, y en un instante me eleve unas decenas de metros. El «habitante de la estrella» en seguida tiro de mi por medio del cordon hacia la superficie del brillante globo. Entonces comprendi que si no me hubiera atado, al primer descuido en mis movimientos hubiera volado al espacio y no habria sido facil mi captura. Pero, ?como no me habia llevado conmigo al hombre que me tenia atado del lazo? Mire a «tierra» y vi que en su brillante superficie habia un sinnumero de abrazaderas, de las cuales se sujetaba mi acompanante.

Vi al lado a Tonia. Ella tambien llevaba su satelite, bien atado a su lazo. Yo queria acercarme a ella, pero mi acompanante me cerro el paso.

A traves del cristal de la escafandra vi sonreir su joven rostro. Acerco su escafandra a la mia para que pudiera oirle, y dijo:

— ?Agarrese fuerte de mi mano!

Yo obedeci. Mi acompanante saco el pie de la abrazadera y salto habilmente. De su espalda salio una llamarada, yo senti un empujon y salimos despedidos hacia delante sobre la superficie de la esferica «luna». Mi acompanante estaba equipado con una mochila-cohete para los vuelos a corta distancia, en los espacios interplanetarios. Disparando con habilidad los «revolveres» de la mochila, el de arriba o el de abajo, los de los lados o el de atras, me llevaba mas y mas alla por el arco de la superficie del globo. A pesar de la destreza de mi acompanante, dabamos ligeras volteretas, como los payasos en la arena del circo. Tan pronto cabeza abajo, como arriba, pero esto casi no nos ocasionaba ninguna congestion de la sangre.

Muy pronto desaparecio en el horizonte el cohete en el cual arribamos. Recorriamos el espacio vacio que separaba el cohetodromo de la Estrella Ketz. Sin embargo, si hay que hablar de mis sensaciones debo decir que me parecio que estabamos parados y que venia hacia nosotros un tubo brillante que aumentaba de volumen paulatinamente. He aqui que el tubo ha girado y vemos su extremo, cerrado por una brillante semiesfera. Desde este lado el tubo parecia un pequeno globo en comparacion con la «luna-cohetodromo». Y este globo, como una bomba, se dirigia directamente hacia nosotros. La sensacion no era del todo agradable: un poco mas y la brillante bomba nos aplastara. De improviso la bomba, con rapidez inverosimil, describio en el cielo un semicirculo y se puso a nuestra espalda. Mi acompanante me giro de espaldas a la Estrella para frenar nuestra marcha. Algunos cortos disparos, unos golpecitos de una invisible mano a la espalda y mi companero se aferro a una de las abrazaderas en la superficie del semicirculo.

Nos esperaban seguramente. En cuanto «amarramos», en la pared del semicirculo se abrio una puerta. Mi acompanante me empujo al interior, entro y la puerta se cerro.

De nuevo una camara de aire iluminada por una lampara electrica. En la pared un manometro, barometro y termometro. Mi acompanante se dirigio a los aparatos y empezo a observar. Cuando la presion y temperatura fueron suficientes empezo a desnudarse y, con un gesto, me propuso hacer lo mismo.

— ?Que tal las volteretas? — pregunto riendose—. Lo hice adrede.

— ?Queria divertirse?

— No. Yo temia que usted sufriera calor o frio al no saber utilizar la capa reguladora de la temperatura. Por eso le daba vueltas, como un pedazo de carne en el asador, para que usted se «asara» con el sol — dijo el, deshaciendose por completo del vestido interplanetario—. Bueno, permitame presentarme. Kramer, laborante- biologo de la Estrella Ketz. ?Y usted? ?Viene a trabajar con nosotros?

— Si, soy tambien biologo. Artiomov, Leonid Vasilevich.

— ?Estupendo! Trabajaremos juntos.

Yo empece a desnudarme. Y de pronto senti que la ley fisica — «la fuerza de la accion es igual a la fuerza de la reaccion»— se descubre aqui en sentido puro, sin ser obscurecida por la atraccion terrestre. Aqui todas las cosas y hasta las mismas personas se convierten en «aparatos reactivos». Tire el vestido, hablando en lenguaje terrestre, «hacia abajo», y yo mismo, empujado por el, subi hacia arriba. Resulto que o yo habia tirado el vestido, o el me habia lanzado a mi.

— Ahora debemos limpiarnos. Tenemos que pasar por la camara de desinfeccion — dijo Kramer.

— ?Y usted por que? — pregunte yo extranado.

— Porque yo lo he tocado a usted.

«?Vaya! Como si yo viniera de un lugar afectado por la peste», pense.

Y he aqui que tuve que pasar otra vez por el «purgatorio». De nuevo una camara con zumbantes aparatos que atraviesan mi cuerpo con rayos invisibles. Ropa nueva, limpia y esterilizada, un nuevo examen medico, el ultimo, en el pequeno y blanco laboratorio del medico «estelar».

En este celeste ambulatorio no habia ni mesas ni sillas. Solo unas ligeras vitrinas con instrumentos, asidas a las paredes con debiles fijaciones.

Nos recibio la pequena y vivaz doctora, Anna Ignatevna Meller. Con un ligero vestido de color plateado, a pesar de sus cuarenta anos parecia una adolescente. Yo le transmiti los saludos y el ruego del «doctor terrestre» de la ciudad de Ketz.

Despues de la desinfeccion ella me comunico que en mis vestiduras se habian descubierto aun no pocos microbios.

— Sin falta voy a escribir a la seccion sanitaria de la ciudad de Ketz, haciendo constar que alli ponen poca atencion en las unas. En sus unas habia una colonia entera de bacterias. Es necesario cortar y limpiar bien las unas antes del envio a la Estrella. En general esta usted sano y ahora relativamente limpio. Le llevaran a su habitacion y luego le daran de comer.

— ?Llevaran? ?Daran? — pregunte con asombro—. Pero si no soy un enfermo que tenga que estar en cama. ?Ni una criatura! Creo que podre ir a comer solo.

— ?No sea jactancioso! En el cielo es usted aun un recien nacido.

Y me dio un golpecito en la espalda. Yo rode precipitadamente al otro extremo de la habitacion; tomando

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