— Quiza si. ?Pero no terrestre, esto es seguro!

Me acerque, me adentre por el embrollo de restos. La chapa descansaba sobre la fina arena. Era de un metal amarillento, que no reconoci, pero del que Wilkins aseguro que era una aleacion de aluminio.

El ingeniero me dejo curioseando el trasfondo de las placas, y se dirigio hacia la punta de aquel amasijo. Oimos una exclamacion; despues nos llamo. El extrano ingenio habia sufrido alli menos desperfectos, conservando su forma de punta de cigarro. En un tabique intacto habia una abertura. Reinaba una semiobscuridad en la cabina troncoconica en que penetramos, y al principio no pude ver nada mas que la silueta imprecisa de mis dos companeros. Despues, mis ojos se habituaron a la penumbra y distingui una especie de tabla de a bordo, con unos signos parecidos a los de la inscripcion, unos signos metalicos, estrechos, unos cables de cobre, rotos y colgantes, y crispada sobre una palanca de metal blanco, una mano momificada. Enorme, negra, aun musculada a pesar de su desecamiento, no tenia mas que cuatro dedos dotados de garras que debian ser retractiles. La muneca estaba cortada.

Por instinto, nos miramos. ?Cuanto tiempo haria que esta mano se estaba momificando en esta isla perdida, en una ultima maniobra? ?Quien era aquel ser que habia pilotado aquel ingenio? ?Provenia de otro planeta del sistema de Helios, de otra estrella, o como nosotros, habia sido desalojado de su propio universo? Preguntas a las que hasta mucho tiempo despues no hallariamos mas que una respuesta incompleta.

Estuvimos escudrinando hasta la noche, entre los restos del aparato. Nuestros hallazgos fueron mediocres. Algunos objetos de metal, cajas vacias, fragmentos de instrumentos, un libro de paginas de aluminio, pero por desgracia sin ninguna ilustracion, un martillo de forma muy terrestre. Detras, donde debieron colocarse los motores, bloques informes y enmohecidos, y en un espeso tubo de plomo, un fragmento de metal blanco que analizado en New-Washington resulto ser uranio.

Tomamos fotografias y volvimos. Era normal que nuestros hallazgos fueran escasos: algunos pasajeros de aquella maquina habian sobrevivido, como lo probaba la inscripcion, y debieron llevarse todo lo que podia ser de utilidad. No teniamos tiempo de registrar la isla. Despues de haberla bautizado como «Isla Misterio» partimos hacia la situada al Nordeste. Desembarcamos con dificultad, y no pudimos pasar el coche a tierra. La pequena parte que visitamos era arida, poblada unicamente de «viboras» salvo algunos «insectos». Sin embargo, encontramos algunos utiles sswis, en obsidiana. Mas movida y fructifera resulto la exploracion de la punta Sur del continente boreal.

Al amanecer llegamos a una pequena cala rodeada de altos penascos, fantasticamente recortados. El desembarco del coche fue laborioso, y el sol estaba alto cuando parti con Miguel y Smith. No sin dificultad, llegamos hasta una meseta que se extendia hacia el Norte y el Este hasta perderse de vista. Al Sur se elevaban pequenas montarias. Nos dirigimos hacia ellas, a traves de la sabana manchada por pequenos bosques. El pais estaba extremadamente poblado de variados animales: Goliats, elefantes, formas mas pequenas, aisladas o en rebano. A nuestro paso, despertamos a una pareja de tigrosauros que no nos ataco, afortunadamente, pues nuestra camioneta no hubiera resistido el choque. A las tres de la tarde, cuando terminabamos de comer, aparecio en la lejania una nutrida manada. Se acerco, y reconocimos a los Sswis de la raza grande y roja, la raza de Wzlik. Me acorde que este ultimo me habia dicho en repetidas ocasiones que su tribu provenia del Sur, y que pocas generaciones antes se habian separado de su pueblo por razones que continue ignorando. Este encuentro nos incomodaba, pues nos cerraba el camino de las montanas, y si avanzabamos, dado su temperamento belicoso, la batalla parecia inevitable. Pero quiza no nos vieron, el caso es que torcieron a la izquierda y desaparecieron en el horizonte. Rapidamente, tuvimos consejo de guerra. Yo me incline por el retorno inmediato, pues nos habiamos alejado del Temerario y estabamos en un pais desconocido. Pero Miguel y Smith eran de la opinion de seguir adelante, y no regresar hasta el dia siguiente. Continuamos, pues, hacia las montanas, y a las cuatro estabamos ante un acantilado que se levantaba delante de la cadena montanosa. A unos treinta metros de altura me parecio ver unas colmenas. Cuando estuvimos mas cerca, pudimos observar unas fortificaciones constituidas por unas torres espaciadas a unos veinte pasos entre si, y de una altura de diez metros. Al pie del acantilado, en una franja de cinco o seis metros, no habia ni un arbol ni un matorral. Los Sswis galopaban entre las torres. Parecian muy agitados, y con los prismaticos vimos que nos senalaban con el dedo. Dudando, reduje la marcha.

