—?Calamares gigantes!

Quede horrorizado. Desde mi primera infancia, cuando leia Veinte mil leguas de viaje submarino, estaba atemorizado por estos animales. Consegui articular:

— Come with me (?Ven conmigo!) Temblandonos las piernas subimos la escalerilla, que conducia a la cubierta. Lance una ojeada a traves de las claraboyas: el puente estaba desierto y relucia bajo las lunas. En la extremidad delantera, una especie de cable grueso oscilaba detras del afuste de los lanzagranadas. A diez metros a babor, emergio, por un instante, una masa de un mar de tinta; despues aquello fue un volteo de brazos, recortado por la luz lunar. Calcule la longitud de aquellos brazos en veinte metros. Miguel se unio al grupo y despues los demas americanos. Smith explico el incidente. Cuando las dos helices se detuvieron a la vez, estaba a popa con Wikins, y vio a dos ojos enormes que relucian debilmente. El animal les lanzo un tentaculo. Fue entonces cuando oimos el grito.

Intentamos poner de nuevo en marcha el motor. Asi lo hicimos, las helices batieron el agua, el Temerario vibro y avanzo unos metros. Despues los motores se calaron con una serie de sacudidas.

— Esperaremos el dia — aconsejo Wilkins. La espera resulto larga. Al amanecer pudimos comprobar la extension del peligro. Como minimo estabamos rodeados de veinte monstruos. No se trataba de calamares, aunque a primera vista pudieran parecerlo. Tenian un cuerpo fusiforme, agudo por la parte trasera, sin aletas, de diez o doce metros de largo por dos o tres de diametro. De la parte delantera partian seis brazos enormes de unos veinte metros de largo y cincuenta centimetros de diametro. Estaban dotados de garras relucientes, aceradas, y terminaban en punta de lanza. Los ojos, igualmente en numero de seis, se encontraban en la base de los tentaculos.

— Aparentemente son primos hermanos de las hidras — dije.

— Por el momento, muchacho, me importa un comino — replico Miguel—. Si se echan encima del Temerario…

—?Soy idiota! ?Como no habre puesto lanzagranadas en los torreones!

— Es tarde ya. Pero ?y si pasaramos una de las ametralladoras del avion por un ojo de buey? Seria necesario, tambien, esconder las helices. ?Si salimos de esta!…

Grite a la tripulacion.

— Llevad una ametralladora y cintas de municion. Sobre todo, no paseis por el puente.

—?Atencion! — grito Miguel. Un monstruo se acercaba con gran revuelo de tentaculos. Con uno de ellos agarro la valla de estribor y la arranco.

— Si pudieramos matar a uno con la ametralladora, quiza los demas se lo comerian.

El tubo acustico de las maquinas susurro:

— Las helices estan libres, senor.

— Bien. Estad atentos. Cuando yo lo ordene marchad adelante, a toda velocidad.

Los marineros subieron una ametralladora. Baje el cristal e hice penetrar el canon del arma. En el momento en que iba a disparar, Miguel me golpeo la espalda.

— Aguarda. Es mejor que lo haga un americano Estan habituados a sus armas.

Pase la ametralladora a Smith, verdadero afuste viviente. Viso minuciosamente un calamar que se posaba entre dos olas y disparo. El animal dio un verdadero salto fuera del agua, despues se zambullo. En el momento en que Smith se disponia a liquidar a otro, se desencadeno una tempestad. Una decena de brazos gigantescos despejaron el puente, arrancando los pasamanos, retorciendo la pequena grua y hundiendo la chapa de proteccion de la ametralladora pequena. Se rompio un cristal y penetro un tentaculo por la toldilla reventando el marco del tragaluz. Se agito furiosamente. Miguel cayo sobre el tabique. Wilkins y yo, horrorizados e inmoviles, no pudimos dar un paso. Jeans yacia por tierra, derribado. El primero en reaccionar fue Smith. Cogio un hacha fijada en el muro y con un magnifico golpe de carnicero corto limpiamente el tentaculo. A traves de la puerta entreabierta salte al aparato de radio que lanzaba un S. O. S. antes de que los mastiles fueran arrancados. El Temerario se inclino notoriamente, y oi a un marinero que gritaba:

—?Nos hundimos!

Por el ojo de buey vi el mar agitado de tentaculos. Despues llego el deus est machina que nos salvo.

