En aquel momento un hombre bajo por la pendiente.

— Agitan una bandera blanca — dijo.

—?Se rinden? — pregunte, incredulo.

— No. Quieren parlamentar.

— Contestad — ordeno Beuvin.

Del bando enemigo se levanto un hombre y avanzo, agitando un panuelo. Boru le senalo un lugar a media distancia, en la «no man's land», y lo escolto. Era Carlos Honneger, en persona.

—?Que quereis? — pregunto Beuvin.

— Hablar con vuestros jefes.

— Aqui hay cuatro.

— Para evitar sangre inutil, os proponemos lo siguiente: vosotros disolveis el Consejo y entregais las armas, y nosotros tomamos el poder. Nada os ocurrira.

— Exacto, quereis reducirnos a la esclavitud — dije yo—. He aqui nuestra contraproposicion: Devolveis las jovenes que habeis raptado y deposicion de armas. Vuestros hombres seran puestos bajo vigilancia, y tu y tu padre, en presidio, para ser juzgados.

—?No te falta cinismo! Ya vendras otro dia con tus historias.

— Os advierto — dijo entonces Miguel— que si os vencemos y nosotros tenemos muertos, sereis colgados.

—?Me acordare!

— En este caso, ya que no quereis entregaros — dije—, propongo poner a cubierto a las muchachas, al igual que tu hermana y la senorita Ducher, bajo aquella armella, por ejemplo.

—?Ni hablar! Mi hermana no tiene miedo, como tampoco Magdalena. Si las demas se mueren, yo me rio. Habra otras, despues de la victoria; tu hermana, por ejemplo…

«Se encontro por el suelo, con la cara tumefacta. Miguel habia sido mas rapido que yo.

Se levanto.

— Habeis pegado a un parlamentario — dijo livido.

— Tu no eres un parlamentario, sino un cerdo. ?Venga, en marcha!

Fue conducido «manu militari». Apenas habia franqueado la carena, cuando llego el segundo camion. Los caballetes de lanzamiento fueron montados rapidamente.

— Dentro de diez minutos abriremos fuego — dijo Beuvin—. ?Lastima no tener un observatorio!

— Este monticulo — observe, designando, cien metros atras, un desnivel de unos cincuenta de altitud.

— Esta bajo el fuego enemigo.

— Si, pero desde alli debe verse hasta el castillo. Tengo una vista excepcional. Voy a llevarme este telefono. El hilo parece lo bastante largo.

— Voy contigo — dijo Miguel.

Partimos, desenrollando el hilo. A media altura, chasquidos de piedras saltando por todas partes, nos indicaron que habiamos sido descubiertos. Nos echamos al suelo y, contorneando el cerro, llegamos a la vertiente abrigada.

Desde arriba, veiamos perfectamente las lineas enemigas. El pequeno fortin de la ametralladora pesada comunicaba detras por una trinchera y estaba flanqueado de nidos de fusiles ametralladores. De trecho en trecho se observaba a los hombres rebullir dentro de pequenas aberturas.

— Cuando lo del sastre, debian ser cincuenta o sesenta. Pero ahora, con su sistema de fortificaciones, seran mas numerosos — observo Miguel.

A un kilometro, a vista de pajaro, a media pendiente, se levantaba el castillo. Pequenas formas negras entraban y salian.

—?Es una pena que Vandal rompiera sus prismaticos!

— Ahora no tenemos mas que telescopios. ?Son potentes, pero poco manejables!

— Hubiera debido desmontar una pequena «mirilla».

— Tendras tiempo de hacerlo. Me extranaria que nos apoderaramos hoy del castillo.

—?Atencion! ?Atencion! — se oyo por el telefono—. Dentro de un minuto, abrimos fuego contra el castillo. Observad.

Eche una vista sobre nuestro campo. La mitad de los hombres se desplegaban, justo detras de la carena. Otros estaban atareados alrededor de las catapultas. Estranges y mi tio ultimaban cuidadosamente las plataformas de lanzamiento. Los camiones habian regresado.

A las 8 h. 30 m., exactamente, seis flechas de fuego salieron de nuestro atrincheramiento. Alcanzaron altura, dejando un rastro de humo, que se perdio. Las espoletas consumieron su carga explosiva. Seis pequenos relampagos iluminaron el cesped del castillo, transformandose en seis pequenas nubes de humo. Segundos mas tarde, unas secas detonaciones llegaron hasta nosotros.

— 30 metros, corto — senale.

Alla arriba, cuatro figuras negras hicieron su aparicion en la blanca escalinata.

De nuevo, otras seis cargas se levantaron. Una de ellas estallo en mitad del portal del castillo, y las cuatro personas cayeron. Tres se levantaron, vacilantes, y arrastraron a la otra hacia el interior de la casa. Uno de los explosivos desaparecio por una ventana. Los restantes percutieron los muros, sin producir graves danos, en apariencia.

—?Tanto! — grite.

Una tras otra se esparcieron dieciseis granadas; una dio con el coche de Honneger, a la derecha de la casa, y lo incendio.

— Basta de granadas — telefoneo Beuvin—. Observad las catapultas.

Se levantaron tres cargas. Fallaron, por poco, el fortin.

— Un poco largo — senalo Miguel.

Le empuje al suelo. No pudiendo alcanzar a nuestros hombres, escondidos detras de la cresta, la ametralladora tiraba sobre nosotros. Durante algunos minutos, no osamos menearnos. Las balas silbaban encima de nuestras cabezas. Obuses de 20 mm. hollaban la tierra, algo mas abajo.

—?Afortunadamente, carecen de morteros!

— Habra que acondicionar este puesto de observacion. Descendamos un poco.

La ametralladora y los fusiles ametralladores enmudecieron.

— Tiro de hostigamiento sobre territorio enemigo. Observad.

Los proyectiles cayeron al azar o desaparecieron entre los abetos, sin otro resultado visible que el incendio de un pajar.

Los disparos recomenzaron, pero en esta ocasion apuntaban la cresta. Uno de nuestros hombres, herido, se dejo caer por la pendiente. Habia llegado otro camion, llevando cargas de mayor calibre. Massacre descendio.

—?Atencion! Fuego de catapultas.

Esta vez, una carga dio de lleno sobre el fortin enemigo. Hubo gritos de dolor, pero la ametralladora continuo su tiro.

— Superioridad de las armas de tiro curvo sobre las de tiro rasante, para la guerra de trincheras — hizo notar Miguel—. Tarde o temprano destruiremos su guarida, y ellos, en cambio, no pueden alcanzarnos.

— Me pregunto por que no han ocupado la cresta.

— Demasiado facil de rodear. ?Mira que te decia! Atencion a la izquierda — telefoneo—. Seis hombres trepan por alli.

Cuatro guardias acudieron al lugar amenazado. La cima de la cresta, batida por las armas automaticas, era para nosotros insostenible, y el viejo Boru se habia replegado con sus hombres.

De las trincheras enemigas surgieron una treintena de hombres. Corrieron y se agacharon.

—?Ataque de frente!

Por la izquierda crepitaban ya las detonaciones. Beuvin dejo aproximar al enemigo hasta quince metros, despues mando lanzar las granadas. Los tubos de fundicion, rellenos de explosivos, cumplieron bien su mision. Once muertos y heridos quedaron sobre el campo. Antes de que el enemigo se replegara, el Winchester de Boru causo dos bajas. Por la izquierda, cuatro muertos y tres heridos, uno de los cuales fue capturado. Tenia el brazo derecho literalmente destrozado por los cartuchos de caza y murio, mientras Massacre intentaba la obturacion con

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