El rey se volvio; Maeve alzo la mirada.

«Es tan hermosa», penso Corbett. Vio como la mano de su mujer reposaba en su vientre en estado; sus dedos recorrian el cordon dorado que apretaba su cintura.

– ?Hugo! -exclamo, e hizo el ademan de levantarse, pero el rey le forzo amablemente a sentarse de nuevo.

– Deberiais haber estado aqui, Corbett.

El rey se levanto y estiro su cuerpo enorme y rollizo, apartandose los mechones canosos que le caian por la cara.

«Parece mas viejo», aprecio Corbett. El rostro del rey se habia vuelto gris, como cubierto por una pelicula de polvo; tenia la barba y el bigote descuidados. Los ojos, de parpados pesados, parecian colgarle todavia mas, como si el rey quisiera proteger su alma de cualquier hombre que le mirara de frente. Corbett le hizo una reverencia.

– Senor, si hubiera sabido que veniais…

– Envie a un maldito mensajero -declaro el rey echando una ojeada a sus criados al fondo de la sala.

– Senor, nunca llego.

– Entonces el muy bastardo se debe de haber perdido -el rey se limpio las manos en su toga-, o tal vez este en alguna taberna con cualquier mujerzuela. Como vos, ?eh, Ranulfo? -El rey forzo una sonrisa y el joven se acerco a la mesa-. He estado flirteando con vuestra esposa, Corbett. Si no estuviera casada, os mataria y la convertiria en la mia.

– Entonces dos buenos hombres moririan violentamente -replico Maeve con frialdad detras de el.

El rey Eduardo se limito a sonreir maliciosamente y le tendio la mano a Corbett para que se la besara. Hugo se arrodillo y el rey apreto la mano contra su boca, aranando asi los labios del escribano.

– No habia ninguna necesidad de hacer eso -musito Corbett mientras se levantaba.

– Os he echado de menos -siseo el rey, inclinandose sobre el-. ?Ranulfo!

De nuevo tendio la mano. Ranulfo beso el anillo con rapidez y dio un paso hacia atras antes de que el rey pudiera hacerle dano. El rey observo la rabia en los ojos de Corbett. Se bajo del estrado y le rodeo con el brazo, forzandole a caminar por la sala.

– Os he echado de menos, Corbett. -Su brazo le rodeo con mas fuerza, apretujando todavia mas a Hugo, que pudo notar el olor nauseabundo a sudor y piel de las ropas del rey-. Os he enviado algunas cartas, pero no habeis contestado. Os invito a reuniones del consejo pero no asistis a ninguna. Sois un bastardo testarudo. -Los dedos del rey Eduardo se clavaron en los hombros de Corbett.

– ?Que vais a hacer, majestad? -pregunto su escribano de mayor confianza-, ?hablar conmigo o estrangularme?

El rey Eduardo esbozo una sonrisa y dejo caer la mano. Se disponia a hablar justo en el momento en que se abrio la puerta de par en par y el tio Morgan ap Llewellyn, vestido de un ridiculo verde Lincoln, con una capa marron militar arremolinada a su alrededor, hizo acto de presencia en la estancia, haciendo resonar las espuelas de sus botas en el suelo. Una de las espuelas se engancho en las esteras. El tio Morgan se tropezo y Corbett tuvo que morderse los labios para no estallar de risa.

– ?Malditas esteras! -exclamo Morgan, y acto seguido empezo a dar puntapies a la alfombra. Tenia la cara sucia y los lamparones de sudor se dibujaban claramente en su camiseta a la altura del pecho. Se quito la capa y la arrojo sobre la mesa-. Hugo, ?no podeis permitiros esas alfombras turcas…?

Morgan de repente se dio cuenta de quien estaba en la sala. A punto estuvo de arrojarse encima del rey cuando se arrodillo echandose hacia atras su cabello empapado de sudor.

– Senor, no sabia que estabais aqui -se disculpo el gales-. Estaba fuera, de caza…

El rey Eduardo cogio la mano de Morgan, le hizo ponerse en pie y le abrazo.

– Me hubiera gustado acompanaros. -El rey beso a Morgan en las mejillas; luego lo aparto-. Estos perros jovenes no son tan buenos cazadores como nosotros, Morgan. ?Son cada vez mas blandos!

Corbett cerro los ojos y se armo de paciencia. El rey, como era habitual, era amable con quienes necesitaba serlo. Ahora daria pie a que Morgan se pusiera a hablar y empezara con su famosa cantinela sobre lo blando que Corbett y el resto de la gente se habian vuelto.

