mientras las demas continuaban el enloquecedor tiovivo. De repente, como obedeciendo a una senal, pasaron con el dardo tendido al ataque. Del camion salio un grito: una hidra debia haber pasado su aparato venenoso por una hendidura del toldo, picando a un hombre. El camion se puso en marcha. Abrimos fuego. En poco tiempo realizamos un buen trabajo. Era dificil, pegadas como iban al camion, alcanzarlas sin herir a nuestros camaradas, pero como ninguna de ellas se ocupaba de nosotros, les dabamos como en un ejercicio de tiro. Demolimos a mas de treinta, que sumadas a las victimas del primer asalto aumentaba el total de sus perdidas alrededor de las setenta. Esta vez aceptaron la leccion y se elevaron definitivamente.
Una de ellas, muerta pero no deshinchada, derivaba en el aire a unos dos metros. Habilmente, uno de nuestros hombres la cazo con un lazo y la llevamos al pueblo, remolcada como un globo cautivo. Nos llevamos tambien al granjero, su mujer, su hijo menor y el cadaver medio digerido del mayor. Las doce vacas muertas quedaron alli, como tambien las hidras, excepto una de ellas, que Vandal mando cargar con cuerdas para su diseccion. Contrariamente a nuestros temores nadie habia sido picado, y el grito que habia oido fue debido al miedo. Pero, en resumen, ahora conociamos ya la gravedad de la amenaza que la fauna salvaje de Telus representaba para nosotros.
Regresamos al pueblo en plan de triunfadores. Los guardias cantaban. Obreros, en su mayoria, cantaban estribillos revolucionarios. Miguel y yo atronabamos el aire con las trompetas de Aida, de la manera mas cursi posible. Pero las noticias que Luis nos comunico, enfriaron un poco nuestro entusiasmo.
IV — VIOLENCIAS
Un reconocimiento efectuado por doce guardias en el sector del castillo fue acogido por una rafaga de ametralladora de 20 mm. Una prueba de ello fue un proyectil sin estallar.
— He aqui los hechos — dijo Luis—. Estos canallas tienen un armamento bastante mas poderoso que el nuestro. Contra esto — mostro el proyectil— nuestras escopetas para conejos o una «cerbatana… En serio solo tenemos un arma: el Winchester del viejo Boru.
— Y las dos ametralladoras — dije yo.
—?Perfecto para el combate a treinta metros! ?Y que nos queda como municion apropiada? Por otra parte no podemos dejarles el campo libre. Por cierto, Miguel, tu hermana no esta segura en el observatorio.
—?Si estos canallas se atreven…!
— Se atreveran, muchacho. Disponemos de cincuenta hombres, sin buen armamento y poca municion. Ellos son mas de sesenta bien armados. ?Y estas carronas de pulpos verdes, por en medio! ?Si Constantino estuviera aqui!
—?Quien es?
— Constantino, el ingeniero encargado de las espoletas. ?Ah, claro! No estas al corriente. Entre otras cosas, la fabrica tenia que construir espoletas de explosivos para aviones. Tenemos un lote completo, pero solamente los cuerpos metalicos, no las cargas. Claro esta que debe haber en el laboratorio de quimica lo necesario para cargarlas, pero nos falta el personal capaz de realizarlo.
Le cogi de las manos, dandole volteretas.
—?Luis, muchacho, estamos salvados! ?Sabias que mi tio es comandante de la reserva de artilleria?
— Bien, pero no tenemos canones.
—?Efectuo su ultimo periodo en antiaereos! Estara al corriente de la cuestion. Todo marchara, si realmente encontramos los productos quimicos necesarios. El y Beuvin se encargaran de esto. En caso necesario, podran funcionar, para lo que nosotros queremos, con polvora negra.
— Pero todo esto nos llevara diez o quince dias, y mientras tanto…
— Si, mientras tanto hay que tenerlos ocupados. Aguarda.
Corri al hospital, donde estaba mi hermano convaleciente, acompanado de Breffort.
