hacia atras la cabeza y los hombros, igual que una mujer terrena al hacer un apasionado llamamiento. Los labios, entreabiertos, se movieron, pronunciando unas palabras inaudibles. Y asi quedo inmovil, exhortante, lanzando a las frias tinieblas de los espacios intersiderales su ardiente imploracion humana a sus hermanos, los hombres de otros mundos.
Y de nuevo, su esplendorosa belleza dejo maravillados a los observadores terrenos.
Aquella muchacha no tenia las severas facciones, como cinceladas en bronce, de los pieles rojas de la Tierra. Su cara, redonda; la nariz no grande; los enormes ojos azules, muy separados, y la pequena boca la asemejaban mas bien a las mujeres de nuestros pueblos nordicos. Sus espesos cabellos, negros y ondulados, eran suaves. Todos los rasgos de su rostro y lineas de su cuerpo denotaban una firmeza alegre, natural, dando la sensacion de una gran fuerza.
— ?Sera posible que no sepan nada del Gran Circuito? — inquirio Veda Kong, casi sollozando, inclinandose ante su bella hermana del Cosmos.
— En la actualidad, deben ya de saberlo — repuso Dar Veter —. Pues lo que estamos viendo ahora ocurrio hace trescientos anos.
— Son ochenta y ocho parsecs de distancia — comento Mven Mas, con su retumbante voz de bajo —, ochenta y ocho. Todas las personas que hemos visto murieron hace tiempo.
Y como confirmando sus palabras, la vision de aquel mundo maravilloso se esfumo, mientras se apagaba el circulillo verde indicador del enlace. La transmision por el Gran Circuito habia terminado.
Los espectadores permanecieron atonitos unos instantes. El primero en recobrarse fue Dar Veter. Mordiendose los labios con pena, dio vuelta al pomo grana. Un profundo toque de gong anuncio que la columna de energia dirigida habia sido desconectada, advirtiendo a los ingenieros de las centrales energeticas que era preciso verter de nuevo en sus canales habituales el poderoso torrente de fluido. Y despues de haber hecho con los aparatos todas las operaciones necesarias, el director de las estaciones exteriores se volvio hacia sus companeros.
Yuni Ant, arqueadas las cejas, pasaba unas hojas llenas de signos.
— ?Hay que mandar inmediatamente al Instituto del Cielo Austral la parte del mnemograma con la carta estelar representada en el techo! — dijo dirigiendose al joven ayudante de Dar Veter.
Este miro a Yuni Ant con asombro, como si acabara de despertarse de un sueno extraordinario.
El grave hombre de ciencia oculto una sonrisa: ?acaso la vision aquella no habia sido en verdad un bello sueno acerca de un mundo maravilloso, enviado a traves del espacio hacia tres siglos? Un sueno que verian, con toda nitidez, miles de millones de personas en la Tierra y en las estaciones de la Luna, de Marte y de Venus.
— Tenia usted razon, Mven Mas — manifesto Dar Veter sonriendo —, al decir antes de la emision que hoy ocurriria algo extraordinario. Por vez primera, en los cuatrocientos anos que el Gran Circuito existe para nosotros, de las profundidades del Universo ha surgido un planeta poblado de seres que son hermanos nuestros no solo de mente, sino de cuerpo. ?El descubrimiento me llena de gozo! ?Bien comienza su labor! Los antiguos habrian visto en ello un buen presagio y nuestros psicologos dirian que se ha producido una coincidencia de circunstancias que ha propiciado la confianza y el entusiasmo con respecto a la labor futura…
Dar Veter cayo en la cuenta de que la reaccion nerviosa experimentada le habia vuelto locuaz. Y como en la Era del Gran Circuito la locuacidad se consideraba uno de los mas vergonzosos defectos del hombre, el director de las estaciones exteriores callo sin terminar la frase.
— Si, si… — repuso distraido Mven Mas.
Y Yuni Ant, que habia advertido cierta indiferencia en el tono de su voz y languidez en sus ademanes, presto atencion. Veda Kong toco con un dedo la mano de Dar Veter y le senalo al africano con la cabeza.
«?No sera demasiado impresionable para esto?», penso por un instante Dar Veter, y miro con fijeza a su sucesor.
Pero Mven Mas, que habia presentido las ocultas dudas de sus companeros, irguio el cuerpo y volvio a ser el hombre de antes, atento, buen conocedor de su profesion. La escalera rodante los llevaba ya arriba, hacia los amplios ventanales y el cielo tachonado de estrellas que, de nuevo, estaba tan lejos como estuviera en los treinta milenios de existencia del hombre, mejor dicho, de su especie denominada Homo sapiens.
