estrellas en un receptaculo de algunos cientos de metros cubicos.
Asi se habia colonizado a Thalassa setecientos anos atras, como Brant bien sabia. Al ascender a las primeras estribaciones de las colinas el camino pasaba junto a las antiguas senales que habian dejado los robots al excavar la tierra en busca de las materias primas con las cuales habian creado a sus antepasados. Estaban a punto de pasar frente a las plantas procesadoras abandonadas tiempo atras, y…
— ?Que es eso? — susurro el concejal Simmons.
— ?Alto! — ordeno la alcaldesa —. Apaga el motor, Brant.
Tomo el microfono.
— Habla la alcaldesa Waldron. Nos encontramos frente al mojon del kilometro siete. Vemos una luz entre los arboles… parece venir del punto exacto del Primer Descenso. No hay ruidos. Avanzamos hacia alla.
Brant acelero suavemente sin aguardar la orden. Nunca habia vivido un momento tan emocionante. Salvo, claro el huracan del ano 9. Eso habia sido mas que emocionante, habia estado a punto de perder la vida. Tal vez en este momento corrian peligro, pero se resistia a creerlo. No podia esperarse una actitud hostil de parte de un robot. Y un ser de otro mundo no podria sacar de Thalassa nada que no fuera conocimientos y amistad…
— Pude ver al aparato cuando descendia al otro lado de los arboles — dijo el concejal Simmons —. Estoy seguro de que es un avion. Las naves inseminadoras no tenian alas ni forma aerodinamica. Y ademas era muy pequeno.
— Sea lo que fuere, lo veremos en cinco minutos — dijo Brant —. Vean esa luz. Parece que aterrizo en el Parque de la Tierra. Claro, no podia ser de otra manera. Podriamos detener el auto aqui y seguir el resto del camino a pie.
El Parque de la Tierra, un prado de hierba bien cuidada al este del Primer Descenso, era invisible desde el auto, oculto por la columna negra y alta de la Nave Madre, el monumento mas antiguo y venerado del planeta. Un haz de luz, que aparentemente provenia de una sola fuente, iluminaba los bordes del gran cilindro metalico, todavia reluciente a pesar de los anos trascurridos.
— Para el auto antes de llegar a la Nave — ordeno la alcaldesa —. Bajaremos a echar una mirada desde alla. Y apaga los faros, quiero verlos antes de que nos vean ellos.
— ?Ellos o esos? — dijo uno de los pasajeros, al borde de la histeria.
Nadie le presto atencion.
Brant llevo el auto hasta ubicarlo a la sombra de la gran nave y antes de detenerlo efectuo un giro de ciento ochenta grados:
— Asi podremos escapar si hace falta — dijo, medio en serio, medio en broma; aun no creia que hubiera peligro. Mas aun, se preguntaba si de verdad estaba despierto o si todo el asunto no era mas que un sueno vivido…
Bajaron del auto, se acercaron a la nave y la rodearon hasta llegar al brillante muro luminoso. Brant alzo una mano para proteger sus ojos del resplandor y se asomo.
El concejal Simmons tenia razon: era una nave aerea, o aeroespacial, muy pequena. Tal vez los nortenos… no, imposible. No tendria objeto construir semejante vehiculo, dadas las pequenas dimensiones de las Tres Islas, y ademas no habria manera de mantenerlo en secreto. Tenia la forma de una flecha trunca y habia descendido verticalmente puesto que no habia senales de carreteo sobre la hierba. La luz provenia de una estructura aerodinamica dorsal, que tambien tenia un faro rojo intermitente. Y todos advirtieron con alivio y algo de desilusion que se trataba de un aparato comun y corriente. Era inconcebible que semejante maquina hubiera efectuado la travesia desde la colonia mas cercana a doce anos luz de distancia.