De repente, una cosa larga y negra salio de lo alto de una torre que estaba frente a nosotros. Silbante, una gigantesca jabalina que debia pesar sus buenos treinta kilos, se clavo en tierra, a pocos pasos de nosotros. Frene, y despues, recuperando mi sangre fria, vire acelerando.

—?En zigzag! — me grito Miguel.

Me volvi, y pude ver una docena de dardos por los aires. Vibrando, se clavaron en el suelo a nuestro alrededor, y yo con un golpe de volante tuve que evitar a uno. Nuestra ametralladora funciono. ?Smith estaba a sus anchas! Habia sido campeon de tiro de la aviacion americana. Miguel me conto despues que en un abrir y cerrar de ojos habia incendiado seis torreones. No pude ver nada de esta fase del combate. Estaba agachado sobre el volante, con el pie sobre el acelerador, fastidiado por un piso desigual, la cabeza hundida entre los hombros y temiendo a cada instante sentir como una jabalina se clavaba en mi espalda. ?En realidad, falto muy poco para ello! Al llegar a los primeros arboles que limitaban con la zona devastada, se produjo a mi espalda un choque violento, un ruido metalico. Yo altere el rumbo con violencia. Cuando, minutos despues, pase el volante a Miguel, vi que una jabalina habia atravesado el techo, pasado entre las piernas de Smith y terminando su carrera con la punta hundida contra una lata de buey asado, clavandose contra el suelo. El asta sobrepasaba el techo de mas de dos metros. Sin detenernos, la aserramos, y puede examinar la punta: era triangular, dentada, ?y de acero!

Por la noche hicimos una corta parada, y caminando discutimos nuestra aventura.

— Es curioso — dije— que estos Sswis conozcan el metal, y que sea ademas un acero de buen temple. Se trata, ciertamente, del pueblo de donde proviene la tribu de Vzlik, lo cual significa que pocas generaciones atras estaban todavia en la edad de piedra. Los Sswis son realmente muy inteligentes, pero me sorprende tal rapidez de progreso.

Miguel reflexionaba.

— Quiza esto este en relacion con nuestro descubrimiento de la isla.

— Puede ser, tienen catapultas o, mejor dicho, ballestas que alcanzan a mas de quinientos metros.

— En todo caso — dijo Smith en ingles—, al menos les he destruido seis torres.

— Si. Ahora marchemonos. ?Este pais no es seguro!

Rodamos toda la noche. En este planeta yo ya habia vivido otras noches agitadas, ?pero ninguna como aquella! Las tres lunas se habian levantado, y toda la fauna de este mundo parecia haberse reunido en aquel rincon. Tuvimos que abrirnos camino a traves de manadas de elefantes, atraidos por los faros. Despues fue un tigrosauro al acecho quien, salvo un positivo panico que nosotros compartimos ampliamente, salvo nuestro fuego, sin aparentes danos. Tres Goliats nos obligaron a cambiar de ruta, y dos de nuestros neumaticos sufrieron el mordisqueo de viboras. Sin embargo, antes de levantarse el dia vimos ya los cohetes lanzados desde el Temerario, y al alba estabamos a bordo.

V — EL PELIGRO

Unos dias mas tarde, llegamos a la desembocadura del Dordona, sin mas contratiempo que una averia en los motores que nos obligo a marchar un dia a la vela. Avisados desde Cobalt por radio, no nos sorprendimos de encontrar en la confluencia de la isla a Martina, Luis y Wzlik, en una barca a motor. Subieron a bordo, siendo remolcada su embarcacion hasta Puerto-Leon. Hacia mas de un mes que estabamos fuera. Es inutil que diga que estuve contento de ver de nuevo a Martina. Muchas veces en el curso del viaje crei no regresar.

Luis me tendio el texto del ultimo radiomensaje recibido desde New-Washington. Lo lei con asombro, y lo pase a los americanos. Biraben se lo tradujo. Su contenido podia reducirse asi: New-Washington se hundia lentamente en el mar, y de no modificarse la regresion, maximo dentro de seis meses, la isla habria desaparecido totalmente. El gobernador nos lanzaba, pues, un S. O. S.

El Consejo se reunio en presencia de los americanos. Jeans tomo la palabra en frances:

— En New-Washington tenemos un crucero frances, dos torpederos, un carguero y un pequeno petrolero. Tenemos tambien dieciseis aviones en estado de vuelo, entre los cuales hay tres helicopteros, pero en cambio no

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