— Dime, Pablo. ?Podrias reconstruir una catapulta romana?
— Si, es facil. ?Por que?
— Para atacar el castillo. ?Que distancia podemos alcanzar?
— Esto depende del peso que se desee lanzar. De treinta a cien metros con facilidad.
— Bien, traza los planos.
Volvi con Luis y Miguel y les expuse mi plan.
— No esta mal — observo Luis—, pero cien metros son cien metros y una ametralladora de 20 milimetros alcanza mas lejos.
— Cerca del castillo hay una concavidad a la que se llega por un desfiladero, si no recuerdo mal. Se trata de instalar la catapulta en este hueco.
— Es decir — dijo Miguel—, tu quieres largarles cargas de explosivos y chatarra. ?De donde sacaras el explosivo?
— Tenemos trescientos kilos de dinamita en la cantera. Se renovo la provision, antes de ocurrir el cataclismo.
— Asi no tomaremos el castillo — dijo Miguel, moviendo la cabeza.
— Pero no se trata de esto, sino de ganar tiempo, de hacerles creer que desperdiciamos municion en futiles ataques. Para entonces las granadas estaran listas.
Explique a Miguel lo que Luis me habia contado.
Por orden del Consejo, Beuvin mando unas patrullas a sondear las defensas del enemigo. Igualmente, llegado el caso, estas patrullas debian senalar la presencia de las hidras. Fueron equipadas con un pequeno emisor de radio, fruto de los ocios de Estranges. Despues, iniciamos la construccion de la catapulta. Se sacrifico a un fresno joven, que fue transformado en resorte. Se llevo a termino la arboladura y se ensayo el aparato con bloques de roca. Su alcance se revelo satisfactorio.
Nuestro pequeno ejercito, bajo el mando de Beuvin, se encamino hacia el castillo, con tres camiones y tres tractores remolcando la catapulta. Durante ocho dias no hubo mas que escaramuzas. En la fabrica se trabajaba febrilmente. Al noveno dia, me fui al frente, con Miguel.
— Y bien — pregunto Beuvin—, ?esta listo?
— Las primeras granadas llegaran hoy o quiza manana — repuse.
— ?Uf! Debo confesarle que no estaba tranquilo. Si llegan a hacer una salida…
Fuimos a los puestos de vigilancia.
— Mas alla de esta cresta — nos dijo el viejo Boru, que en su calidad de ex sargento, veterano de la guerra del 1939-45, mandaba los pelotones de vanguardia—, caemos bajo el fuego de las ametralladoras. Que yo sepa hay cuatro: dos de 20 mm y dos mas de 7,5 mm. Probablemente tienen tambien fusiles ametralladores.
—?Fuera del radio de las catapultas?
— No hemos probado de alcanzarlas. Nos hemos guardado cuidadosamente de revelar las posibilidades de nuestras armas — dijo Beuvin.
—?Y al otro lado del castillo?
— Han fortificado el lugar con troncos de arboles. Ademas, la carretera cae bajo su fuego. Imposible llevar alli material pesado.
— Aguardemos.
Trepando, llegamos hasta la cresta. Una ametralladora pesada la vigilaba.
— Podriamos intentar alcanzarla — dijo Miguel.
— Si, pero no atacaremos hasta que hayan llegado las granadas. Imagino que en la proxima alba azul.
En aquel momento llego un camion del pueblo, con mi tio, Estranges y Breffort. Descargaron varias cajas.
— He aqui las granadas — dijo Estranges.
Estaban formadas por un tubo de fundicion, armado de un detonador.
— Y las espoletas — dijo mi tio—. Las hemos ensayado. Alcance: 3 km. 500 m. Precision bastante buena. Su cabeza contiene un kilo de residuos de fundicion y la correspondiente trilita. Sigue un camion, con los caballetes de lanzamiento, y mas cajas. Hay 50 espoletas de este modelo. Fabricamos otras mas potentes.
—?Nuestra artilleria en marcha! — dijo Beuvin.