Mven Mas y Dar Veter debian quedarse en el observatorio.
Veda Kong le dijo en un susurro al director saliente que nunca olvidaria la noche aquella.
— ?Yo misma me he sentido tan insignificante! — exclamo con una sonrisa que contradecia sus tristes palabras.
Dar Veter comprendio lo que ella tenia presente, y nego con la cabeza.
— Estoy seguro de que si la mujer roja la hubiese visto a usted, Veda, se habria sentido orgullosa de su hermana. Desde luego, ?nuestra Tierra no tiene que envidiar a su mundo!
— concluyo, radiante de amor el rostro.
— Bueno, eso, querido amigo, es porque usted me mira con buenos ojos — replico Veda sonriente —. ?Preguntele a Mven Mas!.. — y, bromeando, se tapo los ojos con la mano y desaparecio tras una curva del muro.
Cuando Mven Mas quedo al fin solo, despuntaba ya el alba. Una luz grisacea se derramaba en el aire fresco y sereno, mientras el mar y el cielo adquirian igual transparencia de cristal: argentada en las aguas, rosacea en el firmamento.
Mven Mas permanecio largo rato en la terraza del observatorio, contemplando los contornos de los edificios, apenas conocidos.
A alguna distancia, sobre una meseta de poca altura, se alzaba un gigantesco arco de aluminio, cruzado por nueve filas de barras paralelas de igual metal; los espacios entre ellas estaban cubiertos con vidrios de materias plasticas de un color crema opalino y blanco argentado. Aquello era el edificio del Consejo de Astronautica. Ante el se elevaba un monumento a los primeros hombres que habian penetrado en los espacios del Cosmos. Entre nubes y remolinos erguiase el vertical escarpe de una montana coronada por una astronave de tipo antiguo: un cohete pisciforme, cuya aguda proa estaba enfilada hacia unas alturas inaccesibles aun. Una cadena de hombres — pilotos de naves-cohetes, fisicos, astronomos, biologos, audaces autores de novelas fantasticas — ascendian en espiral a costa de sobrehumanos esfuerzos, apoyandose unos en otros… La aurora tenia ya de rojo el casco de la vieja astronave y los leves contornos calados de los edificios, y Mven Mas continuaba aun midiendo a grandes pasos la terraza del observatorio. Nunca habia experimentado una emocion tan intensa. Educado con arreglo a las normas generales de la Era del Gran Circuito, habiase templado fisicamente merced a un severo entrenamiento y realizado con exito los trabajos de Hercules. Asi se llamaban, en recuerdo de los bellos mitos de la antigua Helade, las dificiles tareas que habian de cumplir todos los jovenes al terminar los estudios escolares. Si las cumplian, se los consideraba dignos de ingresar en un centro superior de ensenanza.
Mven Mas habia dotado de agua una mina del Tibet occidental, repoblado un bosque de araucarias en la meseta de Nahebt, en America del Sur, y exterminado unos tiburones que habian reaparecido junto a las costas de Australia: la forja que le diera la propia vida y sus relevantes dotes le habian permitido soportar largos anos de intenso estudio y prepararse para trabajos duros, de responsabilidad. Aquel dia, en la primera hora de su nueva labor, el encuentro con un mundo afin a la Tierra habia hecho surgir en su alma algo nuevo. Mven Mas advertia con inquietud que en su interior se abria un abismo a cuyo borde venia caminando toda su vida sin sospechar que existiera. ?Con que ansia infinita deseaba volver a ver la estrella Epsilon del Tucan, aquel mundo que parecia haber surgido de uno de los mas bellos cuentos de la humanidad terrestre! ?Nunca podria olvidar a la muchacha de la piel roja, el llamamiento de sus brazos tendidos, sus dulces labios entreabiertos!..
Y el hecho de que la inmensa distancia, de doscientos noventa anos-luz, que le separaba de aquel mundo maravilloso fuese infranqueable, inaccesible a todas las posibilidades de la tecnica terrenal, lejos de disminuir su anhelo, lo hacia mas ardiente.
En el alma de Mven Mas habia nacido algo que vivia con vida propia y escapaba al control de su voluntad, a los mandatos de la serena razon. El africano aun no habia amado nunca; abismado en sus estudios, habia vivido casi como un ermitano sin experimentar nada semejante a la extrana desazon y el singular gozo que le causara la vision de aquel dia, a traves de los inmensos campos del espacio y del tiempo.