– Eso es lo que yo digo, senor -Morgan levanto un dedo. Su rostro rubicundo y alegre esbozo su sonrisa habitual-. Demasiado blandos, no como en Gales, ?eh, senor? Cuando nos dabamos caza el uno al otro.

«Por favor, Dios mio -rezo Corbett-. Por favor, no dejes que empiece de nuevo.»

– Escuchad -dijo el rey cogiendo a Morgan afectuosamente y guinandole un ojo a Corbett-. Mi sequito esta ahi fuera. La mayoria es un hatajo de holgazanes: aseguraos de que tienen algo de comer y beber y ensenadles un poco de disciplina.

El tio de Maeve se levanto, hinchado como un gallito de corral, con la cabeza echada hacia atras, emocionado por la responsabilidad que acababan de delegarle. Giro sobre sus talones y se dirigio hacia la puerta con el paso de un lebrel.

– El bueno de Morgan -anadio el rey con un suspiro.

– El bueno de Morgan -repitio Corbett- es un incordio. Por el dia no para de sermonearme; por la noche empieza a beber y a contar a todo el mundo la historia de su vida. -Corbett miro por encima de su hombro, esperando que Maeve no hubiera escuchado su comentario-. Pero es un buen hombre -anadio-. Adora a Maeve y a Eleanor, aunque el y Ranulfo no pueden estarse quietos.

El rey Eduardo paso su brazo por los hombros de Corbett obligandole a caminar por la sala.

– Tambien es un buen soldado -anadio el rey-, y muy astuto. Lucho con todas sus fuerzas durante muchos anos antes de obtener la absolucion real. ?Como tantos otros! Pero ya no queda ninguno -se lamento-. ?Ya no queda ninguno, Hugo! Burnell, Peckham, mi hermano, Edmundo…

«Ahora empezara a derramar lagrimas -penso Corbett-. Se las secara con afliccion y me cogera del brazo.»

– Estoy solo -se quejo el rey con voz ronca-. Os echo de menos, Hugo.

Se seco las lagrimas y agarro a Corbett por el brazo.

– Teneis a otros escribanos -replico Corbett-. Majestad, no podria ir a la guerra otra vez. Todavia tengo pesadillas: tierras convertidas en un mar de fuego, ciudades repletas de mujeres y ninos chillando…

Corbett queria pagar al rey con su misma moneda, pero en cambio los ojos del monarca brillaron de alegria.

– La guerra se ha terminado, Hugo. Hemos capturado a Wallace. Los lores escoceses estan solicitando la paz. No quiero que vayais a Escocia: os quiero en Oxford. -El rey se volvio y levanto la vista hacia Warrene y De Lacey, que seguian flirteando con Maeve-. ?Habeis escuchado las noticias?

– Si -replico Corbett-. Un viajero vino la semana pasada trayendo consigo pergamino y vitela. Supongo que os referis a los cadaveres que se han encontrado, a esas traidoras proclamas de alguien que se hace llamar el Campanero.

– Mendigos -interrumpio el rey-, pobres almas caritativas. Muchos de ellos se encuentran en el hospital de San Osyth, cerca de Carfax. Cuatro fueron encontrados decapitados: sus cabezas colgaban como manzanas de las ramas de los arboles.

– ?En la ciudad?

– No, en las afueras. A veces al norte, a veces al oeste.

– ?Por que querria alguien matar a un pobre mendigo? -pregunto Corbett.

Se dio cuenta de que Ranulfo, a peticion de Maeve, se habia unido al grupo del estrado. Corbett rezo por lo bajo: a Ranulfo le atraia picar a De Warrene como a una abeja la miel, y el viejo conde no era precisamente conocido por sus miradas inocentes o su paciencia.

– No lo se -replico el rey-. Aunque la ultima victima fue Adam Brakespeare. ?Os acordais de Adam, Hugo?

El rey invito con un gesto a Corbett a que se sentase con el en un banco. El escribano recordo a un hombre delgado como un lebrel, de cabellos leonados y rostro bronceado. Todo un soldado que habia luchado con el en Gales. En una ocasion, cuando los esquivos galeses les habian preparado una emboscada, Brakespeare saco a Corbett de un pantano infernal en medio de una lluvia de flechas.

– Adam era un buen soldado -anadio Corbett mientras jugaba con el anillo de su dedo-. Era uno de vuestros preferidos. Llegaron a correr rumores de que lo nombrariais caballero.

– Cuando la armada galesa se disolvio -replico el rey-, Adam regreso a casa. Empezo a jugar a lo tonto y lo perdio todo. Se vino abajo, se quedo sin tierras, hasta que se puso enfermo y solicito la ayuda de la cancilleria.

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