Bruscamente se apago la luz. sumiendo al pequeno grupo de observadores en la oscuridad. Cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, Brant vio una hilera de ventanas cerca de la trompa de la maquina iluminadas desde adentro. Pero… ?parecia una nave tripulada, no una sonda robot como habian pensado!
La alcaldesa Waldron acababa de llegar a la misma, asombrosa conclusion.
— Eso no es un robot ?hay gente alli adentro! Iluminame con tu linterna, Brant, para que nos vean.
— Pero Helga — protesto el concejal Simmons.
— No seas tonto, Charlie. Vamos, Brant, iluminame.
?Que era lo que habia dicho el primer hombre que descendio sobre la Luna, casi dos milenios atras? «Un pequeno paso…». Habian avanzado unos veinte cuando se abrio una puerta en el costado del vehiculo, una rampa se desplego hacia afuera y dos humanoides bajaron a su encuentro.
Eso fue lo que penso Brant a primera vista. Bruscamente se dio cuenta de que lo habia enganado el color de su piel, vista a traves de la pelicula flexible — trasparente que los cubria de pies a cabeza.
No eran humanoides sino… ?seres humanos!. Bastaria protegerse del sol para quedar tan palido como ellos.
La alcaldesa alzo las manos en el tradicional gesto, tan antiguo como el hombre, que decia «estamos desarmados».
— No se si pueden entenderme — dijo —. Bienvenidos a Thalassa.
Los forasteros sonrieron y el mayor — un hombre apuesto y canoso de sesenta y tantos anos — alzo las manos a su vez.
— Al contrario — dijo, y Brant penso que jamas habia escuchado una voz tan grave y hermosa —. Los entendemos perfectamente. Encantados de conocerlos.
Por un instante el comite de recepcion los miro en silencio estupefacto. Pero no hay de que sorprenderse, penso Brant, si comprendemos el habla de dos mil anos atras sin la menor dificultad. A partir del invento de los aparatos de grabacion del sonido, las pautas fonemicas de los idiomas quedaron fijas para siempre. Se ampliaban los vocabularios, cambiaban la gramatica y la sintaxis, pero la pronunciacion no sufria modificaciones.
La alcaldesa Waldron fue la primera en recuperar el habla:
— Bien, eso facilita las cosas — dijo sin mucha conviccion — ?De donde vienen? Perdimos contacto con nuestros… digamos, vecinos cuando se destruyo nuestra antena espacial.
El hombre mayor miro a su companero, hombre mas alto que el, y ambos intercambiaron mensajes con la mirada. Luego se volvio hacia la alcaldesa.
Y cuando formulo su inconcebible afirmacion, su hermosa voz estaba embargada por la tristeza:
— Tal vez les cueste creerlo — dijo —, pero no venimos de una colonia sino directamente desde la Tierra.
II — MAGALLANES
6 — Descenso
Antes de abrir los ojos, Loren ya sabia perfectamente donde se hallaba. Cosa que no dejo de sorprenderle, teniendo en cuenta que acababa de despertar de un sueno de doscientos anos. Lo mas logico hubiera sido sentir alguna confusion, pero recordaba su ultima anotacion en el libro de bitacora como si hubiera sido ayer. Y aparentemente no habia sonado una sola vez, cosa que agradecia profundamente.
Con los ojos cerrados se concentro en los demas canales sensoriales, uno por uno: un reconfortante murmullo de voces suaves; el permanente siseo del sistema de filtracion de aire; una corriente de aire casi imperceptible que llevaba un agradable olor a antiseptico a su nariz.
Faltaba una sensacion, la del peso. Alzo su brazo derecho, que quedo flotando en el aire a la espera de la orden siguiente.
— Hola, senor Lorenson — dijo una voz autoritaria y alegre a la vez —. Por fin se digna reunirse con nosotros. ?Como se siente?
Loren abrio los ojos y trato de fijarlos en la silueta borrosa que flotaba junto a su cama.
— Hola… doctora. Me siento bien, gracias. Y tengo hambre.