A unos doscientos metros emergio una cabeza enorme y chata de mas de diez metros, presidida por una boca inmensa con blancos y acerados dientes. El recien llegado se precipito sobre el primer calamar y lo secciono en dos. Despues, el y dos de sus congeneres que corrieron a flanquearle y los calamares libraron un combate feroz. ?No podria asegurar si duro una hora o un minuto! El mar se calmo y no quedo otra cosa que restos de carne flotando a la deriva. Necesitamos mas de diez minutos para darnos cuenta de que estabamos salvados. Entonces, enfilamos hacia el Norte a toda marcha.

Por la noche avistamos a babor un archipielago de arrecifes encrespados, como siluetas en ruinas enderezadas contra el sol poniente. Nos acercamos con precaucion. A escasos cables de distancia, apreciamos entre dos rocas dentadas un bullicio sospechoso. Instantes despues, reconocimos una banda de calamares, y, con el timon a estribor, y a toda velocidad, los dejamos detras nuestro.

La noche, muy clara, nos permitio avanzar bastante aprisa. Rozamos un calamar aislado, medio dormido, que fue fulminado por nuestras granadas. Por la manana estabamos ante una isla.

O'Hara subio al puente, llevando el mapa que habia dibujado, segun las fotografias con rayos infrarrojos, tomadas desde el avion. Pudimos identificar la isla que teniamos delante con una tierra muy abrupta orientada Este-Oeste, situada entre el continente ecuatorial de donde veniamos y el continente boreal. La fotografia, tomada desde mucha altura, no precisaba detalles, pero se podia distinguir una cadena montanosa y grandes bosques. Al Sudeste, mas alla de un estrecho, se podia observar la punta de otra tierra. Decidimos alcanzar el extremo Este de la primera isla, el poniente de la segunda y la gran peninsula, al sur del continente boreal.

Recorrimos la costa Sur de la primera isla. Era rocosa, abrupta e inhospitalaria. Las montanas no parecian muy elevadas. Al atardecer llegamos al extremo Este y bajamos anclas en una pequena bahia.

Al alba roja, el rio se dibujo llano y monotono, con algo de vegetacion. Cuando Helios se levanto divisamos con claridad una sabana que moria en el mar por una estrecha playa de arena blanca. Nos acercamos, e hicimos el feliz descubrimiento de que la playa terminaba de subito, de manera que la costa distaba pocos metros de fondos de diez brazas. Nos fue facil colocar el puente movil y desembarcar el coche, en el cual habiamos substituido el lanzagranadas por una de las ametralladoras del avion, mas manejable. Miguel, Wilkins y Jeans se instalaron en el. No fue sin aprension que los vi desaparecer en lo alto de una pendiente. Las hierbas aplastadas trazaban la pista del coche, lo cual, llegado el case, facilitaria su busqueda. Con la proteccion de las armas de a bordo baje a tierra y visite los alrededores. Entre las hierbas, puede recoger una docena de especies distintas de curiosos «insectos» teluricos. Unas pisadas indicaban la presencia de fauna mas voluminosa. Dos horas mas tarde, el ronquido de un motor anuncio el retorno de la camioneta. Miguel bajo solo.

—?Donde estan los demas?

— Se quedaron alli.

—?Donde, alli?

— Ven, ya lo veras. Hemos hecho un descubrimiento.

—?De que se trata, pues?

— Ya lo veras.

Intrigado pase el mando a Sinitb, y ocupe un lugar en el coche. La sabana ondulada, entrecortada de bosques. Cerca de uno de ellos erraba una manada de animales parecidos a los Goliats, pero sin cuernos. Despues de una hora aproximada de camino vi un dolmen de varios metros de altura, y derecho, encima de el, a Jeans. Miguel se detuvo al pie. Bajamos, y por el otro lado entramos en un abrigo, debajo de la roca.

—?Que piensas de esto? — me pregunto Miguel.

Sobre la pared habian sido grabados una serie de signos; signos que se parecian curiosamente a los caracteres primitivos. Primero imagine que se trataba de una broma, pero la patina de la piedra me convencio muy pronto de mi error. Quiza habian tres o cuatrocientos signos.

— Hay mas. Ven a verlo.

— Espera, voy a tomar un arma.

Fuimos para alla, ametralladora en mano. A doscientos metros el suelo descendia hacia un valle silencioso, en cuyo fondo se encontraba un amontonamiento de placas de metal y vigas torcidas, todo lo cual, sin embargo, habia conservado un aspecto general fusiforme. Wilkins rodaba por entre los destrozos.

—?Que es esto? ?Un avion?

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